Una noche, un invierno, en alguna fecha de los años 70, leí el aviso de que Jean-Paul Sartre iba a participar en una mesa redonda sobre la dictadura brasileña.
A sabiendas de que el local se llenaría con mucho público: estudiantes, críticos, periodistas, adversarios, espías de aquí y de allá, y la legión de fanáticos sartreanos, previendo además que no sería fácil encontrar lugares, decidimos ir Milena y yo.
Quería conocer a Sartre en cuerpo y figura, el gran provocador en escena. Así, pues, dejé la redacción del Doktorarbeit un par de días.
El viaje desde Maguncia, no lejos de Fráncfort, duró casi diez horas en el abejón sin medidor de tanque de gasolina, zigzagueando por calles nevadas y bajo tormentas que recomenzaban una y otra vez. Nada más aventurero en nombre de la curiosidad filosófica y literaria.
Nos instalamos en el primer albergue donde había habitación en el barrio latino, uno de esos hoteluchos inspirados por la guía Europa a $5 diarios, y corrimos al local del gran debate. Llegamos apenas para conseguir espacio. Nos acompañaba mi tía Lilia.
Sartre habló con su peculiar discurso rico en matices argumentativos. Como leí en alguna parte: Sartre siempre está pensando, no deja nunca de pensar.
Su voz, su pluma no daban sitio a nada que no fuera sustancioso conceptualmente, con un estilo lúcido y bello, aunque el tema fuera el sucio horror de aquellos militares brasileños.
Sartre era un hombre de debate público, pero el carisma no le venía de la puesta en escena, sino de su talento. Como autor de muchas obras, novelas, teatro, largos y densos ensayos, artículos de debate, fue una especie de punto de referencia durante la rebelión estudiantil de mayo del 68.
El ocaso. Para entender en parte por qué Sartre “pasó de moda” (estamos a 40 años de su muerte el 15 de abril de 1980), es preciso considerar el contexto político y cultural en que maduró y puso por escrito la última parte de su pensamiento.
La URSS había caído a su punto más bajo de credibilidad tras la interrupción militar de la Primavera de Praga en 1968 (lo que se sumó a la revelación de los crímenes de Stalin y la invasión a Hungría, una década atrás).
Por otro lado, los vietnamitas frenaban al Ejército estadounidense y removían la conciencia moral en todas partes. Crecía la economía europea, pero también se asomaba por la puerta de atrás cierta desconfianza en el sistema político (estudiantes en Francia, guerrillas en Alemania e Italia), a lo que se debe agregar que aún repercutía el conflicto colonial, particularmente en Francia (hay debates de Sartre sobre esa cuestión en la revista Les Temps Modernes, que él fundó y dirigió).
La Guerra Fría había alcanzado su punto de ebullición. En ese contexto, crecía el “renombre” de Mao contrapuesto a la URSS y, a la vez, parasitándola (logró que Stalin le transfiriera la receta de la bomba atómica).
A grandes rasgos, estos hechos demarcaban la atmósfera y condiciones del pensamiento político en que actuó Sartre las dos últimas décadas de su vida. En otras palabras, Sartre respondió de alguna manera a la camisa de fuerza que trazaba parámetros a un pensamiento crítico, libre, pero que sentaba el compromiso como categoría ética del intelectual.
Esto es más significativo aún en el caso de un autor que había elegido repensar la dialéctica (no el materialismo dialéctico, que, al menos en su experimento histórico, no priorizaba la libertad).
En esa época trabajó en un libro mamut mientras entraba en polémicas aquí y allá, y se echaba a la calle a vender ejemplares sueltos del periódico izquierdista La Cause du Peuple, considerado subversivo por las autoridades.
La crítica de la razón dialéctica es una summa de pensamiento sartreano, libro denso, difícil, escrito a grandes impulsos, sin cumplir ningún canon de referencias bibliográficas, a tono con las grandes líneas de la tradición: El discurso del método o la Crítica de la razón pura no cumplirían un solo requisito de las normas editoriales hoy.
Después de su paso por la fenomenología husserliana y barruntos del psicoanálisis (con el que, sin embargo, marcó distancias), tras fundar la línea libertaria del existencialismo ajena a la Existenzphilosophie un tanto necrófila de Heidegger, Sartre llegó a la dialéctica.
