Página quince: Los cisnes blancos del 2020

Los mercados financieros siguen gozosamente negando las muchas crisis mundiales predecibles.

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NUEVA YORK– En mi libro Crisis Economics definí las crisis financieras no como los “cisnes negros” que Nassim Nicholas Taleb describía en su éxito de ventas del mismo nombre, sino como “cisnes blancos”. Según Taleb, los cisnes negros surgen de manera impredecible, como un tornado, en una distribución estadística con mayor dispersión que lo normal. Por mi parte, argumenté que, por lo menos, las crisis financieras son más como huracanes: el resultado predecible de la acumulación de vulnerabilidades económicas y financieras, sumado a errores de políticas.

Hay veces en que deberíamos esperar que el sistema alcance un punto de inflexión (el momento Minsky), cuando el auge y la burbuja dan paso a una implosión y un estallido. Son acontecimientos que no son parte de “los desconocidos no conocidos”, sino más bien de los “desconocidos conocidos”.

Más allá de los riesgos de políticas y económicos usuales de los cuales la mayoría de los analistas financieros se preocupan, este año hay visibles una serie de cisnes blancos potencialmente sísmicos. Cualquiera de ellos podría gatillar graves perturbaciones económicas, financieras, políticas y geopolíticas, no vistas desde la crisis del 2008.

Para comenzar, Estados Unidos está enzarzado en una rivalidad estratégica creciente con cuatro potencias revisionistas implícitamente alineadas: China, Rusia, Irán y Corea del Norte. Todas tienen interés en desafiar el orden mundial liderado por los estadounidenses, y el 2020 podría representar un año crucial para ello, debido a las elecciones presidenciales en Estados Unidos y el potencial cambio subsiguiente de las políticas globales estadounidenses.

Bajo Donald Trump, Estados Unidos está intentando contener, o incluso generar, un cambio de régimen en estos cuatro países mediante sanciones económicas y otros medios. De manera similar, los cuatro revisionistas desean socavar el poder duro y blando de esta potencia en el exterior al desestabilizarla desde dentro mediante técnicas de guerra asimétrica. Si las elecciones estadounidenses terminan en rencores partidistas, caos, recuentos de votos en disputa y acusaciones de elecciones “arregladas”, tanto mejor para ellos. Si el sistema político estadounidense entrara en crisis, su poder en el exterior se debilitaría.

Más todavía, a algunos países les interesa, particularmente, sacar a Trump del poder. La aguda amenaza que su gobierno representa para el régimen iraní da a este todas las razones para escalar el conflicto en los próximos meses, incluso si eso significa una guerra abierta, apostando por que el alza subsiguiente en los precios del petróleo sería catastrófica para la bolsa de valores de EE. UU., gatillaría una recesión y acabaría con las perspectivas de reelección de Trump. Sí, la opinión general es que el asesinato selectivo de Qasem Soleimani ha disuadido a Irán, pero ese argumento malinterpreta los perversos incentivos del régimen. Sigue siendo probable una guerra entre Estados Unidos e Irán este año, y la calma actual es la que existe antes de la proverbial tempestad.

En cuanto a las relaciones chino-estadounidenses, el reciente acuerdo de “fase uno” es un parche temporal. La guerra fría bilateral en tecnología, datos, inversiones, divisas y finanzas está aumentando rápidamente. La epidemia del covid-19 ha reforzado la posición de quienes en los Estados Unidos argumentan por la contención y ha dado un impulso adicional a la tendencia más general de “desacoplamiento” entre China y Estados Unidos. En términos más inmediatos, es probable que la epidemia sea más grave que lo esperado y sus efectos disruptivos en la economía china se sentirán en las cadenas de suministro globales —como insumos farmacéuticos, de los que China es un proveedor crucial— y la confianza en los negocios, todos ellos factores que probablemente sean más serios de lo que sugiere la actual complacencia de los mercados financieros.

Aunque la guerra fría chino-estadounidense es, por definición, un conflicto de baja intensidad, es probable una aguda escalada este año. Para algunos altos funcionarios chinos, no puede ser coincidencia que el país experimente al mismo tiempo un brote masivo de gripe porcina, una grave gripe aviar, una epidemia de coronavirus, disturbios políticos en Hong Kong, la reelección de un presidente proindependentista en Taiwán y el aumento de las operaciones navales estadounidenses en los mares del este y sur de China. Más allá de que China solo se tenga a sí misma como culpable de algunas de estas crisis, el ánimo en Pekín se está inclinando hacia las teorías conspirativas.

