En 1958, en Costa Rica había 1.992 personas jubiladas por el Magisterio Nacional, de las cuales 1.742 laboraron como educadores de primaria, 148 se desempeñaron como profesores de colegio o de la Universidad de Costa Rica (UCR) y 102 trabajaron como porteros.
Aunque no se dispone de la distribución por género, es casi seguro que la mayoría de los jubilados de primaria y de los porteros eran mujeres, mientras que entre el profesorado la ventaja correspondía a los varones.
Considerar la especificidad de género es relevante por lo siguiente: el 73 % de quienes laboraron en primaria y todos los porteros tenían jubilaciones inferiores a la mitad de la pensión más elevada. En contraste, solo el 31 % de los profesores se encontraban en esa situación.
Coberturas. Tal diferencia en el monto de la jubilación era resultado de que, en esa época, los salarios de los profesores de colegio y de los docentes universitarios eran dos o tres veces mayores que los de los maestros de escuela.
Ciertamente, esa diferenciación, cuyo origen se remonta al siglo XIX, era un indicador claro de la discriminación salarial en contra de las mujeres, que se expresaba en la contraposición entre un mercado laboral feminizado en primaria y otro masculinizado en la enseñanza secundaria y superior.
Sin embargo, también esa diferencia era producto del desigual alcance de las coberturas educativas: si en 1958 casi el 88 % de los niños de siete a 12 años asistían a la escuela, solo el 19 % de los jóvenes de 13 a 17 años estaban matriculados en el colegio, y únicamente el 2,1 % de las personas de 18 a 24 años iban a la UCR.
Escala. Precisamente porque las coberturas en la enseñanza secundaria y superior eran tan bajas, los cuerpos docentes eran muy pequeños; por tanto, era posible remunerarlos mejor y evitar así que los varones desertaran de la docencia (como ocurrió en primaria a finales del siglo XIX).
De hecho, hasta inicios de la década de 1950, la UCR mantuvo una escala de salarios similar a la de los colegios. Posteriormente, estableció una propia, con dotaciones más elevadas para atraer académicos extranjeros y retener a los nuevos cuadros de profesores formados en el exterior.
Hacia 1958, había una persona jubilada por el Magisterio por cada 594 habitantes, una proporción explicable porque, en ese entonces, las coberturas en la enseñanza secundaria y en la superior no se habían expandido y la población del país era predominantemente joven.
En correspondencia con esas limitaciones en la cobertura de los niveles educativos que concentraban los docentes mejor remunerados, las pensiones del Magisterio representaban apenas el 0,3 % por ciento del Producto Interno Bruto (PIB).
Comparación. Al comparar los datos de 1958 con los del 2018, resulta que en este último año había 49.967 personas jubiladas por el Magisterio Nacional, para un promedio de un pensionado por cada cien habitantes, una proporción casi seis veces superior a la de sesenta años antes.
Sin duda, los tres factores que más influyeron en este cambio fueron la expansión de los niveles educativos, especialmente en preescolar, secundaria y universitaria, la disminución de la fecundidad y el envejecimiento de la población.
Como era de esperarse, la proporción de las pensiones del Magisterio con respecto al PIB también se incrementó, al alcanzar en el 2018 alrededor de un 1,7 % (estimado), casi seis veces más que en 1958.
Ahora bien, al comparar el PIB per cápita a precios constantes entre 1958 y el 2018, resulta que creció casi cuatro veces, un indicador de que el valor de las jubilaciones del Magisterio creció mucho más que la productividad del país.
Brecha. El cuadro siguiente permite conocer mejor esa brecha entre valor y productividad, al contrastar la distribución de las jubilaciones según su monto (el cálculo respectivo se hizo en colones corrientes del 2018).
De inmediato, el dato que más resalta es que la proporción de personas con jubilaciones iguales o inferiores a medio millón de colones disminuyó extraordinariamente, al pasar de 80,4 % en 1958 a 19,7 % en el 2018.
Tal descenso fue resultado de dos procesos diferentes, pero complementarios: por un lado, el incremento en los sueldos como reconocimiento a la obtención de títulos cada vez más altos por parte de los docentes (en 1958, había elevadas proporciones de maestros y profesores que no estaban titulados o tenían solo diplomas elementales); y por otro lado, el aumento de los salarios.
Aunque menos evidente, pero igual de relevante, es el dato de que, en el 2018, pese a esa mejora salarial, el 82,2 % de las personas jubiladas por el Magisterio recibían pensiones inferiores al máximo que otorga la Caja Costarricense de Seguro Social: poco más de millón y medio de colones.
Distorsión. El principal factor de distorsión en las jubilaciones de los educadores han sido las pensiones iguales o superiores a los tres millones de colones: quienes reciben esas sumas representan apenas el 3,6 % de las personas, pero se apropian del 14,8 % del valor total de las pensiones del Magisterio.
La ventajosa posición en que se encuentra este pequeño grupo de personas contrasta con la situación de casi el 20 % de los pensionados, quienes se reparten apenas el 6,8 % del valor de las jubilaciones.
Dicha desproporción es la principal responsable de que el coeficiente Gini (que mide la desigualdad en una escala de 0 a 1, donde 0 representa una igualdad absoluta y 1 una desigualdad absoluta) pasara de 0,17 en las pensiones de 1958 a 0,25 en las del 2018.
Origen. Históricamente, el origen de esa desigualdad se puede ubicar en la década de 1950, cuando la UCR, para responder a demandas inherentes a su funcionamiento, estableció su propia escala de salarios, superior a la del Ministerio de Educación Pública, y el Estado costarricense no hizo nada para evitar que los funcionarios universitarios se acogieran a los beneficios de un sistema de pensiones diseñado para docentes de primaria y secundaria.
Si del cuadro adjunto a este artículo se excluyeran los jubilados universitarios (tanto de la UCR como de las otras instituciones públicas de enseñanza superior), la estructura del sistema de pensiones del Magisterio en el 2018 se asemejaría todavía más a la que había en 1958.
La principal diferencia sería la redistribución de los jubilados del rango más bajo de pensión a los dos siguientes, un desplazamiento acorde con la mejora en el nivel de titulación de los docentes, el incremento general de sus salarios y el aumento en la productividad.
En pocas palabras: las jubilaciones de los educadores que laboraron en los niveles preuniversitarios mejoraron en proporción al desarrollo de un país que era decisivamente rural y agrícola en 1958 y ahora es predominantemente urbano y con una economía dominada por el sector servicios.
El autor es historiador.