Primero el disclosure: Paola Ramos es la mayor de mis nietas. Ha hecho un excelente documental para Showtime. (Es, además de brillante y audaz, absolutamente bilingüe y bicultural).
Trata de los cubanos en la ciudad mexicana de Juárez que intentan entrar en Estados Unidos. Son miles y viven acosados por el Cartel de Juárez y, en menor medida, por las autoridades mexicanas. Me conmovió especialmente una mujer que prefiere ser asesinada en Juárez antes que regresar a Cuba.
Los llaman Cajeros (ATM) Vivientes, como recordó Pedro Sevsec en TV América cuando entrevistaba a Paola. Los secuestran y maltratan severamente hasta que los familiares, casi todos avecindados en Miami, muchos de ellos ciudadanos estadounidenses, y supuestamente solventes, pagan el rescate y les permiten seguir vivos.
Si no pagan, los asesinan sin compasión. Se lo explicó a Paola un matarife del Cartel de Juárez frente a las cámaras de la televisión estadounidense:
—¿Ha secuestrado a algún cubano?
—Sí, por supuesto.
—¿Tiene alguno secuestrado en este momento?
—Sí.
—¿Qué les sucede cuando los familiares no pagan?
—Van directo a la fosa común.
Tras ver la pieza, le pregunté a Paola por qué el criminal se autoacusaba sin temor. Los extorsionistas también requieren “relaciones públicas”, me dijo.
Hasta los carteles necesitaban ese tipo de propagandas para vender su mercancía. La mercancía de ellos era la supresión del dolor y evitar el balazo en la cabeza mediante un pago.
¿De cuánto hablamos? De diez, quince o veinte mil dólares, me respondió. Además, en Ciudad Juárez ellos son la autoridad. Se sienten fuertes. La policía les pasa información.
Transformismo. Los delincuentes, como la materia, no desaparecen, sino que se transforman en otra cosa. Como el tráfico de drogas está muy vigilado en la frontera con Estados Unidos, se dedican a la extorsión, al chantaje, a la prostitución y a cualquiera de las conductas penadas por la ley que requiera una persona sin empatía y capaz de hacer daño.
En Ciudad Juárez, es fácil secuestrar cubanos. Repito: son miles. El resto de los indocumentados o no tienen parientes en Estados Unidos o carecen de recursos.
Los pobres cubanos han sido víctimas de múltiples engaños. Primero, les tomó el pelo Barack Obama cuando dijo y reiteró hasta el cansancio que no le haría ninguna concesión al régimen cubano hasta que la Isla diera señales de cambio hacia la libertad.
Era mentira. Negociaba con el régimen cubano entre bambalinas hasta que, en diciembre del 2014, anunció la apertura de relaciones diplomáticas normales.
Poco antes de abandonar la presidencia, dio un sensacional discurso en la Isla (todo hay que decirlo), liberó a unos espías cubanos, responsables, entre otros delitos, del asesinato de los pilotos cubanoestadounidenses de Hermanos al Rescate mientras realizaban misiones de salvamento sobre aguas internacionales.
Simultáneamente, por pedido de La Habana, eliminó la disposición de “pies secos y pies mojados”, firmada por su correligionario Bill Clinton, que les permitía a los refugiados cubanos permanecer legalmente en suelo estadounidense. Mientras la ley de ajuste, promulgada por Lyndon Johnson, otro demócrata, en los sesenta, les daba acceso a la residencia y, eventualmente, a la ciudadanía.
Pesadilla americana. Todas esas excepciones demostraban el mejor camino para conseguir la incorporación de una minoría, en este caso hispana, al “sueño americano”.
No había que esconderse de la Migra, se trabajaba dentro de la ley y se pagaban impuestos inmediatamente. A los diez o quince años de trasladados al suelo de Estados Unidos, los cubanos eran estadísticamente indistinguibles a la media blanca de Estados Unidos.
Pero la segunda generación cubanoestadounidense tenía un desempeño aún mejor que los estadounidenses de cualquier origen, menos los hindúes que nos superaban en casi todo.
Luego vino el engaño de Donald Trump. Quien había prometido liquidar inmediatamente todos los decretos presidenciales de su predecesor Barack Obama, se cuidó mucho de mantener vigente la cancelación de “pies secos y pies mojados”.
Era mayor el desprecio por los inmigrantes que el rechazo a las concesiones de Obama a Castro. No es verdad que a Trump le preocupe el daño que sufren los ciudadanos de su país.
Los cubanamericans son más cubanos que “americanos” a los ojos de Trump. En Miami, son cientos las familias que tienen que pagarles a los asesinos del Cartel de Juárez.
Al presidente de EE. UU. no le importa. Lo suyo es impedir, a cualquier costo, que entren en el país los perseguidos por el hambre o por la ideología. Especialmente si tienen la piel oscura.
[©FIRMAS PRESS]
Carlos Alberto Montaner es periodista y escritor. Su libro más reciente es “Sin ir más lejos (Memorias)”.