Nunca había pensado que la vieja expresión “hacer de tripas corazón” vendría tan oportuna, pero allí está, vivita y coleando, sirviéndonos para el momento.
¿Momento, dije? Entre marzo y mayo, por lo menos, ya llevamos tamaño rato en ese feo bailongo, desde luego no nuestro mundo normal.
No hay escapatoria, hasta en la intimidad del hogar, al poner la música de uno, por avisos profilácticos nos llevan a lo que un oyente dijo: “El mundo se enfoca solo en adormecer la desesperación”.
Pero a ver si amansamos este buey de otra forma. Confieso ser un caso privilegiado: retirado hace diez años, he seguido mi rutina de mucho caminar (cinco kilómetros diarios, si es posible), aparte de mucha concentración en diversas investigaciones.
Ande yo caliente y ríase la gente. Prefiero prácticamente no encender ni radio ni televisión y ¡a concentrarse uno se ha dicho!
Cabe también otra vieja ventaja: desde primaria —sí, aunque usted no lo crea—, uno ha sido enderezado o domado (tómenlo por el lado amable) a estudiar en grandes salones, créanme o no los jóvenes, más de ocho horas al día. Si no me creen, recuerden la película La sociedad de los poetas muertos. Y, no, no me he muerto en el intento.
Hábitos. Pero todo consiste en actitud que luego se transforma en hábito. Es más, aquello no es de ahora.
El viejo Cicerón —compañero de mis bancas de colegio— distinguía claramente ocio y negocio de una manera muy distinta a la percepción nuestra.
El ocio de él no consistía precisamente en no hacer nada, sino al contrario, estar muy ocupado, pero con el cerebro —y las manos, pero a la tarea de las letras, no en la sopa—; en cambio y por clara negación, la gente de nec ocio se tenía que plegar al duro lavoro en la tierra, en los mercados y hasta en las minas.
Felizmente, a los dos mil y algo de años, hemos evolucionado hacia una sociedad menos clasista.
¡No entiendo cómo la gente se aburre! Debe ser porque entonces no se acostumbraron a soltar las amarras de la rutina, de la tevé nacional, ¡el runrún de siempre!
Propongo, por de pronto, un lindo ejercicio, oportuno, aunque data de hace más de doscientos años, concretamente del año 1800.
Presagio. Durante una epidemia, la irlandesa Kathleen O’Meara se puso a redactar un poema de candente actualidad.
¿Será de allí que se inspiraron nuestro preclaros virólogos y epidemiólogos para, con buen tino, martillarnos la frase de “quédese en casa” como casi igual sale en el primer verso de la poetisa?
Aprovecho para comentar que, contrariamente a lo que constato por informaciones argentinas, nosotros lo respetamos bastante mejor, entre otros, con las profilácticas distancias, pese a no tener ni fuerzas públicas y una reducida fuerza pública.
¿Actuará la gente por miedo, por servilismo o por conciencia de que uno depende de uno, pero también porque tenemos que plegarnos —sí, todavía— al distanciamiento físico?
La irlandesa sigue recomendándonos “libros” (los tengo en fila, esperándome), “escuchar” (mientras leo o escribo, a lo largo del día, la música es mi bálsamo. Gracias, entre otros, a las conversaciones con Jacques Sagot, quien deleita con instructivos audios).
¿Descanso? Sí, cómo no, ma non troppo porque en casa o fuera, de manera distante, ejercitándose.
Pensar diferente. En el magnífico y oportuno poema, la autora refiere a otras posibilidades, como el meditar y el rezar. “Alguno bailaba”, señala también. ¿Por qué no? Pero, sobre todo, la reflexión de la escritora, en plan curativo, va hacia el arte, que, entre otros, enseña “a pensar de forma diferente”.
Vaya que era, es y será cierto; pero, además, a como en los últimos días he podido constatar, los modernos medios al alcance de todos, entre otros vía WhatsApp, nos ofrecen cada posibilidad de visión y audición.
Últimamente, observo cómo descubrir pinturas clásicas, pero con un “toque” diferente, como ese Da Vinci del Vaticano, donde el Creador ofrece desinfectante. O la última cena, donde el Maestro, sin comensales discípulos, solo y sentado al centro de la mesa, está por dar su clase magistral por video.
¿Irreverente? ¿Iconoclasta? Puede ser. Ese tipo de arte pareciera volver a asumir las libertades medievales, cuando no importaban los derechos de autor y prevalecía otro sentido de “propiedad”.
En fin, amigos, por mí no se preocupen. Tengo tanto que leer, tanto que escribir, tanto que ordenar, tanto que pensar por mi cuenta, que puedo quedar confinado hasta fin de año.
El autor es educador.