Lo diré de una vez: ¡Amo Nicaragua! Dediqué varios años a fortalecer su gestión comercial. Añoro su enorme calor humano y su exuberante naturaleza, incluso bajo un arrecho sol.
Evoco sus lagos y el inmenso picacho del Momotombo, equilátero, coloso, calvo y desnudo, al decir de Victor Hugo. Ni hablar de su cocina, su carne en vaho, sus quesillos de la Paz Centro, las cajetas de zapoyol de Granada y las rosquillas de Somoto.
Me duele Nicaragua. ¡Qué duro contraste! Un noble pueblo con gobernantes torpes y corruptos. Sangre sobre sangre, su historia está marcada por luchas indómitas y amargas decepciones.
Los héroes de un día son tiranos el otro. Las revoluciones se vuelven tragedias y las victorias, carnicerías humanas. Costa Rica tuvo que luchar en Nicaragua. Tanto del destino se jugaba, en 1856, que no cabe en estas líneas. Basta con decir que Walker pudo significar la anexión de Centroamérica a la Unión Americana y un triunfo del sur esclavista. Pero también eso resultó de sus luchas intestinas.
Como es de rigor, Costa Rica vuelve hoy a focalizar su atención en su frontera norte. El tirano nos amenaza, de nuevo. Amedrenta con bloquear el flujo comercial, cuando nuestras pymes más necesitan exportar. Ese chantaje es grave, pero lo es más la marea humana en nuestro poroso borde. Ortega llamó a aglomerarse cuando el mundo buscó aislamiento social. Ahora, oleadas nicaragüenses buscan escapar de la pandemia desatada por la negligencia inmoral de su gobierno.
Nicaragua es nuestro problema internacional más grave y perenne. Es una historia incómoda entre hermanos, pero inevitable. Poco podemos hacer, desarmados como somos y mal atenidos, como estamos, a la debilidad pusilánime de organismos internacionales. Volveremos a buscar cordura y quizás alcancemos una frágil normalización. Pero, ineludible, volverá la tirantez porque siempre les hemos servido como distracción en momentos de crispación interna.
¡No nos quejemos tanto! Más que nosotros, es el torturado pueblo de Nicaragua la víctima más atormentada de su infortunio político. Nada nicaragüense nos es ajeno. La tiranía recurrente en Nicaragua es mutua piedra de Sísifo. Claro, ellos la sufren más, pero el eco de su tragedia siempre nos atañe.
La autora es catedrática de la UNED.