Vivimos una explosión cultural centrada en nuevas formas de interacción humana. Es una inflexión histórica de largo aliento que comenzó en los 90, con el nacimiento de la web, instrumento virtual que penetró todas las esferas de la vida social. En el 2004, nació Facebook. Su desenvolvimiento fue exponencial; su presencia, universal; su capacidad de difusión, inaudita. Nacieron y se multiplicaron redes de todo tipo, con masiva participación de receptores, convertidos en transmisores de contenido.
El concepto “viral” adquirió otra ciudadanía. Las redes hacen permeables tejidos sociales herméticos, separados antes por estratos de riqueza, ideología, raza, cultura y fronteras. En ese proceso, se forman filtros sociales o burbujas informativas al gusto. Se congregan según mentalidades, ideologías y preferencias. Sirven a los más diversos propósitos y son sitios inevitables de encuentro, llenos de promesas y de peligros.
Esas burbujas son objeto de estudio sociológico y estadístico que permiten mensajes focalizados de consumo selectivo para dirigir acciones, fabricar percepciones y provocar reacciones. Si bien es positivo romper la pasividad y ofrecer nuevas plataformas de participación ciudadana, en la libertad de expresión, hay una barrera que está rompiéndose para mal. Es la libertad para confundir. Cualquiera pasa por especialista. Es el populismo informativo, donde ceguera ideológica pesa más que análisis especializado y un prejuicio es más incendiario que una narrativa fundamentada.
El concepto de figura autorizada se desdibuja. En el universo virtual se es viral según resonancia y no validez. En tiempos del coronavirus, sin embargo, la voz de la cordura marca una diferencia entre la vida y la muerte. Nunca es esto de más actualidad que cuando un presidente aconseja medicamentos, contra la opinión de sus asesores, y un “médico” peruano aconseja gárgaras de sal para matar el virus.
Tenemos una emoción dominante, el miedo. Es fácil jugar con nuestros temores: infección, muerte, desempleo, crisis económica. Cada temor es un campo posible de manipulación. Pero, más que nunca, necesitamos curarnos de espantos, fortalecer cohesión frente a la división y respeto a la autoridad frente al ruido de las redes.
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La autora es catedrática de la UNED.