Durante 20 años, miles de madres vieron a sus proles partir a la guerra. 775.000 soldados hicieron el tour de Afganistán. Más de 2.000 de ellos no regresaron. 20.000 volvieron heridos o mutilados. Muchos más quedaron con la carga insoportable de aquel infierno. A muchas guerras se marcha con un entusiasmo que se marchita en las trincheras. Así es la guerra. Despierta extraño entusiasmo en el agresivo animal humano que piensa que todo se resuelve a balazos. En noches frías el soldado se cuestiona la razón del sacrificio. En Afganistán la respuesta es muda.
Leitmotiv para la guerra que hoy termina fue el atentado de las Torres Gemelas, en 2001. El Talibán había convertido al país en plataforma de Al Qaeda. El propósito original era destruir ese nido terrorista desde donde se fraguaban atentados. El Talibán fue derrocado, Al Qaeda expulsado y Bin Laden ejecutado. Pero pretextos e intereses sobran para seguir las guerras. De extirpar el terrorismo se pasó a edificar a tiros la democracia; proteger a la mujer y construir una cultura de derechos humanos con drones que bombardean inocentes. Afganistán pagó la guerra con más de 100.000 civiles. A Estados Unidos le costó más de $825.000 millones. Con sólo 16% para obra civil. Medios a contrapelo de sus fines. Misión imposible.
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La guerra no podía ser ganada. $1,5 millones diarios no mermaron el flujo de heroína que igual alimenta al Talibán que al gobierno de Kabul. El Talibán perseguido se refugiaba en Pakistán y volvía a la carga. ¿Invadir Pakistán? Absurdo. En Vietnam, invadir Camboya solo extendió el conflicto. Dicen que hacer esto o aquello habría dado otro resultado. No es cierto. ¡De un disparate no se sale airoso! Sólo queda cortar pérdidas y Biden lo hizo.
Librarse de Al Qaeda era justificado, pero no más años de sufrimientos sin salida. Después de Bush, Obama y Trump sin librarse de esos mecates, Biden cortó de tajo el nudo gordiano. Se va o se va, incondicionalmente, casi disparado, de Afganistán. La caída inevitable de Kabul no lo detiene. Otrora fue Saigón. Estados Unidos pareciera condenado a repetirse. La sana decisión de Biden no recibe aplausos. Es una confesión inconfesable de un fracaso y nadie celebra una derrota.
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La autora es catedrática de la UNED.
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