El futuro nos alcanzó y seguimos en el pasado. La pandemia es detonante de una cascada de problemas. Antes de que lleguen, deberíamos despertar de la modorra y no seguir hipnotizados por una cotidianidad que se resiste. Esta pandemia es el mayor examen del material humano del que estamos hechos. Nunca como ahora reviste importancia una conducción política orientada por la ciencia y de un incondicional respaldo a las directrices de salud de un pueblo unido por la solidaridad. Esto va para largo.
La parálisis económica generada por el covid-19 es una cadena imparable. Va de la oferta a la demanda, de la producción al consumo, paralelamente al empleo y al final del barril a las finanzas. Y todo a escala planetaria. Las bolsas se precipitan. Los estímulos del 2008 agotaron los márgenes de maniobra financiera. Los problemas de entonces se acumulan a los infortunios del hoy.
Este es el instante del reto más determinante de este gobierno. En una hora así, habríamos querido una conducción óptima. No la tenemos y tendremos que acomodarnos. ¡Por Dios! Al elegir a don Carlos nos guarecíamos de un daño mayor. Sin entusiasmo, pero con hidalguía, dimos un voto defensivo entre opciones nada gratas. Al hacerlo, también asumimos la responsabilidad de anteponer el interés nacional en cada desafío. La nueva administración no fallaría en ofrecernos sobresaltos. Nadie dijo que era una lumbrera. Pero aprovechar cada tropiezo para sacar millaje es de poca nobleza y, en esta grave situación, de menor buen juicio. Con calma y disciplina, ralentizaremos el contagio. Pero nada nos salvará del latigazo económico. Mantener la economía a flote demanda inteligencia, astucia y experticia colectivas. En buena hora, Méndez Mata buscó consejo en experiencias, como la suya, formada en la escuela de una Costa Rica de mejores tiempos. Ese consejo debería ampliarse de la gobernanza en “la casa de los sustos” a temas cruciales de los que depende el plato de arroz de los costarricenses que menos pueden.
Pero el PAC de los aguacates prefiere rasgarse vestiduras y no acepta lo obvio: no puede solo. Por sí mismo, siembra vientos y cosecha entuertos. La hora de los hornos llama a concertación y a soltarnos de amarras ideológicas.
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La autora es catedrática de la UNED.