No existe palmo de cuerpo social exento de miseria. Lo fiscal no lo es todo. La pandemia desnudó un cuerpo ya dañado por miles de abandonos.
Al aprieto financiero se suma un concentrado de descuidos, resultado atroz de habernos endeudado sin eficiencia. Gastamos en educación fallida. Gastamos en pobreza galopante. Gastamos y gastamos, sin rendir cuentas de resultados.
Resolver la crisis de las finanzas públicas exige esfuerzos colectivos. ¡Los haremos! Somos un pueblo solidario. Pero los sacrificios deben tener sentido, proporción, análisis de impacto y concordancia según ingresos.
No se valen improvisaciones a trocha y mocha, tratando tieso y parejo a todos. Rebajar jornadas impacta a la Caja, Fodesaf y pensiones. ¿Por qué no la idea original de impuestos solidarios y progresivos sobre ingreso neto? ¿Y las cooperativas exoneradas, pensiones de lujo y altos funcionarios perdonados?
Pero aquí se juega mucho más que el aporte del empleado público. Eso no resuelve la deuda democrática. Podríamos exprimirnos hasta el hueso para salir de la insolvencia, pero eso no salda la deuda con el pobre, sin seguro de salud ni ahorro de pensión. Tampoco, la deuda de desperdicios, de instituciones obsoletas, competencias duplicadas, ineficiencia estructural y abandono de empresas abrumadas de cargas y trámites. Hay que reinventarse en todo.
La pandemia es ocasión única para repensarnos. No lo estamos haciendo. Es un momento duro, pero privilegiado para buscar lucidez. ¿Quedará sin consecuencias el crimen de niños sin conectividad habiendo Fonatel tenido obligación, tiempo y recursos para saldar esa deuda educativa? ¿Y la deuda de sensatez de diputados que en vez de CERRAR quieren más bien ABRIR nuevas instituciones de desperdicio solidario? Es poco coherente mantener el inmutable sobreprecio del arroz estrujando bolsillos que están ya sin ingresos.
Y podría seguir hablando de otras deudas. Que nos digan ya cómo los sacrificios de hoy reanimarán el bienestar de mañana. Eso está escondido.
Falta mucho cerebro, más que recortes, por necesarios y urgentes que sean. Las preguntas nos acosan, las respuestas nos eluden. En tanta angustia por tantas causas, nada más desesperante que ir sin rumbo. Por eso, ¿adónde vamos?
La autora es catedrática de al UNED.