Una virtud de los optimistas -de acuerdo con un reciernte artículo de Time sobre cómo influye el factor emocional en el éxito de las personas- es su convicción de que los errores pueden corregirse y las cosas mejorar.
Caso contrario, los pesimistas no tienen deseos de cambio y la desesperanza los postra en el fracaso.
De allí que la encuesta de La Nación y Unimer, que recoge las opiniones de los costarricenses sobre el gobierno del presidente José María Figueres y otros ámbitos de la política nacional, debe preocupar a quienes están en el poder como a los que ven los toros desde la barrera.
Para la mayor parte de los encuestados, en todo el territorio nacional, el Gobierno actual carece de liderazgo, no tiene una política económica clara, no hay logros que atribuirle, comete errores importantes, su labor es mala o muy mala y, en general, estamos peor que con Rafael Angel Calderón.
En lo personal, los encuestados se ven a sí mismos y a sus familias en condiciones peores que en años y administraciones anteriores y, lo más grave, no guardan ninguna esperanza de que las cosas mejoren.
Igual escepticismo muestran con respecto al futuro del país y a las posibilidades de solución que podrían brindar las dos agrupaciones políticas mayoritarias: el Partido Liberación Nacional (PLN) y el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC).
Costa Rica es, pues, un país de agoreros.
¿Las causas? Muchas, incluidas las medidas drásticas que procuran reducir el déficit fiscal, hacer más eficiente el Estado y resolver otro montón de problemas crónicos.
Las intenciones y decisiones pueden ser positivas, pero no suficientes. Aquí y en cualquier parte, a la gente hay que convencerla de las bondades de un proyecto. Lo opuesto es imposición. Y a los ticos, eso no nos gusta.