No solo fue una búsqueda de métodos de investigación, sino también de compromiso o visión del compromiso: cómo pensar la realidad humana y cómo entender su inserción en el mundo social (lo que llamaba el ser-para-otro) que la compromete y que es el campo de la libertad.
En la acción política Sartre demarcó su punto de vista con respecto a la URSS y mostró cierta simpatía con el maoísmo. En realidad Mao se creó una cara “aceptable” en Occidente por oponerse a la URSS.
Detrás de la fachada de temas y programas como el Gran Salto Adelante, el Movimiento de las Cien Flores y la Revolución Cultural o la infernal matanza de gorriones, se cernían políticas catastróficas que dejaron hambrunas, violencia de chinos contra chinos y millones de muertos, además de inspirar procesos imperdonables como los de los Jemeres Rojos. Pero esto se supo después.
Ya en época muy temprana un diplomático francés entendió bien las política de Mao y lo puso por escrito (Simon Leys: Chronique de la “Revolution Culturelle”, 1971, entre otros textos).
Sin sospecha. Sartre especulaba sobre los juegos de poder en China, en teoría, pero no sospechó que debajo de la superficie se agitaban prácticas maquiavélicas de Mao para mantener el poder.
En todo caso, si alguna vez Sartre simpatizó con el maoísmo, esto no tuvo repercusiones en su pensamiento, pero en general su alineamiento con las izquierdas sirve para especular, como leí hace poco, por qué su obra ha caído parcialmente en el olvido: parte de sus referentes políticos se desprestigiaron.
Sartre fue un autor total, congruente con su teoría de la libertad y del compromiso desde sus primeros escritos. Obras como las novelas de Los caminos de la libertad y dramas como El diablo y el buen Dios dejan marca. Pero Sartre también ha sufrido los efectos del mercado en el que las modas cumplen la paradoja de convertir lo efímero en esencial.
También se ha olvidado a Camus, su amigo, par creativo y contraparte ideológica, el cual, por cierto, ha revivido entre los lectores con su excepcional novela La peste, que puede leerse hoy como espejo de nuestros días inciertos.
Los debates de Sartre y Camus, amigos enemigos, testimonian aquellos tiempos de confrontación intelectual en que los extremos de la Guerra Fría lo condicionaban todo.
Una anécdota importante para conocer mejor su figura. Visto desde lejos, a muchos nos extrañó que Sartre aceptara visitar a A. Baader, cabeza del grupo terrorista alemán, en la prisión de Stammheim, cerca de Stuttgart, en 1974.
Baader, junto con U. Meinhof, dirigía una banda terrorista, y cargaba a sus espaldas atentados mortales. Fue una crisis política en Alemania, igual que en Italia con el terrorismo de las Brigadas Rojas.
Pretendían desestabilizar a los países para que una parte de la población se sublevara. Algunos vieron en la visita de Sartre un espaldarazo al punto de vista de Baader, a pesar de que luego, al abandonar Stammheim, dijo: Ce qu’il est con ce Baader, o como dirían en España: qué coños se cree, o entre nosotros: qué clase de bicho.
Se pensó que Sartre se había inclinado por la violencia. Pero no. Muchos años después la revista Spiegel publicó la actas de la reunión. Los párrafos transcritos revelan la insistencia del filósofo en que Baader dejara el terrorismo.
Sartre fue muy contradictorio. No es extraño: casi todos somos así. Pero cada cual tiene una manera de serlo. La teoría de la libertad y la ética del compromiso implican esas contradicciones.
Se puede observar la vida de muchos artistas e intelectuales de la URSS en los años 30 y 40 con respecto a la imposición del realismo socialista.
Sartre pudo decir en una entrevista que su novela La náusea no tenía ningún peso frente a un niño hambriento. Es cierto y es falso. Son dos órdenes de realidad diferentes y no se pueden mezclar.
El pensar radical implica riesgos. Este año se cumplen 40 años de su muerte. Sartre no está de moda, pero su obra sigue ofreciendo un arsenal conceptual para estudiar la realidad humana y una herencia literaria importante del siglo XX.
Cuando regresamos a Maguncia seguía nevando.
El autor es filósofo.