Página quince: Reflexiones en torno al aborto

Cuando por respeto a la vida se comete la terrible paradoja consistente en causar dos muertes, caemos en la ceguera, el fanatismo, la irracionalidad.

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En principio, la noción del aborto ha sido siempre incompatible con mi sensibilidad, con mi concepción de la vida y la muerte, en suma, con mi manera de ser; pero lejos estoy de juzgar y, menos aún, de condenar al más tenebroso rincón del averno a quienes lo practiquen.

Como diría el papa Francisco, ¿quién soy yo para sentenciar y emitir veredictos de inocencia o culpabilidad en una cuestión tan compleja, tan sobajeada, tan politizada, tan ideológicamente contaminada como el aborto?

Creo, empero, que no proceder al aborto cuando la vida del feto o de la madre —y a fortiori la de ambos— se ve grave, dramáticamente amenazada, es cometer un doble crimen.

No hay un proceso biológico tan complejo, tan delicado y tan expuesto a riesgos imprevisibles como el embarazo. Es con infinita prudencia y asesoramiento médico de primerísima línea que debe abordarse.

Partos de ataúd. Les contaré un hecho macabro, tenebroso, que alguna gente ignora. La exhumación de cadáveres, en épocas recientes como ancestrales, revela lo que se conoce como partos de sepulcro o partos de ataúd.

Mujeres que perecieron debido a complicaciones en el embarazo fueron enterradas con sus fetos muertos en el vientre. Con el proceso de descomposición que las bacterias anaeróbicas operan en el abdomen, hinchando el cuerpo y sometiendo el útero a enormes presiones gaseosas, esos cadáveres “dieron a luz” post mortem, en la gélida tiniebla de sus sepulcros.

Los esqueletos de las mujeres fueron encontrados con los fémures separados y, al pie de ellos, el tenue cuerpecito del feto expulsado por las fuerzas de la putrescencia.

No es en modo alguno un caso infrecuente: sucede todos los días en todas partes del mundo. En exhumaciones modernas como en las de tumbas de la Antigüedad.

Esas mujeres condenadas a parir dentro de sus ataúdes pudieron haber sido salvadas si el feto hubiera sido extraído a tiempo.

Con esta tétrica evidencia —la ironía de una falsa vida en el seno de la muerte—, la naturaleza nos da prueba de que no proceder al aborto cuando la situación amenaza la vida de la madre tanto como la del feto es un acto abyecto, mero sadismo, una verdadera monstruosidad.

Posiciones encontradas. Comprendo que muchos sectores de nuestra población se opongan al aborto terapéutico (yo lo llamaría más bien “perentorio”: ¡hay dos seres que hacen equilibrio sobre la tenue línea que separa la vida de la muerte!).

Es cierto que el aborto de este tipo abriría un portillo para la práctica de abortos no urgentes por razones médicas. Y no dudo que haya galenos lo suficientemente inescrupulosos como para hacer cualquier cosa que se les pida, siempre y cuando sus servicios sean honrados con una suma lo suficientemente “expresiva”.

Sí, sí, todo eso es cierto. Pero amigos, no nos queda más remedio que confiar en la probidad de nuestros médicos y crear mecanismos que vigilen su actuación de manera rigurosa.

A hoy, solo hay cinco países donde el aborto terapéutico está prohibido, independientemente de cuáles son las circunstancias que podrían tornarlo indispensable para preservar la vida de madre e hijo: Ciudad del Vaticano, El Salvador, Nicaragua, Malta y República Dominicana.

Atención: el aborto terapéutico no debe confundirse con el aborto electivo en situaciones de fuerza mayor: una gestación producto de una violación, de la aplicación de una técnica de reproducción asistida no aprobada por la madre, la minoría de edad de la mujer, la imposibilidad de cuidar el hijo por razones económicas, laborales o sociales, o la necesidad de ocultar el embarazo en sociedades donde fuera del matrimonio es estigmatizante y acarrea el oprobio y la sanción de la colectividad.

No hago alusión a ninguno de estos casos. Estas son prerrogativas de la mujer. Solo ella está en capacidad de decidir qué acciones tomará con respecto a su propio e inalienable cuerpo.

Todo dependerá de su discernimiento, su sindéresis, su percepción de lo correcto e incorrecto, su cultura, su religión, su ética, los mores (costumbres) que tan potente influencia ejercen sobre todo ser humano, en fin, toda la milenaria estratificación cultural e histórica que porta sobre sus espaldas.

Solo ella puede decidir. Los jueces de la moral deben guardar silencio y respetar su libérrima elección.

Sopesar los hechos. Pero una mujer que padece cáncer avanzado de cérvix, y que debe someterse a la remoción del útero habitado ya por un embrión, opta por la muerte y se deja hipnotizar por el canto de Tánatos si se opone a la urgente cirugía que su condición demanda.

Otro caso frecuente nos lo ofrece el embarazo ectópico (del griego ec —fuera— y topos —lugar—). Sucede cuando el óvulo fertilizado (blastocisto) se desarrolla en los tejidos externos de la cavidad uterina, ya sea en las trompas de Falopio (lo más común), en el ovario, en el canal cervical, en la cavidad pélvica o en la abdominal.

Cuando el embarazo se desarrolla en el endometrio del útero se le conoce como embarazo ectópico. Es el resultado de un trastorno en la fisiología de la reproducción humana que acarrea la muerte fetal y es la principal causa de mortalidad de hijo y madre a las dos o tres semanas de iniciado el proceso.

En Costa Rica, se practican unos 27.000 abortos ilegales al año. Es una cifra que justifica la reticencia de quienes censuran el aborto terapéutico. Pero esa no es razón para desatender a una mujer cuyo embarazo, cualquiera que sea el accidente de la gestación que la llevó a tan dramático predicamento, la pone en el umbral de la muerte a ella y su hijo.

La tan fanfarreada norma técnica del presidente Alvarado es tautológica e innecesaria: una decisión tomada con el único propósito de apuntalar la deteriorada imagen del mandatario.

El artículo 121 del Código Penal estipula que “no es punible el aborto practicado con consentimiento de la mujer por un médico o por una obstétrica autorizada, cuando no hubiere sido posible la intervención del primero, si se ha hecho con el fin de evitar un peligro para la vida o la salud de la madre y este no ha podido ser evitado por otros medios”. Más claro no canta un gallo.

Son muchos los sectores en Costa Rica que por principio innegociable se oponen draconianamente al aborto, a todo aborto, cualquiera que sea la circunstancia que lo acompaña.

Sus pareceres son todos respetables y dignos de consideración. Yo no estoy aquí para descalificar a nadie. Considero, simplemente, que cuando por respeto a la vida se comete la terrible paradoja consistente en causar dos muertes, caemos en la ceguera, el fanatismo, la irracionalidad.

Mi preocupación no es de tipo moral o religioso. Es estrictamente médico y humanitario. El cuerpo de una mujer víctima de un embarazo mortalmente peligroso nos envía, de forma tácita, silenciosa, el mandato que jamás debe desoírse, la súplica suprema, esa que nos formula todo enfermo: “¡Sálvenme, socórranme!".

Sería monstruoso ignorarlo. Faltar a nuestro deber ético y solidario. Pecar de lesa humanidad. Abandonar a la más atroz de las muertes a dos criaturas que pugnan por la luz, por la vida.

Hemos de aprender a liberar a las plantas de aquellos retoños enfermos que jamás aumentarán el caudal de la vida, y que además acarrean el agostamiento y la muerte de la planta que los porta en su flanco.

jacqsagot@gmail.com

El autor es pianista y escritor.