Paralizar un país

Albino tuvo el delirio de intentar replicar, con él a la cabeza, un nuevo combo, y fracasó.

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El mayor peligro interno al que se puede ver expuesto un país es una guerra civil. Para que se desate, debe existir una radical e irreparable escisión política entre dos segmentos de la población y graves violaciones al entramado constitucional. Ninguna guerra civil de la historia universal se ha detonado por asuntos de pequeña monta o porque así lo decidieran de manera caprichosa unos cuantos dirigentes políticos.

Después de una guerra civil, el mayor daño que puede sufrir un país es su paralización. En principio, no hay manera de paralizar una nación a menos que virtualmente todos sus habitantes así lo deseen. Ha habido casos, como el del combo del ICE en el 2000, cuando la gran mayoría de los costarricenses reaccionaron contra ese proyecto y crearon una seria disrupción en muchos lugares del territorio nacional, que terminó con el gobierno de rodillas y la muerte del proyecto.

En el programa Matices, de radio Monumental, su director, Randall Rivera, entrevistó a Albino Vargas varios días antes de la huelga. Con no disimulado gozo y firmeza, en varias ocasiones, Albino expresó que iban a una huelga general y a paralizar el país. Está claro que la meta de Albino y su gente era traerse abajo la Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas, pero sin ningún empacho lanzó también el objetivo-amenaza de paralizar el país.

Albino tuvo el delirio de intentar replicar, con él a la cabeza, al menos un nuevo combo.

Misterio. ¿Qué anida en el alma y la mente de un ciudadano que se arroga el derecho divino o humano de paralizar un país? ¿Qué resortes psicológicos o ideológicos lo impulsan a decir, con patética arrogancia, que él y su gente tienen el derecho de cercenar las libertades de cinco millones de seres humanos? ¿En nombre de qué se cree capaz de arrastrar a todo un pueblo a la inacción de sus labores, de sus estudios, de sus ocios y necesidades sociales?

Quizá Albino soñó de joven con hacer la revolución, aquella con la que soñó tanto muchacho, que iba a crear una sociedad y un hombre nuevo.

Quizá soñó con la noble idea de un país sin clases y sin diferencias sociales y económicas, y es probable que haya sufrido amargamente el aparatoso fracaso del socialismo real. Pero hay enfermedades juveniles que nunca se curan, y ya pensionado, con un nuevo aire existencial, soñó que tenía el derecho y la capacidad, como un moderno Júpiter tonante, de trastocarles la vida a todos los costarricenses y fijar el rumbo de la nación, sin necesidad de tener ninguna representación política ni tener que adentrarse en la montaña con un fusil en el hombro.

La amenaza-propuesta de Albino era claramente sediciosa. No es solo cerrar una o varias calles, o paralizar instituciones públicas que brindan servicios esenciales, o interferir en la vida personal y laboral de decenas de miles de ciudadanos; era paralizar a toda Costa Rica.

La responsabilidad política y jurídica de este malhadado acontecimiento es clara y contundente. Quizá no es necesario llevar este acto sedicioso a los tribunales de justicia porque ya se dilucidó en un escenario mayor: el de la sociedad costarricense. Quizá, este es el precio que debemos pagar para que ningún Albino se atreva en el futuro a creerse dueño omnímodo de una nación y de sus habitantes.

Cada quien tiene derecho de hacer con su vida lo que desee, siempre que no dañe ni interfiera en los derechos de los demás.

Quien quiera hacer una huelga, que la haga, si posee suficiente fuerza laboral, sólidos argumentos y el amparo de la ley; pero ni Albino Vargas ni nadie tiene derecho a cercenarles a otros sus derechos, y menos a detener la vida de toda una nación.

victorramza@gmail.com

El autor es analista político.