Página quince: No molestar

Mientras la reinvención del hecho político no ocurra, nada detendrá el deterioro de su legitimidad.

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Lo que el costarricense experimenta en su vida cotidiana es más vasto y profundo que el mejor de los discursos políticos. Esto no se aprende en los balbuceos ideológicos de la progresía y del conservadurismo, ni es percibido ni pensado en las adornadas burbujas del Estado, el gobierno y los partidos políticos.

Para la política, reinventarse equivale a recuperar lo que ha perdido: credibilidad basada en elevados parámetros de ética social y en la sintonía con la experiencia de los costarricenses. Esto es factible, pero se necesita visión y liderazgo.

Al borde del abismo. Mientras la reinvención del hecho político no ocurra, nada puede detener el deterioro de su legitimidad, el crecimiento del descrédito que padecen las cúpulas dirigentes y el cansancio que provocan sus discursos.

Semejante estado de postración no se disimula con publicidad y comentarios condescendientes y acríticos en medios de comunicación. Quizás esta circunstancia tan desagradable y riesgosa motivó al editorialista de La Nación a escribir el 10 de abril: “El país sigue al borde del abismo. No cayó, pero tampoco se mueve en dirección contraria”. Buen diagnóstico.

A la política actual le hace falta el ideal, la fuerza y la sintonía con amplios segmentos de la población. El ideal es el horizonte que inspira en el presente la valentía de la lucha y la esperanza; la fuerza equivale a la acción constante sustentada en un temperamento contundente; y la sintonía es la recíproca confianza, simpatía y empatía de liderazgos, personas y movimientos sociales. La trilogía formada por el ideal, la fuerza y la sintonía permite “oponer a los raudos torbellinos el ala fuerte y la mirada fiera” (Julián Marchena), pero no pueden surgir cuando la política es pusilánime, acomodaticia, tibia, cargada de frialdad, cálculo y oportunismo, prisionera de los odios, mezquindades y egoísmos que cultiva; y por eso, el mejor aporte de los políticos al desarrollo nacional es cambiar.

¿Lo harán? Deben hacerlo, quiéranlo o no, lo entiendan o no, porque “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Y, si no lo hacen, más tarde o más temprano Fuenteovejuna lo hará.

Qué hacer. Lo mejor que puede hacerse desde el Estado, el gobierno y los partidos políticos es no molestar. Desde la política no se crea empleo, ni se mejora la calidad de la educación, ni se impulsa el desarrollo científico y tecnológico; la política no es la variable principal para generar conocimiento, productividad, competitividad, rentabilidad, inclusividad social, solidaridad, cooperación, fraternidad.

Lo anterior y mucho más lo hacen las personas en sus distintas ocupaciones e historias, sean trabajadoras, emprendedoras, profesionales, empresarias.

La máxima “no molestar” exige que el poder real lo detente la persona, y que el Estado, el gobierno y los partidos políticos limiten sus capacidades de intervención y coerción, y existan para profundizar y expandir ese poder, elevando los niveles de seguridad jurídica e impulsando los derechos humanos y el régimen de libertades.

Este planteamiento responde a una sobresaliente tradición de pensamiento. Kant sostiene que las personas son fines en sí mismas, no recursos manipulables y explotables por el poder, cualquiera sea este; Noam Chomsky afirma que toda jerarquía exterior a la autonomía personal es ilegítima hasta que no demuestre lo contrario.

La conclusión es diáfana: es en las sociedades abiertas, diversas y plurales, que poseen Estados y gobiernos limitados y eficaces, donde el desarrollo de cada persona se convierte en la condición sine qua non para alcanzar el bienestar general, lo contrario es falso. La libertad y la justicia no surgen del Estado, ni del gobierno, ni de la política y las ideologías, sino del ser humano individual que convive con otros y actúa en su capacidad de autogestión.

Transformar la política. ¿Significa lo escrito que deba prescindirse de la política en general? No. De lo que debe prescindirse es de la política actual porque se ha convertido en uno de los problemas principales del desarrollo nacional, junto con el desempleo, la insuficiente infraestructura, la desaceleración económica, la deuda, el déficit fiscal, la desigualdad social, la raquítica calidad del sistema educativo y la precariedad de la ciencia y la tecnología.

Desechar la política actual genera un movimiento que transforma el hecho político, mejora sus capacidades de gestión, fundamenta su actuar en conocimientos, eleva sus niveles intelectuales, cultiva la autocrítica y transforma a los partidos políticos de instrumentos primitivos, clientelistas, egocéntricos e insolidarios en organizaciones eficaces y modernizadoras.

Que los políticos dejen de creerse salvadores, misioneros y redentores de Costa Rica porque no lo son y nunca lo han sido. Que sirvan al bien común cooperando en fortalecer y expandir el autogobierno de las personas, no cargando sobre ellas el peso inútil de gigantescas burocracias, tramitomanía, regímenes tributarios confiscatorios y ocurrencias ideológicas.

En Costa Rica, el Estado de bienestar es avasallado por los intereses creados que feudalizan y privatizan las instituciones. Esos intereses creados, disfrazados unos de progresismo y otros de conservadurismo, acostumbran hablar de justicia, solidaridad y humanismo, pero todos los días practican lo contrario e introducen elementos de odio y división.

Estoy convencido de que al reinventarse la política los políticos quedan en condiciones óptimas para desmantelar los feudos de poder que obstaculizan el desarrollo, y eso sería un aporte trascendental al país.

Abandonar el narcisismo. Cuando el país ha experimentado cambios positivos, como ocurrió en los tiempos de la reforma social (1940-1950) o en los años de las guerras en Centroamérica y de la pacificación de la región (1978-1990), los méritos individuales, sobresalientes sin duda, fueron posibles por la presencia de una madurez cívica, un estado de conciencia social que fundamentó tales hazañas.

El individuo es importante y el liderazgo es relevante, pero las acciones y decisiones no se entienden sin las relaciones que establecen con el momento histórico y con la vida intelectual y emocional de los costarricenses.

La historia no es historia de personalidades individuales ni de estructuras colectivas, sino de la unidad persona-estructura, individuo-grupo, personalidad-colectivo. El político es importante, pero no es más ni mejor que el costarricense que sin protocolos ni adornos estatales existe cada día en el fragor del combate por la vida, y ahí vive y muere, sufre y es feliz.

Que cada quien en su ámbito se esfuerce por alcanzar las cimas de la excelencia y las más profundas estancias de la inteligencia; y que nadie intente presentarse como si fuera un absoluto puro y perfecto, o un Narciso. Que nunca más la política sea hecha en el espíritu del narcisismo.

consulfexxi@gmail.com

El autor es escritor.