Página quince: Las enseñanzas del confinamiento

Esta crisis no será la última de su tipo, por eso necesitamos aprender todo lo posible de la experiencia en cuanto al cambio climático, la educación y el uso eficiente de los subsidios por parte de los afectados por la pandemia

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CAMBRIDGE– Como muchas otras cosas, el área del desarrollo internacional resulta muy afectada por la pandemia de covid-19. ¿Cómo usar lo aprendido para redefinir el sector en vez de volver al statu quo?

En primer lugar, la crisis nos ha recordado que la naturaleza todavía manda; esto debe alentarnos a intensificar los esfuerzos de mitigación y adaptación de cara a otros riesgos sistémicos, en particular el cambio climático, que seguirá siendo la peor amenaza al desarrollo.

Según el Laboratorio de Impacto Climático, de aquí al 2100, el calentamiento global causaría no menos de 1,5 millones de muertes en exceso anuales en la India, lo cual significa una mortalidad comparable a la de todas las enfermedades infecciosas combinadas.

Además de aplicar el conocimiento científico a los problemas presentes —lo que incluye desde mejorar los procesos de auditoría medioambiental hasta extender el uso de variedades de arroz resistentes a inundaciones— tenemos que acelerar la búsqueda de innovaciones tendentes a reducir las emisiones de dióxido de carbono y la contaminación, facilitar la adaptación al cambio climático y proveer acceso a energías limpias.

Sobre todo, debemos hacer pruebas piloto de nuevas iniciativas para evaluarlas y ejecutar a gran escala las más eficientes.

La pandemia también nos enseñó que la salud pública no es solo una cuestión de enfermedades físicas. Para muchas personas —en particular en los países en desarrollo—, quedarse en la casa no es una opción segura.

Se prevé que las medidas de confinamiento producirán un marcado aumento de la violencia doméstica (incluido el maltrato físico y emocional).

Períodos de aislamiento prolongados agravan cuadros de ansiedad, depresión y otros trastornos de salud mental relacionados.

Quienes luchan contra adicciones están teniendo dificultades para acceder al apoyo necesario. En vez de esperar que estos problemas desaparezcan —que no lo harán— cuando se levanten las cuarentenas, hay que reconocer que el debate sobre políticas lleva mucho tiempo descuidando la cuestión de la salud mental.

Otra enseñanza de la crisis es que no hay sustituto para los gobiernos. Durante la última década, muchos proveedores de fondos y organismos de desarrollo internacionales procuraron eludirlos, por inquietudes relacionadas con la corrupción y la burocracia, pero la pandemia dejó en claro que los gobiernos son los actores principales en la contención de enfermedades infecciosas, la gestión de políticas de desarrollo, la provisión de protección social a los desempleados y el alivio de la pobreza.

Por eso, en el Laboratorio Abdul Latif Jameel de Acción contra la Pobreza (J‑PAL) del MIT hemos puesto el acento en crear relaciones duraderas con los gobiernos, y ahora estamos ayudando a extender la puesta en marcha de políticas basadas en datos.

Los gobiernos también necesitan formas rápidas de transferir efectivo a las personas vulnerables. Estados Unidos y otras economías avanzadas consiguieron hacer una transferencia directa de fondos de emergencia a la ciudadanía, pero muchos otros países que establecieron programas de ayuda familiar, transferencias en efectivo y otros mecanismos de protección social no consiguieron hacer llegar el dinero a quienes más lo necesitan.

Es evidente que estos países deben encontrar otras formas de identificar a las personas más pobres para proveerles métodos de identificación digitales y otras condiciones de la inclusión financiera.

En el futuro, estos serán los componentes fundamentales de la red de seguridad social en todos los países, sin importar su grado de desarrollo.

Otra cuestión crucial es la educación. Más allá de la posibilidad de impartir enseñanza fuera de las escuelas físicas, la pandemia significará para muchos niños un indudable retroceso educativo.

