Página quince: Problema fiscal escondido debajo de la alfombra del endeudamiento

Lo hecho hasta ahora es un paliativo: cuando haya que pagar la deuda, la vorágine empezará a la inversa.

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Desde mediados del 2018 y en el 2019, el Ministerio de Hacienda enfrentó una de las peores crisis de los últimos años, al punto de casi caer en suspensión de pagos de la deuda pública, lo cual habría tenido consecuencias financieras inimaginables.

La problemática la originó el imprudente manejo de la Hacienda pública en el gobierno anterior y, sobre todo, el irresponsable hueco fiscal dejado en el presupuesto del 2018.

Financiar gastos corrientes en colones mediante préstamos en dólares es un verdadero suicidio para la producción nacional.

Sin entrar a discutir si la ministra Rocío Aguilar hizo lo correcto al no advertir a tiempo sobre la situación financiera y dejar la acción para el último momento, cuando la bomba estuviera a punto de explotar, la verdad es que se tomaron medidas que paliaron temporalmente la vorágine fiscal. No fue gratis, pues obligó a llevar a cabo canjes de deuda y colocaciones en moneda nacional y extranjera, a tasas reales de interés sin precedentes.

Nos sacó del hueco, pero aumentó aceleradamente el nivel de endeudamiento, es decir, la hipoteca que tendrán que pagar las futuras generaciones para que nosotros gastemos y, especialmente, la carga del pago de intereses que, de hecho, hizo que el rendimiento del paquete tributario haya que destinarlo a ese fin.

Duele cobrar más impuestos al ciudadano común para pagar más intereses a los ahorrantes nacionales y extranjeros. Bajó el déficit primario, pero de poco sirvió porque aumentó el financiero. Esto causa más disparidad en la distribución del ingreso.

Raíz subsistente. En suma, seguimos sin arrancar de raíz el mayor desequilibrio de la economía, a pesar de la sensación de tranquilidad existente en los mercados. Lo positivo es que mejoran las expectativas de empresarios y consumidores a corto plazo.

Sin embargo, por más que haya sido una solución de emergencia, la política de endeudamiento utilizada es sumamente peligrosa para el crecimiento económico y, principalmente, para la disminución del desempleo.

Endeudarse para financiar gasto corriente es terriblemente malo y peor si se hace en moneda extranjera para cubrir gastos en moneda nacional. Este mecanismo no solo genera un aumento de la deuda para pagar los gastos de todos los días del gobierno, como la familia que pide prestado para comprar el arroz y los frijoles —algo que escandalizó recientemente a todo mundo cuando un comercio ofreció vender bienes de primera necesidad a crédito—, sino que, además, lo está solicitando en otra moneda.

El gobierno hace exactamente lo contrario de lo que recomienda a las familias. ¿Es que no quiere competencia?

Financiar gastos corrientes en colones mediante préstamos en dólares es un verdadero suicidio para la producción nacional.

La mayoría de la gente no está consciente de que, tratándose de pagar salarios, servicios o compra de materiales y suministros, a la administración de nada le sirven los dólares, pues en este país aún no estamos dolarizados.

Otras plagas económicas. Lo anterior engendra un germen muy perverso: el gobierno debe pedirle al Banco Central la emisión de colones y que acumule, en el mejor de los casos, los dólares en reservas internacionales, con el elevado costo financiero que eso representa (se pagan elevados intereses por los dólares recibidos para “almacenarlos” y obtener rendimientos casi simbólicos en las cuentas del Central).

Ese no es el principal daño: por acumulación de reservas, los ahorrantes se ven tentados a colonizar sus carteras en un breve plazo (es decir, cambiar sus ahorros en dólares a colones), inundando el mercado cambiario y haciendo que el tipo de cambio caiga aceleradamente, por más que el BCCR haga tímidos esfuerzos por sostenerlo.

Muchos piensan que la baja en el tipo de cambio es favorable para la economía. Lo sería, quizás, si los precios, y especialmente los salarios, fueran flexibles a la baja. Porque una revaluación cambiaria significa un cambio en los precios relativos: abarata los bienes importados y encarece la producción nacional. También, disminuye la competitividad de las exportaciones y aumenta las ganancias de los importadores (mientras el desempleo no haga disminuir tanto el ingreso que también disminuya el consumo de bienes de todo tipo, incluso los importados).

Lo anterior detiene la inversión y amenaza las empresas establecidas, pues, con salarios que no pueden bajar y bienes y servicios a costo creciente, las deja fuera de competencia; desacelera la economía y es perverso para la creación de empleo.

Mal remedio. Para ponerse una flor en el ojal, el Ministerio de Hacienda diseñó un programa de endeudamiento externo que agrava el problema, entre ellos, pedir la autorización para la colocación de eurobonos, a altas tasas de interés.

Esos ingresos vinieron a sumarse a la oferta de divisas en el país y obligó al Banco, incluso, a acumular más reservas y hasta a prepagar el préstamo al Fondo Latinoamericano de Reservas que, si bien es a mediano plazo, tiene un interés menor a los eurobonos.

Ojalá, antes de pedir una nueva autorización para emitir eurobonos, lo piensen diez veces. Es mejor recurrir urgentemente a financiamiento de agencias internacionales y Gobiernos.

Aunque en abril del 2019 el presidente del Banco Central hizo la promesa al país de que los eurobonos no iban a afectar el mercado cambiario, la experiencia nos dice que se equivocó, pues no tomó en cuenta las expectativas cambiarias. Ojalá, también, el Banco no se vea en la necesidad de desacumular reservas, y enviarlas al mercado cambiario local, porque ahí sí el tipo de cambio romperá el saco.

El argumento usual para no revertir la tendencia cambiaria es que una devaluación no restablece la competitividad, lo cual tiene algo de cierto por el efecto que la devaluación produce sobre la inflación.

Pero sería en ese momento cuando al Banco Central le correspondería emplearse a fondo y usar la política monetaria para controlar la inflación y evitar ese traspaso. Pero lo que sí es cierto es que permitir alegremente la revaluación es altamente pernicioso para el sector real.

Algunos dicen que también es posible que la economía se acostumbre a operar con un tipo de cambio más bajo. Eso es viable a largo plazo, pero implica un violento reacomodo de todo el aparato productivo para adaptarse a los nuevos precios relativos. Tendríamos que pasar por cierre de empresas, despidos y apertura de nuevos emprendimientos que estén habituados a trabajar con un componente importado mayor y salarios más bajos. Además, requiere una profunda transformación de la mano de obra para que la gente adquiera nuevas habilidades. A la velocidad con que opera el cambio nuestro sistema educativo, principalmente el superior, eso nos tomará muchas décadas.

Aún falta lo peor, de lo cual mejor ni hablar. No hemos resuelto los problemas. Solo los hemos metido debajo de la alfombra del endeudamiento. Cuando haya que pagar esa deuda, la vorágine empezará a la inversa.

dmelendeh@gmail.com

El autor es economista.