Página quince: No dilapidemos la revolución tecnológica

Al igual que las oleadas de innovación tecnológica del pasado, la de hoy promete más productividad, salarios más altos e incluso vidas más largas para todos, si se toman las medidas correctas.

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LONDRES– El debate público sobre los efectos de la automatización y la inteligencia artificial (IA) se suele centrar en los beneficios de productividad para las compañías y la economía, por una parte, y los potenciales aspectos negativos para los trabajadores, por otra. Sin embargo, existe una tercera y crucial dimensión que no se debiera soslayar: el impacto de las nuevas tecnologías sobre el bienestar humano.

Históricamente, la innovación tecnológica ha tenido efectos positivos sobre el bienestar, yendo mucho más allá de lo que reflejan los indicadores económicos estándar, como el PIB. Las vacunas, los nuevos medicamentos y las innovaciones médicas como los rayos X y las IRM han mejorado enormemente la salud humana y elevado su longevidad.

Hoy, incluso los países con las menores expectativas de vida del mundo muestran promedios de vida mayores que los países con las mayores expectativas de vida en 1800. Más aún, cerca de un tercio de los aumentos de productividad logrados gracias a las nuevas tecnologías en el siglo pasado se han traducido en menos horas de trabajo, en la forma de vacaciones pagadas más prolongadas y la reducción casi a la mitad de la semana laboral en algunas economías avanzadas.

Ahora que se está adoptando una nueva generación de tecnologías, la cuestión es si traerán beneficios similares para el bienestar, o si los temores sobre el desempleo que podrían causar crearán nuevas fuentes de estrés, socavando la confianza y el gasto de los consumidores.

Al buscar responder a estas preguntas, debiéramos centrarnos en dos factores decisivos. El primero es el potencial de la innovación para mejorar el bienestar. En particular, la IA podría elevar sustancialmente la calidad de vida de las personas mediante el aumento de la productividad, la creación de nuevos productos y servicios y la apertura de nuevos mercados. Los estudios de McKinsey & Company sobre la actual transformación digital han encontrado que las aplicaciones de IA ya están logrando precisamente eso, y que lo seguirán haciendo.

Es más, las empresas que utilizan la IA para impulsar la innovación, en lugar de sustituir el trabajo y reducir costos, tienen más probabilidades de alcanzar el éxito: a medida que se amplían, contratarán nuevos empleados. Por ejemplo, en el sector de la salud, la IA ha empoderado a los proveedores para ofrecer diagnósticos mejores y más tempranos de enfermedades amenazantes para la vida como el cáncer, así como tratamientos personalizados.

El segundo factor decisivo es el enfoque adoptado por las compañías y los gobiernos para manejar la llegada de las nuevas tecnologías. La IA plantea inquietantes cuestiones éticas, particularmente en áreas como la genómica y el uso de datos personales, y la necesidad de desarrollar las nuevas habilidades que se precisan para manejar máquinas inteligentes puede causar estrés e insatisfacción.

La migración de trabajadores entre diferentes sectores puede originar fricciones, exacerbadas por los desajustes sectoriales, las limitaciones a la movilidad y los costos de reconversión (tanto temporales como financieros).

Resulta de crucial importancia el que las fricciones del mercado laboral creadas por las actuales tecnologías de vanguardia afecten a segmentos de la población que en el pasado eran inmunes a ellas. Para evitar grandes disrupciones, las autoridades deberían centrarse en proveer una reconversión a gran escala, a fin de equipar a los trabajadores con habilidades “a prueba de robots” y asegurar la fluidez del mercado de trabajo.

Al dirigir el despliegue de las nuevas tecnologías hacia una innovación que mejore el bienestar y al manejar los efectos de la propagación tecnológica sobre el mercado del trabajo, podemos no solo impulsar la productividad y los ingresos, sino también la longevidad, lo que a su vez puede expresarse en un aumento del PIB.

Es un proceso complejo calcular los probables efectos de la innovación sobre la mejora del bienestar. En nuestra propia evaluación, hemos aprovechado los métodos de cuantificación del bienestar desarrollados por los economistas Charles Jones y Peter Klenow de la Universidad de Stanford, así como otros en el floreciente campo de los estudios sobre la felicidad.

Usando como referencia un modelo constante de aversión al riesgo, hemos determinado que Estados Unidos y Europa podrían lograr aumentos del bienestar gracias a la IA y otras tecnologías emergentes que superen los alcanzados por la informática y las formas de automatización más tempranas en las décadas recientes.

Por otra parte, si la transición tecnológica no se maneja adecuadamente, EE. UU. y Europa podrían sufrir una ralentización del ingreso, un aumento de la desigualdad y el paro, y reducciones en los sectores del ocio, la salud y la longevidad.

Uno de los hallazgos más reveladores de nuestro estudio es que los ingresos y el empleo se ven amenazados en todos los escenarios probables, lo que implica que ello no se puede descartar ni ignorar. Si no se abordan los efectos adversos previsibles de pasar a una economía automatizada basada en el conocimiento, se podrían dilapidar muchos de los beneficios potenciales.

Las autoridades deberían prepararse para un esfuerzo de reconversión a la escala de la GI Bill (ley para la educación de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial) de 1944 en los Estados Unidos.

Entre otras cosas, los gobiernos de hoy pueden desempeñar un papel estratégico en la provisión de educación y el rediseño de los planes de estudios para poner énfasis en las habilidades técnicas y las competencias digitales. También pueden destinar parte del gasto público a reducir los costos de la innovación para las empresas y dirigir el desarrollo tecnológico hacia fines productivos mediante las adquisiciones y los mercados abiertos.

Por otra parte, los líderes empresariales deben estar a la altura del desafío. Si las compañías adoptan una actitud de interés propio bien entendido con respecto a la IA y la automatización —lo que llamamos una “responsabilidad social de la tecnología”— pueden lograr beneficios tanto para la sociedad como para sus propios resultados financieros.

Después de todo, si los trabajadores son más productivos se les puede pagar mejor, impulsando así la demanda de productos y servicios. Para cosechar los beneficios de gran alcance de las tecnologías digitales, la IA y la automatización debemos lograr un delicado equilibrio, fomentando la innovación al tiempo que promovemos las habilidades necesarias para aprovechar sus frutos,

Christopher Pissarides: un economista laureado con el Nobel y profesor regius de Economía en la Escuela de Economía de Londres.

Jacques Bughin: director del McKinsey Global Institute y socio sénior de McKinsey con base en Bruselas.

© Project Syndicate 1995–2019