La crisis de la democracia nace en la impotencia de la ciudadanía. La demagogia se alimenta del sentido de indefensión de la gente frente a las tropelías de la política. La indignación popular crea monstruos cuando el agravio no tiene repercusión en la institucionalidad. La estupidez política siempre es sospechosa de esconder algo que, si no se ve, exhala un tufillo rancio en el cual se nutren todas las teorías conspirativas.
Un caso aberrante de la semana pasada ensombrece el oscuro panorama de nuestra ya bastante raída confianza en los partidos. ¡Tranquilos, paclovers, la idiotez no tiene monopolio! Tampoco la arbitrariedad ni los arreglos debajo de la mesa. Es indignante que, totalmente a ciegas, se haya condonado deudas a beneficiarios del Sistema de Banca para el Desarrollo, sin que se sepa quiénes son, lo bien fundado del beneficio otorgado, el origen de la deuda y su relación con la pandemia. Eso no tiene nombre. O tal vez lo tenga, pero de tan fuerte tono que prefiero no ponerlo en letras.
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¿Piensan que la gente es tonta? ¡Claro que no! Quienes aprobaron ese adefesio vejatorio sabían el avispero que despertarían, pero contaban con la impunidad para hacerlo y con la impotencia ciudadana para impedirlo. Esa faja que sostiene pantalones no se la socará el Ejecutivo. Es la clase política multicolor contra el pueblo indefenso. Así, nacen los pantanos en los que se atascan todos los partidos. Protestó la Contraloría, bien. El Banco Central hizo una advertencia más severa, mejor. Todo en balde. De verdad que esto ofende.
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Y, por más que se quiera, una élite política no se improvisa. Padecemos una larga cultura de degradación intelectual y moral en todos los partidos y no sabemos cómo salir de ella. Esta frustración es peligrosa porque la arbitrariedad alimenta las llamas de los incendios sociales. Estamos lejos de un estallido o, por lo menos, así pensaba Chile. No estamos como Honduras, pero la distancia no es tan grande como pensamos. Ahí vamos. Algo es cierto: no nos movemos hacia adelante. El crédito democrático se está agotando y, aun así, se le sigue jalando la cola al burro. ¡Qué tristeza! Es la política en su mejor sentido de bancarrota y la ciudadanía en su peor hora de indefensión.
La autora es catedrática de la UNED.