Pero en este punto una agresión abierta no es realmente una opción, considerando la asimetría del poder convencional. La respuesta inmediata de China a los esfuerzos de contención estadounidenses probablemente se exprese en la forma de tácticas de ciberguerra. Hay varios objetivos evidentes. Los ciberpiratas chinos (y sus contrapartes rusos, norcoreanos e iraníes) podrían interferir en las elecciones estadounidenses inundando a los votantes con información errónea y noticias falsas. Puesto que el electorado estadounidense ya está muy polarizado, no es difícil imaginar que partisanos armados tomen las calles para cuestionar los resultados, generando hechos graves de violencia y caos.

Las potencias revisionistas también podrían atacar los sistemas financieros estadounidenses y occidentales, como la plataforma Swift (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication). Ya la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, advirtió de que un ataque cibernético sobre los mercados financieros europeos costaría $645.000 millones. Y funcionarios de seguridad han expresado inquietudes similares acerca de Estados Unidos, donde una red de infraestructura de telecomunicaciones incluso más amplia es potencialmente vulnerable.

Para el año próximo, el conflicto entre ambas potencias podría haberse incrementado desde una guerra fría hasta una casi caliente. Un régimen y una economía chinos afectados seriamente por la crisis del covid-19 y con disturbios masivos necesitará un chivo expiatorio externo, y es probable que dirija la vista hacia Taiwán, Hong Kong, Vietnam y las posiciones navales estadounidenses en los mares del este y el sur de China; la confrontación podría llegar a accidentes militares en aumento. También podría adoptar la “opción nuclear” financiera de volcar sus reservas de bonos del Tesoro estadounidense si se intensifica el conflicto. Puesto que los bonos constituyen una parte grande de las reservas en moneda extranjera de China (y, en menor medida, de las de Rusia), a los chinos les preocupa cada vez más que se puedan congelar mediante sanciones de EE. UU. (como las ya utilizadas contra Irán y Corea del Norte).

Por supuesto, el dumping de los bonos del Tesoro de EE.UU. impediría el crecimiento económico si se vendieran los activos en dólares y se convirtieran de vuelta a yuanes (que se apreciarían). Pero China podría diversificar sus reservas convirtiéndolas en otro recurso líquido menos vulnerable a las sanciones primarias o secundarias de Estados Unidos: el oro. De hecho, China y Rusia han estado acumulando reservas de oro (abierta y solapadamente), lo que explica el aumento de un 30 % en los precios del metal desde principios del 2019.

En un escenario de venta total, las ganancias de capital obtenidas con el oro compensarían toda pérdida por deshacerse de los bonos, cuyas rentabilidades subirían a medida que los precios de mercado y valor cayeran. Hasta ahora, el paso hacia el oro en China y Rusia se ha hecho con lentitud, por lo que las rentabilidades de los bonos no se han visto afectadas. Pero si se acelera esta estrategia de diversificación, como es probable, se gatillaría un golpe al mercado de los bonos del Tesoro estadounidense, posiblemente llevando a una profunda desaceleración en los Estados Unidos.

Por supuesto, Estados Unidos no se quedará quieto mientras recibe este ataque asimétrico. Ya ha estado aumentando la presión sobre estos países con sanciones y otras formas de hostilidades comerciales y financieras, para no mencionar sus propias y muy refinadas capacidades de ciberguerra. Este año, seguirán intensificándose los ciberataques estadounidenses contra sus cuatro rivales, elevando el riesgo de que se produzca una primera ciberguerra mundial y un enorme desorden económico, financiero y político.

Más allá del riesgo de que se produzcan serios conflictos geopolíticos en el 2020, existen riesgos a mediano plazo adicionales relacionados con el cambio climático, que podrían causar costosos desastres ambientales. No es solo un torpe gigante que generará caos económico y financiero en algunas décadas. Es una amenaza aquí y ahora, como lo testimonian la creciente frecuencia y gravedad de los fenómenos climáticos extremos.

Hay evidencias de que están en ciernes movimientos sísmicos, que llevarán a rápidos movimientos globales en la polaridad magnética y la aceleración de las corrientes oceánicas. Cualquiera de ellos podría augurar un cisne negro ambiental, como el derretimiento de las principales capas de hielo y nieve en la Antártida o Groenlandia. Ya sabemos que está en aumento la actividad volcánica submarina: ¿Qué pasaría si esa tendencia se traduce en una rápida acidificación marina y la desaparición de los recursos pesqueros de los que dependen miles de millones de personas?

Mientras tanto, los mercados financieros siguen negándose a ver los riesgos, complacientemente convencidos de que las principales economías y los mercados globales pueden esperar un año tranquilo, y hasta bueno.

Nouriel Roubini: es director ejecutivo de Roubini Macro Associates y profesor de Economía de la Escuela de Negocios de la New York University.

© Project Syndicate 1995–2020