MOSCÚ– En su libro del 2014 La cleptocracia de Putin, la difunta Karen Dawisha sostenía que la clave para entender a la Rusia de Vladimir Putin es el dinero.
Mientras Putin le vendía historias a la población sobre restablecer la influencia global de Rusia, explicaba Dawisha, él y un círculo de secuaces de confianza amasaban inmensas cantidades de riqueza personal. Más que como un autoritario, nacionalista o revanchista, a Putin, en su opinión, habría que concebirlo como un estafador.
En aquel momento, yo no estaba de acuerdo: si bien el dinero era sin duda importante para entender al régimen de Putin, no había que desestimar el impulso por la influencia global. Pero luego de la redada de las fuerzas de seguridad en el Instituto de Física Lebedev, en Moscú, en octubre, cambié de opinión.
Durante décadas, el Instituto ha estado en la frontera del progreso científico y tecnológico ruso. Así, parecería que está idealmente preparado para desempeñar un papel central a la hora de promover las prioridades estratégicas que el propio Putin identificó en mayo del 2018: ciencia, innovación tecnológica y producción orientada a las exportaciones.
Sin embargo, en octubre, las fuerzas de seguridad rusas fueron al instituto para encontrar, detener e interrogar al director, Nikolái N. Kolachevsky, sobre un supuesto plan por parte de la compañía Trioptics, que alquilaba oficinas en las instalaciones del Instituto, para exportar un tipo especial de ventana óptica a Alemania.
Como la ventana tiene aplicaciones en actividades espaciales o militares, dicen las autoridades, exportarla podría minar la seguridad nacional.
¿Por qué los agentes de seguridad de Rusia están tomando medidas que contradicen los objetivos políticos manifiestos del Kremlin?
Algunos sostienen que, simplemente, han escapado del control de Putin. Durante 20 años, Putin ha venido instalando a sus excolegas y amigos de la KGB en puestos de importancia en el aparato de seguridad y militar de Rusia.
Estos, llamados siloviki, u hombres fuertes, podrían haber acumulado tanto poder que hacen lo que les plazca, incluso si esto implica minar los esfuerzos de Putin por volver a poner a Rusia en el sendero del progreso.
Esto es posible, pero no probable. Una explicación más factible es que el propio Putin esté en un conflicto. Si bien quiere pregonar los logros rusos en ciencia e innovación, también quiere enriquecerse lo más posible. Y, como observaba Dawisha, a la hora de elegir, el dinero está primero.
Con respecto al Instituto de Física Lebedev, los intereses financieros de Putin parecen estar asociados a su hija, Katerina Tikhonova, quien dirige Innopraktika, instituto científico que recibe dinero estatal. Innopraktika está afiliado a la Universidad Estatal de Moscú, cuyo rector, Víktor Sadovnichiy, tiene un largo historial de complacer a quienes están en el poder.
El trabajo del Instituto parece centrarse en dispositivos que leen la actividad cerebral. Pero también, aparentemente, supervisa todo tipo de proyectos de construcción en un espacio de tierra enorme adjunto a las oficinas centrales del Servicio Federal de Seguridad (FSB), la organización que sucedió a la KGB, y del Servicio Federal de Protección.
Si seguimos la pista del dinero científico, llegamos a la prestigiosa Academia de Ciencias de Rusia, que tuvo elecciones recientemente.
Después de las elecciones del 2013 del organismo, en las cuales a los candidatos a ser miembros que estaban respaldados por el Kremlin no les fue bien, el gobierno anunció considerables reformas, entre ellas una moratoria de tres años de las elecciones de la Academia.
Entonces, se decidió que, para garantizar “justicia”, el gobierno aprobaría a todos los candidatos, a pesar del hecho de que sean académicos.
El gobierno, entonces, intentó que Mikhail Kovalchuk, hermano del “banquero personal” multimillonario de Putin, Yuri Kovalchuk, asumiera la presidencia de la Academia en el 2017.
Pero, a pesar de todas las maquinaciones, Alexánder Sergeev, físico mucho más distinguido, ganó la elección. Si bien Sergeev había criticado los esfuerzos de reformas por parte del gobierno, así como su control más amplio de la investigación científica, una razón principal por la cual los talentos jóvenes huyen de Rusia, su reputación internacional era tan grande que Putin no tuvo otra alternativa que aprobar su candidatura.
El Kremlin no hizo lo mismo con el colega de Sergeev, el reconocido Alexéi Khokhlov. Sin embargo, en otro golpe al gobierno, Khokhlov más tarde se convirtió en vicepresidente de la Academia.
Este año, los miembros han seguido oponiéndose a la agenda del Kremlin. Dos meses antes de la elección, la comisión antifalsificación de la Academia de Ciencias de Rusia denunció a 56 candidatos a miembros de la casa de investigación por plagiarios o proveedores de pseudociencia.
El gobierno dictaminó que esto no debería descalificarlos. Esta postura no es ninguna sorpresa: se dice que la propia disertación doctoral de Putin fue copiada de un libro de texto de administración de 1978. En definitiva, solo seis fueron descalificados.
La resistencia de la Academia de Ciencias es inaceptable para el Kremlin, como lo es el elevado prestigio de Khokhlov quien, al haberse desempeñado como vicerrector de la Universidad Estatal de Moscú hasta el año pasado, es un probable sucesor de Sadovnichiy.
Si Khokhlov se asegura ese puesto, la universidad puede volverse menos abierta a los proyectos de construcción vinculados con el FSB, menos favorable al instituto de la primera hija y menos dispuesta a entregar diplomas falsos a los secuaces del Kremlin.
La redada, que, según lamenta Sergeev, reduce aún más la reputación de los científicos rusos, puede haber estado orquestada para perjudicarlo.
Al analizar la redada, un periodista amigo en Moscú me dijo de manera impasible: “En la Rusia de Putin, la física pertenece a los espías, la historia es escrita por chequistas y la geografía, por soldados”. Y, por cierto, Sergéi Naryshkin, director del Servicio de Inteligencia Exterior, también es presidente de la Sociedad Histórica Rusa y el ministro de Defensa, Sergéi Shoigu, dirige la Sociedad Geográfica Rusa.
La ciencia todavía está dando pelea. Pero, dado el apetito financiero insaciable de Putin y su círculo íntimo, no es mucho lo que los científicos honestos de Rusia pueden hacer, un mensaje que el allanamiento en el Instituto de Física Lebedev transmitió de manera clara y rotunda.
Como me dijo un académico retirado, “se pueden decir muchas cosas de la Unión Soviética, pero el conocimiento importaba. La Rusia de hoy, a pesar de sus pretensiones de ser un ‘gran país’, se asemeja a una pequeña excolonia, donde cada general en el poder quiere hacerse llamar doctor en Filosofía, solo para aumentar sus ganancias”.
Nina L. Khrushcheva: es profesora de Asuntos Internacionales en The New School. Su último libro (con Jeffrey Tayler) es “In Putin’s Footsteps: Searching for the Soul of an Empire Across Russia’s Eleven Time Zones”.
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