De un lado, la prevalencia de la “cultura sicaria”: la mayoría de las críticas de las personas que se interesan en el papel de ese ministerio, así como de los medios de comunicación que informan y debaten sobre lo que está sucediendo —como siempre debe ser su papel—, son “masacradas” por la retórica que inició el propio presidente de la República y sus personas más cercanas, cuando literalmente los calificaron de “sicarios” y “prensa canalla”.
Del otro, una tendencia a no prestar atención a aquellos argumentos de la gente común y corriente que simpatiza con el mandatario y que pudieran contener algo que merezca ser escuchado, porque dicen algo de verdad.
Por el contrario, prevalece una tendencia hacia la confrontación polar que, al final, solo le hace el juego a esa cultura sicaria, que, en otro plano, viene cobrando un número creciente de vidas y deteriorando la seguridad del país, como lúcidamente analizó la expresidenta Laura Chinchilla en una reciente entrevista.
En un programa de debates escuché, por ejemplo, en medio de la refriega, el argumento de un oyente quien intentó razonar antes de ser acribillado por los troles: planteó que debía analizarse por qué el mayor porcentaje del presupuesto del sector se iba en salarios y en otros gastos administrativos y solo la diferencia se dedicaba realmente a apoyar a las personas y empresas que se dedican al arte y la cultura.
Interesantemente, ese patrón de gasto se reproduce en muchas instituciones públicas. Y esto, unido al hecho de que las personas y grupos que están “incluidos”, —es decir, que son cercanos a, o partícipes de, la toma de decisiones o del poder de turno—, reciben los mayores beneficios, ha contribuido a la producción de la cultura del resentimiento y la venganza social que —agudizada por el sentimiento de fin de mundo que nos generó la pandemia—, terminó por aupar al actual gobierno.
Si bien es razonable que los salarios y otros gastos administrativos tengan un peso importante en las instituciones, dado que la gran mayoría de ellas ofrece servicios y esos servicios los presta el funcionariado público, también existe una conciencia social de los abusos y de las prácticas excluyentes que se convirtieron en parte del statu quo del bi y del tripartidismo.
Esta conciencia no debe ignorarse. Pero tampoco quienes simpatizan con el presidente deben engañarse ante el hecho de que el actual gobierno está favoreciendo a “los suyos” —a sus financistas de campaña— exactamente igual a como afirma que hicieron los partidos tradicionales.
La cultura del resentimiento y de la venganza termina siendo solo eso, “sicariato”, es decir, destrucción: no deja espacio para el conocimiento técnico ni para la razón, como sería sopesar la experiencia y tomar acciones técnicamente sustentadas para corregir aquello que terminó distorsionando la cultura política, Pero también rescatando, manteniendo y valorando lo que sí funciona bien; es decir, dando espacio y reconocimiento a la experiencia en medio de los extremos mortíferos.
La exclusión —como una pandemia— también es un poderoso sentimiento apocalíptico: cuando no hay algo que perder ni nada que ganar, la vida se vuelve una ruleta rusa. (Literalmente, añadiré, porque en términos geopolíticos, ya sabemos a quienes conviene hoy deteriorar a Costa Rica y a su sistema democrático, que simbólicamente cumplió un papel de marcador de la diferencia en Centroamérica y que ahora quiere ser reemplazado por la bukelización).
Prestemos atención
Desde antes, incluso, de la instauración de la Segunda República, el Estado costarricense financia programas para combatir la pobreza y la desigualdad, los cuales apoyan a poblaciones vulnerables, si bien es mucho, todavía, lo que debe mejorarse.
Más allá de los excesos de la lengua contra “el neoliberalismo y los organismos económicos internacionales”, el país siguió siempre su propia vía, aunque igual que cualquier otro en el mundo, tuvo y tiene que jugar el juego cíclico del sistema con períodos de ajuste y de expansión del gasto público (recomiendo revisar “Empleo, crecimiento y equidad”, de la Anabelle Ulate -compiladora-, tanto como los trabajos de Eduardo Lizano).
Pero el país nunca cayó en alguno de los extremos teóricos del antagonismo económico, sino que mantuvo su propio sello prosocial y democrático independientemente del gobierno de turno, algo que ahora trata de hacer la administración Biden (recomiendo el reciente artículo de Ottón Solís al respecto).
Por ejemplo, la reforma fiscal del 2018 —que incluyó la regla fiscal— y la reforma salarial del empleo público fueron necesarias para frenar los abusos del pasado. Estas leyes se pueden modificar y mejorar para que no se vuelvan injustas y no se conviertan en un lastre para los períodos en que se requiere dinamizar la economía, pero se comete un grave error cuando ni siquiera se reconoce que existieron abusos y se pretende regresar al status quo, algo que sería autodestructivo para el país.
Así, en una variante de la fábula de las abejas, de Mandeville, podemos “llenarnos la boca” defendiendo el Estado Social, cuando lo que en verdad buscamos es nuestro propio interés. Porque el ser humano no solamente puede ser muy desagradable, sino extremadamente perverso y hacer pasar lo uno por lo otro.
No a la ‘suma cero’
Hoy, además de amenazas como el cambio climático y el crimen organizado, encaramos también el desafío de la exclusión por el impacto arrollador de la cuarta revolución tecnológica o científico técnica, que deja “afuera” a una porción de la juventud costarricense —alguna de la cual ya puede haber optado por la ruleta rusa que le ofrece el crimen organizado—.
Y si los datos y la interpretación de Thomas Piketty (“El capital en el siglo XXI”), son correctos, este proceso de transición tecnológica puede producir muchas bajas más —y de todas las edades— en su camino, antes de convertirse en el nuevo motor de la economía mundial.
En este contexto tan desafiante, tomar individualmente la decisión consciente de no promover ni participar de la “cultura sicaria” en el plano de la retórica, sino de hacer el esfuerzo por escuchar la verdad que está presente en los argumentos del otro, puede ser un muy buen primer paso para razonar conjuntamente las mejores salidas para el país.
La autora es doctora en Estudios Sociales y Culturales, socióloga y comunicadora. Twitter @MafloEs.