Se dice comúnmente que cuando soñamos en un idioma que no es el nuestro, es porque dominamos verdaderamente ese idioma.
Un idioma que es distinto al que nos ha acompañado durante todos los días de nuestra vigilia. Desde la primera palabra que escuchamos de nuestros padres hasta la primera palabra que balbuceamos siendo niños; desde la primera frase que leímos en la escuela hasta la primera novela que leímos en el colegio; desde la primera tesis que escribimos en la universidad hasta la primera entrevista de trabajo que tuvimos.
Todas esas etapas marcaron indefectiblemente en nuestras vidas el idioma que hasta hoy nos acompaña. Pero el idioma no solo nos acompaña cuando estamos despiertos y conscientes, lo cierto es que también nos acompaña cuando estamos dormidos y en un estado de inconsciencia.
Es precisamente en ese momento, entre la fantasía y la realidad, y en el que no tenemos control alguno sobre nuestras palabras ni nuestras frases, cuando se manifiesta el verdadero dominio que podemos tener de otro idioma.
Son muchos los costarricenses que han tenido la oportunidad de hablar en sus sueños en inglés o en francés, en alemán o en italiano, y muy pronto en mandarín.
Cristalizar anhelos. La misma oportunidad merecen todos los niños y jóvenes de nuestro país. Pero más que la oportunidad de soñar en otros idiomas, me gustaría que en su despertar tengan el privilegio de poder comunicarse en los idiomas que soñaron.
Como nación, si queremos alcanzar algún día ese despertar, debemos cumplir dos tareas pendientes e inaplazables: debemos elevar las expectativas y la capacidad de soñar de nuestros niños y jóvenes y debemos también darles las herramientas para que puedan cumplir esos sueños.
La tarea por elevar las expectativas de nuestra juventud es una condición esencial para elevar las expectativas de desarrollo de Costa Rica.
Es imprescindible que reconozcamos que las realidades de los hombres y las mujeres del mañana dependen en gran medida de los sueños de los niños y los jóvenes de hoy.
No hay país más pobre que aquel en el que sus habitantes dejan de soñar; que aquel en el que sus niños cambian universos de imaginación por un trabajo indigno; que aquel en el que sus jóvenes renuncian a tener más conocimientos por tener más bienes superfluos.
El día en que nuestro país sea pobre en sueños será también pobre en economía, pobre en cultura, pobre en salud y, peor aún, pobre en espíritu. Y, si no queremos un país pobre para los niños y los jóvenes de Costa Rica, debemos trabajar por un lugar donde nunca se extingan las oportunidades para soñar.
Nuevas generaciones. Trabajar por un país en el que nuestros niños se atrevan a soñar más allá de las condiciones que sus padres y que sus abuelos les heredaron.
Trabajar por un país donde nuestros jóvenes se atrevan a soñar con leer a Shakespeare en inglés, a Voltaire en francés y a Goethe en alemán.
Trabajar por un país donde nuestros profesionales se atrevan a soñar con trabajar en las mejores empresas del mundo y en las más prestigiosas organizaciones internacionales.
Trabajar por un país donde nuestros jóvenes se atrevan a soñar con conocer los rincones más alejados y más hermosos del planeta.
Trabajar por un país donde nuestros niños tengan la capacidad de comunicarse en otros idiomas y sin problemas más allá de nuestras fronteras.
Trabajar por un país donde todos estos sueños dejen de ser sueños y se vuelvan realidad.
De nada sirve que impulsemos las expectativas de nuestros jóvenes si no les damos los instrumentos para cumplirlas.
Una niña en una hermosa canción argentina nos dice «¿pa’qué voy a tener hambre si no tengo que comer?». De nada sirve tener un país hecho de sueños si no tenemos cómo hacerlos realidad.
Oportunidades. Tiene que existir, por lo tanto, algo capaz de conectar los sueños de nuestros jóvenes con las oportunidades que ofrecen nuestras empresas.
Esa fue la razón por la cual durante mi segunda administración presenté al país el Plan Nacional de Inglés. Hoy los jóvenes están más conscientes de la importancia que tiene el inglés para su futuro bienestar y el de sus familias.
Recuerdo la primera vez que entré a una clase de inglés en el colegio Saint Francis. Yo venía de una escuela pública, de la escuela República Argentina en Heredia.
A pesar de que me había preparado con algunos de los libros en inglés de la biblioteca de mi padre, intentando leer los versos de Walt Whitman y de Henry Wadsworth Longfellow, mi sueño por aprender inglés no fue fácil de alcanzar. Pero gracias a que me preparé en la biblioteca de mi padre y a que luego aprendí inglés en el colegio, fue más fácil para mí asistir a una universidad en un país de habla inglesa y continuar mis estudios hasta terminar mi doctorado.
Estoy seguro de que si les brindamos a nuestros niños y a nuestros jóvenes la oportunidad de aprender inglés las posibilidades de que su futuro sea exitoso serán infinitamente mayores.
Dice Henry Wadsworth Longfellow en uno de sus poemas: «The sky is filled of stars / invisible by day». Al igual que esas estrellas, los sueños de nuestros niños y nuestros jóvenes son invisibles mientras están despiertos. Pero así como la noche hace que las estrellas vuelvan a brillar, la oportunidad de hablar otros idiomas hará visibles para ellos sus sueños.
El autor es expresidente de la República.