La aceleración es el rasgo más distintivo de la historia. Los tiempos de cambio pasaron de millones a miles de años, de siglos a décadas y, ahora, a disrupciones anuales. Con espoleada velocidad, los avances científicos y tecnológicos empujan transformaciones sociales, culturales y laborales que contrastan con la parálisis de los entornos políticos. La inercia de la cosa pública choca con la locomotora del progreso.
En Costa Rica, la modorra llega a extremos “excepcionales”, en peyorativo. En el 2019, nos vimos al borde del abismo. Pero, en la inminencia de la insolvencia, se tuvo el valor de hincar un diente en la fiera agigantada de los intereses creados con desidia en todas las estructuras del Estado. ¿Marcará esa sorpresiva voluntad de concertación sin filibusterismos el horizonte del mapa político del 2020?
Quisiera ser optimista, pero la triste sepultura del proyecto CERRAR nos dice otra cosa. Con un pie fuera del precipicio, pareciera que la inercia regresó por sus fueros. Hoy por hoy, prevalece la fatiga administrativa y no se avistan movimientos de adaptación a la modernidad. Quedó corta la primera embestida de control del gasto, cuando una enciclopedia de abandonos anuncia la urgencia de golpes de timón, que no se vislumbran.
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El contrato social se ha jugado con los dados cargados. Urgen políticas que nivelen la cancha para los sistemáticos perdedores de políticas productivas desequilibradas y políticas sociales dispersas y desarticuladas. La acumulación de disfuncionalidades no se resuelve a pellizcos. De nuevo, es de esperar resistencia feroz en todas las trincheras de los intereses creados. Por eso, lo más fácil es no hacer nada. Nuestra aversión endémica al cambio nos pone en riesgo de no hacerlo a tiempo.
Las llamas de la insatisfacción en otros lares nos advierten sobre la necesidad de rectificar curso y, al mismo tiempo, el peligro de acciones precipitadas. Por eso, la necesidad de transformaciones estructurales obliga también a la cautela. Frágil e imperfecta, nuestra democracia necesita convivencia pacífica para reformarse y coraje político para intentarlo. Vivimos tiempos delicados. El día reclama audacia y prudencia. El 2019 nos enseñó que no son incompatibles.
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La autora es catedrática de la UNED.