Costa Rica tiene como moneda el colón y, aunque casi la mitad de las transacciones financieras están en dólares, se insiste en promover la desdolarización. Al menos así lo indican las políticas promovidas por los reguladores financieros y el Banco Central.
Pero, paradójicamente, el gobierno cuyos pagos internos, en su mayoría, los hace en colones, ha tomado la decisión de endeudarse en dólares para gastarlos en moneda local. Medida en sentido contrario a las recomendaciones hechas a la gente.
La razón, nos dice la ministra de Hacienda, Rocío Aguilar, es que financiando el déficit con moneda extranjera nos ganaremos unos dos puntos porcentuales en la tasa de interés, pues, por cada $1.000 millones que coloquemos, pagaremos $20 millones menos que si los captáramos en moneda nacional. Además, las tasas de interés bajarán, y eso ayudará a la reactivación. Hasta ahí, la lógica parece funcionar.
Dinero para gastar. Si esos recursos se emplearan en pagos al exterior, para los cuales el gobierno debería captar colones para, luego, comprar las divisas, el mecanismo funcionaría. Pero parece no ser así. El gobierno necesita los dólares que trae del exterior (en una proporción mayoritaria) para pagos internos, como salarios, aguinaldos y los intocables gastos de las universidades y el Poder Judicial.
¿Qué hace entonces? Vende los dólares que trae al Banco Central y este emite colones para que el gobierno los gaste. El trueque puede tener consecuencias desastrosas para la economía y, de hecho, ya las está teniendo. Me atrevería a creer, incluso, que es una de las causas de la caída en la producción y el aumento del desempleo.
¿Por qué? Todo depende de lo que el Banco Central haga con los dólares comprados al gobierno. Si sigue la política que se infiere de las declaraciones del presidente, Rodrigo Cubero, dadas a principios de abril a La Nación, simplemente los acumularía en reservas monetarias para evitar que esos dólares se fueran al Monex, causaran un exceso de oferta de divisas y revaluaran el tipo de cambio.
Pero ahí está el detalle, como decía Cantinflas. Cuando el Central compra dólares, emite colones. Esa emisión en moneda nacional nos pone en riesgo de más inflación y, probablemente, aumento de la demanda de dólares por parte del sector privado, lo cual presiona la devaluación de la moneda. Si el Banco Central no quiere esos efectos, entonces debe correr a vender bonos de estabilización para retirar de circulación los colones emitidos.
Pero aquí viene lo contradictorio: a consecuencia de tales medidas, las tasas de interés internas sufren presiones al alza, así, se pierde uno de los objetivos del financiamiento externo, el cual era evitar que subieran las tasas de interés. Pero, aún peor, por los bonos de estabilización, el Banco debe pagar elevadas tasas de interés.
En otras palabras: los dos puntos que se pretendía ganar, se pierden, y con creces, con los costos adicionales en que deberá incurrir el Banco. Es decir, es contraproducente. Hubiese salido más barato al país simplemente que el gobierno aceptara la realidad y se endeudara internamente en colones (aunque fuese a tasas obscenas).
Claro que podría ocurrir que a tasas tan altas atrajera mayor cantidad de capitales golondrina, los cuales posiblemente inundarían el mercado cambiario. Mas este tipo de especulación es solo para tahúres profesionales.
Revaluación del tipo de cambio. La otra opción que tendría el Banco, y pareciera es la que, voluntaria o involuntariamente, está ocurriendo, es que buena parte de esa captación de recursos en dólares terminen vendiéndose en el mercado cambiario, lo cual produce una revaluación del tipo de cambio.
Como resultado populista, es muy atractivo: ¿A quién no le gusta que baje el tipo de cambio y que de inflación pasemos a deflación?
¡Ah, sí, ya me acordé! Efectivamente, hay quienes sufren con este resultado: los exportadores pierden competitividad de manera acelerada, reducen su producción, despiden empleados y aumentan el desempleo y la pobreza.
También pierden los productores locales, pues se abaratan tanto los productos importados que todo mundo compra porque están a precios de ganga. Resultado: también hay despidos.
Como quienes se quedan sin trabajo no compran, las ventas de todo tipo disminuyen y el comercio, la construcción y toda la cadena productiva también sufren. Así, entramos en una fase depresiva que no se arregla ni dejando los encajes bancarios en cero: no es un problema de falta de recursos prestables; es de falta de demanda, pues la gente sin ingresos, desempleada o en riesgo de serlo, no es sujeta de crédito.
¿Se habrán dado cuenta el Ministerio de Hacienda y el Banco Central de que esta combinación perversa de endeudamiento externo y revaluación cambiaria está acabando con nuestra estructura productiva?
Deben recapacitar, así como los diputados, antes de embarcarse, el próximo año, en una nueva emisión de eurobonos.
El autor es economista.