Página quince: Matusalén y un mejor sistema de pensiones

Ni el ROP como está actualmente ni el propuesto por Eduardo Cruickshank son a prueba de balas.

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Según relata el capítulo 5 del Génesis, en el mundo hubo gente significativamente longeva. Adán tenía 130 años cuando engendró a Set, y vivió hasta los 930 años. Noé alcanzó los 950. Pero es Matusalén quien posee el récord de larga vida: 969 años.

“Dadme vida eterna, o dadme hijos”, piden algunos al Creador. Bueno, los personajes mencionados casi recibieron ambos dones.

Dice el capítulo 6 que “los hijos de Dios”, quienes, supuestamente, debían enseñar a los seres humanos las artes y la civilización, se enamoraron de las hijas de los hombres, las tomaron por esposas y tuvieron hijos con ellas.

Si bien la Biblia no indica explícitamente que eso fuera malo, el hecho de que, seguidamente, cuente la historia del diluvio universal, el cual vino como castigo por la corrupción de la humanidad, conduce a algunos analistas a pensar que la conducta de aquellos extraterrestres, probablemente miembros de la hueste de los ángeles caídos, fue pecaminosa.

Noé, el varón más justo y cabal, a quien Dios encargó la construcción del arca salvadora, engendró tres hijos a los 500 años de edad, tenía 600 años cuando acaeció el diluvio y vivió 350 más. Pero a partir del diluvio universal (¿fue realmente universal?), la edad a la que morirían los seres humanos bajó de manera drástica. Moisés, por ejemplo, llegó a vivir “solo” 120 años (Dt 34:7).

Información estratégica. La esperanza de vida al nacer se pone de moda de tiempo en tiempo. De acuerdo con los especialistas, los nacidos después del 2000 llegarán a vivir, en promedio, 100 años. Los seguros de vida, o, mejor dicho, de muerte prematura, deben tomar en cuenta esa información para que los beneficios sean apreciados por las personas a quienes van dirigidos y su oferta encuentre demanda.

Sin embargo, para estos efectos, el dato valioso no es la expectativa de vida al nacer, en la cual influye lo que pase en los primeros años de crianza de las personas, sino la expectativa en el momento de ingresar al régimen, así como la existencia que, en promedio, le resta al beneficiario cuando llega a la edad de jubilación, por ejemplo, a los 65 años.

Si una aseguradora vende pólizas de vida ordinarias, cuyas tarifas dependen de la edad del asegurado y paga los beneficios cuando este fallece, el que la persona viva más de la cuenta no es problema. Todo lo contrario, ojalá todas lo hicieran porque pagarían primas por más años de lo previsto. Pero un seguro social, que paga la pensión a partir de los 62 o 65 años del asegurado que tenga el número de cuotas reglamentarias, enfrentaría problemas si muchos de ellos se tornaran longevos, aunque no necesariamente como los antediluvianos.

De haber tomado una póliza de vida ordinaria en su juventud, Matusalén habría pagado primas durante demasiados años. Y habría contribuido a acrecentar los problemas financieros de una entidad como la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), si hubiera aportado cuotas durante, digamos, 45 años. A partir de su cumpleaños número 65 y a lo largo de 904 años, habría recibido pensión ajustada al costo de vida.

Cambios al ROP. El proyecto para reformar el Régimen Obligatorio de Pensiones (ROP), avalado recientemente por la Sala Constitucional, dejaría sin pensión complementaria a muchos adultos mayores durante los últimos otoños, ya que la enmienda permitiría a las personas solicitar que su pensión se distribuya entre la cantidad de meses que van desde su jubilación hasta lo que sea su expectativa de vida a partir de ese momento.

Por ejemplo, si a una mujer de 65 años le quedan, en promedio, 23 más de vida, le es posible solicitar que su pensión se divida en 276 meses (=23x12). ¿Y si viviera más allá de los 88 años?

En esto, la práctica vigente es utilizar un tope de 115 años, no 85 ni 88, para incluir no solo la expectativa de vida, sino también la mayor cantidad de posibles desvíos positivos de ella. Con la reforma planteada, una mujer que sobrepase los 88 años dejaría de recibir pensión complementaria del ROP, dado que lo habría consumido todo.

A decir verdad, ni el método actual ni el propuesto son a prueba de balas. Ambos tienen inconvenientes. El problema reside en que el ROP es un régimen individual de retiro, no un seguro social ni comercial.

Por seguro social se entiende un esquema obligatorio que cubre a un grupo y tiene un elemento de solidaridad, por lo cual las cuotas de los ricos sostienen parte de los beneficios que reciben los pobres. Paga pensión por el tiempo que viva el asegurado y hasta determinados sobrevivientes. Así, funciona el Régimen de Invalidez, Vejez y Muerte administrado por la CCSS.

Pero los seguros comerciales “privados” también contienen un elemento social, pues las primas se calculan en función de las pérdidas previstas de un grupo homogéneo de asegurados expuestos a los mismos riesgos. Ningún asegurador conoce de antemano cuándo van a morir Pedro, Juan o María, pero sí puede calcular —si posee en cartera un número suficientemente grande de asegurados— las probabilidades de muerte en cualquier año y, con base en eso, cobrar primas de protección que permitan hacer frente a las indemnizaciones, a gastos de operación y utilidad.

Si los fondos del ROP se utilizaran como primas únicas para seguros de vida equilibrados actuarialmente —es decir, que cada palo aguante su propia vela— y que no discriminen por la cantidad de arrugas ni por el estado de salud de los asegurados, pues en el esquema no media riesgo moral ni selección adversa, ni Juan ni María tendrían por qué preocuparse por la edad a la que el Creador tenga dispuesto llevárselos ni cómo eso afectaría su pensión complementaria, pues recibirían un monto mensual durante lo que dure su jubilación. Quizá, solo tendrían que inquietarse, según sea su fe, por que Dios los coja confesados.

tvargasm@yahoo.com

El autor es economista.