De modo que es urgente ayudarlos a mantenerse al día. Mientras las escuelas están cerradas, la solución obvia es enseñar a través de Internet. Está comprobado que usar aplicaciones que permiten a los estudiantes avanzar a su propio ritmo es eficaz.

Pero la educación a distancia no es una opción para estudiantes sin acceso a Internet, con necesidades especiales o que deben compartir un único equipo informático o teléfono con muchos familiares.

La pandemia puso en pausa la educación de estos niños, como ya les sucedía a muchos de los refugiados del mundo, de los que más de la mitad son menores.

Cuando llegue el momento, será esencial ayudarlos a ponerse al día. Una modalidad que, según investigaciones, sería sumamente útil es la asistencia periódica de los estudiantes a “campamentos de aprendizaje” intensivos donde son agrupados según el nivel de conocimientos en vez de la edad o el grado.

Desde las favelas de Brasil y las caravanas de migrantes de la India hasta las banlieues de Francia y las comunidades negras en Estados Unidos, los costos sanitarios, económicos y psicológicos de la covid‑19 afectan, sobre todo, a los pobres.

Pero es muy difícil proveer información útil a quienes más la necesitan porque los canales que ofrecen los medios convencionales solo son eficaces hasta cierto punto, y en las redes sociales abunda la desinformación.

Por eso, se está investigando la posibilidad de obtener la colaboración de personas bien conectadas o influencers para lograr una distribución confiable de los mensajes a través de las redes sociales preexistentes.

Mientras tanto, la pandemia ha obligado a los gobiernos de todo el mundo a experimentar diferentes estrategias para alentar el distanciamiento social, el lavado de manos y otras medidas de prevención de contagios.

Tal vez deban considerar la posibilidad de condicionar algunas de las transferencias de efectivo a la conducta saludable de los receptores, pues está comprobado que es un modo eficaz de mitigar la propagación del virus y mejorar la situación sanitaria general.

Esta es otra estrategia que no tiene por qué limitarse a la crisis actual. Incluso en tiempos normales es posible supeditar la entrega de ayudas en efectivo a que los hijos de los receptores estén vacunados o hayan tenido un control de salud anual.

Son cada vez más urgentes políticas que alienten estilos de vida más saludables, en vista de la creciente amenaza planteada por enfermedades no transmisibles generalmente evitables que ya matan a más de 40 millones de personas al año en todo el mundo.

Como el confinamiento impide la recolección de datos en persona, muchos investigadores en ciencias sociales han optado por el uso de datos administrativos.

Gobiernos y organizaciones no gubernamentales ya cuentan con información muy útil para probar la eficacia de nuevos programas. En este sentido, la iniciativa IDEA (Innovaciones en Datos y Experimentos para la Acción del J‑PAL) está suscribiendo acuerdos con los gobiernos para ayudarlos a mejorar el uso que hacen de los datos administrativos.

La crisis también obligó a muchos proyectos de investigación a reunir datos por medio de encuestas telefónicas. Este trabajo también deja enseñanzas que servirán de orientación a futuras investigaciones donde se use esta modalidad de recolección de información.

De este modo, gobiernos y oenegés podrán reunir información mucho más exacta en tiempo real en las comunidades a las que sirven.

La pandemia es el mayor shock sincronizado que el mundo haya experimentado en generaciones. Pero no será la última crisis de este tipo.

Necesitamos con urgencia aprender lo más que podamos de la experiencia actual y adaptar según corresponda las prácticas y modalidades de investigación del área del desarrollo internacional. No podemos permitir que otra crisis nos encuentre con la guardia baja.

Iqbal Dhaliwal: director ejecutivo global del Laboratorio Abdul Latif Jameel de Acción contra la Pobreza (J‑PAL).

Samantha Friedlander: asociada sénior del área de políticas del J‑PAL.

© Project Syndicate 1995–2020