Página quince: Los nuevos colores de Georgia

El éxito demócrata en las elecciones al Senado revela profundos cambios en ese estado

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La doble victoria demócrata, el martes 5, en la segunda vuelta para elegir a los senadores por Georgia, tendrá un impacto político inmediato y permitirá a Joe Biden y su partido dominar ambas Cámaras del Congreso (ya son mayoría en la de Representantes).

Los 100 asientos del Senado quedarán divididos en partes iguales, pero el voto de la vicepresidenta, Kamala Harris, resolverá cualquier empate.

La mayoría, además, dará a los demócratas el control de sus comités y múltiples procedimientos, otra ventaja nada despreciable. Se allanará así el camino para impulsar su agenda legislativa y la confirmación de nombramientos clave.

Bastaría lo anterior para aquilatar la enorme importancia de esta elección. Pero sus implicaciones son mucho mayores. Porque los triunfos de Raphael Warnock y Jon Ossoff sobre los senadores titulares (incumbents) republicanos, Kelly Loeffler y David Perdue, reflejan transformaciones de mayor calado.

A la vez, proyectan un mensaje esperanzador sobre la fluidez de la sociedad estadounidense, en tiempos que han sido nublados para su democracia y para los derechos de una gran parte de sus ciudadanos.

Colores que cuentan. La magnitud del cambio puede resumirse en una frase: Georgia ha renovado sus colores y, con ellos, su relevancia sociopolítica.

Con el triunfo de Biden en la elección presidencial, y de sus candidatos en la senatorial, por primera vez en casi dos décadas el estado pasó de rojo (color republicano) a azul (demócrata). Además, por primera vez en la historia, un afroestadounidense del antiguo sur esclavista —los 11 estados confederados que generaron la guerra de secesión en 1861— llegará al Senado. Se trata de Warnock, pastor de la misma iglesia bautista donde predicó Martin Luther King, líder de los derechos civiles: un simbolismo aún mayor.

Ossoff será el primer judío en saltar sobre esa misma barrera y, con 33 años, se convertirá en el senador más joven desde la elección de Joe Biden en 1973.

Así, el mismo día en que turbas alentadas por Donald Trump intentaron tomar el Capitolio y frenar el cambio que encarna Biden, el conteo de votos en Georgia reveló la voluntad transformadora de sus ciudadanos. También mostró que las estructuras sociales y políticas de Estados Unidos, aunque severamente golpeadas, están lejos de la parálisis o decadencia totales que algunos suponen.

Razones múltiples. El gran vuelco en Georgia se debe a muchos factores:

A lo largo de las últimas dos décadas, la población del estado ha cambiado sustancialmente. Es más educada, urbanizada, moderna, multicultural y multiétnica; ha superado moldes identitarios del pasado y, como consecuencia, su orientación política es más abierta.

El interés político de los afroestadounidenses, aproximadamente un tercio del total, ha crecido notablemente, no solo por efecto de los cambios sociodemográficos, sino también por la inspiración de Barack Obama, y las exitosas iniciativas de inscripción y movilización electoral.

Estos esfuerzos han sido impulsados, principalmente, desde el campo demócrata. Y aunque la diversidad y número de sus líderes es muy amplio, pocos han sido tan determinantes como Stacey Abrams, exjefa de la minoría en el Congreso estatal (aún dominado por los republicanos), y que estuvo cerca de convertirse en gobernadora hace dos años.

Empática, inteligente, incansable y con una depurada mezcla de idealismo y pragmatismo, Abrams representa lo mejor de una nueva camada de dirigentes, más apegados al multiculturalismo que a la negritud; más conscientes de la dimensión programática que de las testimoniales en política, y con una visión de mediano y largo plazo centrada en la organización y el empoderamiento personal como herramientas para generar votos.

En un proceso electoral que costó más de $800 millones —el más caro para el Senado en la historia de Estados Unidos—, el uso de los medios y las redes sociales fue esencial; incluso, invasivo. Pero de poco habría servido la superioridad de recaudación demócrata sin la inscripción de centenares de miles de nuevos votantes, la depurada organización entre las bases del partido y su motivación puerta a puerta.

Candidatos sólidos. Como candidatos, los demócratas presentaron a dos figuras con arraigo en la sociedad civil y que claramente representan los cambios demográficos del estado —el pastor Warwock y el realizador audiovisual Ossoff—, ambos diestros en la interacción humana, claros y moderados en sus planteamientos y limpios en su hoja de vida.

Los republicano repitieron a personas con mayor experiencia política, pero envueltas en conflictos de intereses, escasas en propuestas, abundantes en ataques absurdos y con patológica lealtad a Trump.

Fue este el que terminó de liquidar las aspiraciones de Loeffler y Perdue por mantenerse en sus cargos. Sus ataques a los funcionarios que se negaron a modificar el resultado electoral para la presidencia, y su insistencia en los atavismos egocentristas que lo mueven, generaron rechazo, dividieron a los republicanos y dieron el golpe de gracia a pretensiones ya muy debilitadas.

Trump ha insistido en que le «robaron» votos en Georgia y por eso perdió el estado frente a Biden, pero fue él quien, con su conducta, «robó» votos a sus candidatos al Senado. Una aleccionadora paradoja.

En qué medida lo que parece una transformación profunda echará raíces, es difícil decirlo. La política, en gran medida, movimiento. Pero los factores que generaron los cambios han demostrado ser una corriente muy fuerte.

Los nuevos colores de Georgia, creo, no desteñirán con facilidad.

eduardoulibarri@gmail.com

El autor es periodista y analista.