En todo mercado libre, en el cual existe demanda de un bien o servicio, surge una oferta. Todos saben cuál es la ocupación más antigua del mundo. En Pompeya, ciudad italiana sepultada por el volcán Vesubio en el año 79 de nuestra era, existía una sección llamada El Lupanar. Ahí, esclavos de uno y otro sexo, traídos de países vecinos, ofrecían sus servicios. En Pompeya, la prostitución no estaba prohibida y dicha área, ubicada en la parte más vieja de la ciudad, es la que más cantidad de visitantes curiosos atrae actualmente.
Sobran los ejemplos de otros peculiares servicios. En sociedades en las que se considera impropio no sufrir por la muerte de un amigo o familiar, muchos solían contratar plañideras o mujeres cubiertas con velos oscuros cuya labor era llorar en los entierros. El servicio era todo lo elaborado que el cliente quisiera: varias lloronas hasta fingían haber sido amigas del fallecido y comentaban detalles personales sobre quien estaba en el ataúd. Como ello demandaba estudio previo, el precio del trabajo era más elevado que el estándar.
Se cree que desde el año 1.500 a. C. hubo oferta de plañideras en Egipto. En San Juan del Río, Querétaro, México, se celebra un concurso de plañideras como parte del festival anual del Día de los Muertos. El próximo tendrá lugar a finales de octubre. El director del Instituto de Cultura, Juventud y Turismo de San Juan del Río explicó que “la convocatoria está dirigida únicamente a mujeres, quienes deberán llorar al muerto durante algunos minutos y convencer al jurado de que su sufrimiento es real, como hacían las plañideras de antaño”.
El posible truco de Sinatra. Cuentan que Frank Sinatra, Ol´ Blue Eyes, quien al inicio de su carrera fue cantante de orquesta, no sobresalía y, por eso, decidió convertirse en la atracción principal. Su popularidad entre las quinceañeras le ayudó a triunfar como solista.
En 1943, durante una actuación en el Teatro Paramount de Nueva York, unas 40.000 fanáticas colapsaron las calles colindantes del edificio. Sinatra sabía que debía ser capaz de sobresalir en ciudades grandes, donde nunca duermen, pues si triunfaba en ellas lo haría en cualquiera otra. ¿Recuerdan New York, New York? En lo sucesivo, las grandes orquestas lo acompañarían, no él, a ellas.
Lo que no se sabía, y quizá se trate de una historia apócrifa, es que Sinatra utilizaba una agencia que pagaba a un grupo de señoritas para que lo siguieran y aplaudieran sus actuaciones. ¿Qué tiene eso de malo? Un mercadólogo diría que nada, pues solo se trata de gastos promocionales.
Vino y copistas. En Europa, algunos empresarios vinícolas compran a empleados de renombrados restaurantes botellas de vino de altísima calidad, y por cada una pagan doscientos y más euros. Lo interesante es que se trata de botellas vacías, que los citados empresarios llenan con vino de inferior calidad a la indicada en las etiquetas.
Esas botellas, con el correspondiente tapón de corcho, luego son vendidas a altísimos precios a clientes esnobs, adinerados, pero desconocedores de vinos.
No pocos se han convertido en artistas en reproducir muebles antiguos y pinturas de mediana fama. Hay otros quienes, como un personaje de una de las novelas de Umberto Eco, no se consideran falsificadores, pero por un monto razonable hacen copias de documentos auténticos (relativos a herencias, donaciones, contratos de compraventa de propiedad inmueble, etc.) que por algún trivial accidente nunca llegaron a ser producidos.
Timo de Anna. Recientemente, dos noticias han acaparado la atención en los Estados Unidos. Una está relacionada con una muchacha alemana, nacida en Rusia de padres humildes, de 28 años, llamada Anna Sorokin, de apariencia atractiva, quien durante tres años fingió llamarse Anna Delvey y ser heredera de una fortuna de 70 millones de euros.
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Con el apoyo de tarjetas de crédito, Anna decidió darse una vida de millonaria, hospedarse en hoteles de cinco estrellas, cenar en los más renombrados restaurantes, viajar en jets privados y vestir de alta costura (Balenciaga, Alaïa, Celine).
Interactuó con banqueros, emprendedores, personas influyentes y trató de obtener un préstamo por $22 millones para financiar un exclusivo club en Park Avenue, Nueva York, que tendría una sección de arte moderno.
En una ocasión, invitó a una amiga a un viaje con todo pagado a Marruecos, a vacacionar en una villa que costaba $7.000 la noche, y a su regreso le mandó a cobrar $70.000 por los gastos incurridos. Su amiga, que tampoco era tonta, aprovechó para vender su historia a una revista y hasta publicó un libro, lo cual se cree le produjo ingresos por casi $600.000. Anna fue acusada de múltiples fraudes y en Nueva York enfrenta un juicio.
El abogado defensor argumentó ante la Corte que, en principio, lo que Anna hizo no difería mucho de lo que décadas atrás había hecho Frank Sinatra para salir adelante. Como en los Estados Unidos las historias raras suelen tener muchos seguidores, varias empresas buscan comprar los derechos de estas para filmar películas.
Fraude escolar. La última por compartir en esta oportunidad tiene que ver con celebridades que han pagado fortunas a “asesores académicos” para ayudar a sus hijos a ser admitidos en universidades famosas, como Stanford, Southern California, Georgetown, UCLA y Yale. Lo interesante es que el servicio de esos asesores no consiste en ayudar académicamente a los candidatos para aprobar los exámenes de admisión, como uno esperaría, sino dar grandes mordidas a contactos en esos centros educativos para alterar los resultados de las pruebas y certificar calidades deportivas, y de otra naturaleza, que los aspirantes no poseen.
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Los pagos, desde $25.000 hasta $1.200.000, y mucho más, se disfrazaban de contribuciones a fundaciones fantasmas y, en otros casos, ni siquiera se disfrazaban. Un asesor llamado William Rick Singer, coach y motivador de gran pegue, creador de la teoría de las tres puertas, constituyó una compañía de “consejería y asesoría universitaria” y habría recibido pagos por $25 millones.
Singer sostenía que existen tres puertas por las cuales se puede entrar a una universidad: la del frente, la normal, por donde se ingresa con buenas notas y experiencia; la de atrás, la cual consiste en donar grandes sumas a la respectiva institución, y quizá ello les facilite la entrada a familiares de quienes las hagan. La tercera es la puerta de al lado, utilizada por él. Singer vendía a su clientela su “secreto” para, con certeza, ser admitido en alguna de un grupo selecto de instituciones de educación superior.
Ante el escándalo, las autoridades de las universidades involucradas anunciaron que los estudiantes admitidos por vías ilegítimas serán expulsados y los títulos de quienes se graduaron de esta manera serán anulados. ¡Tremendo favor de padres a hijos!
Y como se necesitan dos para bailar tango, en esto último conviene tener presente un poema de sor Juana Inés de la Cruz: “¿Cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar?”.
El autor es economista.