Muy temprano en la mañana, antes de que amanezca, y tarde en la noche, cuando la ausencia de ruidos permite escucharlos, llegan a mi casa los sonidos de las máquinas que están trabajando en lo que los viejos llamamos la intersección del Gallito y los jóvenes denominan la de Walmart.
Escuché los sonidos los días de lluvia; los he oído, también, ahora que llegó el verano. Los he percibido en los feriados, los domingos y siempre que se dan las circunstancias adecuadas para ello.
Esa percepción me ha producido sensaciones contradictorias: frecuentemente pienso en las personas que están haciendo los trabajos, en horas y días distintos de aquellos en que laboramos los demás.
Supongo que, aunque esos horarios implican un sacrificio personal y familiar, quienes trabajan así tienen la tranquilidad de contar con un ingreso en las difíciles circunstancias económicas que viven Costa Rica y el resto del mundo.
Recuerdo los comentarios de molestia e impaciencia de algunos amigos, quienes se quejan de las congestiones viales que estas y otras obras similares producen. Otros cuestionan la participación de la Unops, organismo de las Naciones Unidas que procura hacer más eficientes este tipo de contrataciones.
También hay muchas personas que critican acremente el retraso de muchos años que tienen estas obras. Todos tienen algo de razón. Sin embargo, me pregunto si no será mejor guardar nuestra actitud crítica y tomar conciencia de que en muy poco tiempo se habrá completado el anillo periférico que realmente facilitará la circulación vehicular en San José y nos hará la vida más fácil a quienes vivimos en esta ciudad y a las personas que la visitan.
Por ello me pregunto si, en vez de sentir el sonido de las máquinas como un ruido molesto que perturba nuestro sueño, ¿será mejor percibirlo como la música de las máquinas y de quienes las operan, que contribuye a que todos tengamos una vida mejor?
El autor es exvicepresidente de la República.