Página quince: La lucha por los derechos de la mujer más allá de #MeToo

En países como Egipto, la India, Líbano y Pakistán, la campaña eclipsó los movimientos existentes y obstaculizó las luchas en curso porque se entendió como una importación maligna desde Occidente

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BRIGHTON– Para la mayoría, el movimiento #MeToo se convirtió en sinónimo de las campañas contra el acoso sexual. Ese movimiento —que se viralizó en octubre del 2017— indudablemente movilizó a las mujeres y estimuló el cambio positivo, pero su prominencia en los medios y las discusiones políticas sobre el acoso sexual también resultó problemática, ya que eclipsó al activismo previo por los derechos de la mujer en otras partes del mundo.

En muchos países, los movimientos sociales se estaban ocupando del acoso y el abuso sexual desde hacía décadas. Muchos de ellos, entre los que se cuentan campañas como #MeshBasita en el Líbano, HarassMap en Egipto y Shefarers en las Filipinas, surgieron mucho antes de #MeToo o fueron eclipsados por él.

Una nueva publicación del Instituto de Estudios para el Desarrollo reunió informes sobre el activismo por los derechos de la mujer en países como Benín, Burkina Faso, Egipto, la India, Líbano, Pakistán, Filipinas y Uganda.

Los autores cubren una amplia gama de experiencias, desde acciones conjuntas bien definidas y visibles hasta el activismo que se mantiene entre bastidores para salvaguardar las vidas de las mujeres.

Hay pruebas de que la atención puesta en el movimiento #MeToo obstaculizó en ciertas maneras la lucha mundial por los derechos de la mujer, especialmente en los países del sur.

Algunos activistas informan de que #MeToo exacerbó los prejuicios existentes, ya que los ultranacionalistas y extremistas religiosos vilipendiaron el movimiento por considerarlo una importación maligna desde Occidente y afirmaron que las mujeres locales no estaban interesadas en esas causas o bien el acoso sexual fue inventado por Occidente para destruir los valores familiares.

Consideremos al Líbano. En agosto del 2017, dice Menaal Munshey, cuando #MeshBasita («No está bien») se difundió en las redes sociales libanesas, el gobierno, las empresas privadas y las ONG se involucraron en la campaña.

Luego llegó #MeToo y los organizadores sufrieron una respuesta negativa, con reacciones que incluían comentarios del tipo «¿por qué hablan de eso?» y «eso es algo estadounidense, algo europeo».

Las leyes contra el acoso sexual sí existen en muchos de estos lugares, pero gran parte de la legislación es disfuncional y las mujeres no reciben la justicia y rendición de cuentas que merecen.

En Pakistán, por ejemplo, ahora se obliga a los lugares de trabajo a establecer procedimientos para investigar el acoso sexual, incluido un comité para escuchar las quejas; sin embargo, las investigaciones entre las políticas pakistaníes revelan que a pesar de la legislación y la existencia del movimiento #MeToo paquistaní, #MainBhi, estos requisitos todavía no se han ejecutado (entre los que se cuentan las asambleas nacionales y provinciales, los gobiernos locales y los partidos políticos).

La lucha por los derechos de la mujer no queda confinada a los espacios físicos. En los últimos años, el abuso en línea aumentó rápidamente. Esto puede asumir muchas formas, como la pornovenganza (la difusión de imágenes reales o alteradas de mujeres desnudas o en situaciones íntimas sin su autorización para extorsionarlas o avergonzarlas).

La gente en todo el mundo tiene teléfonos inteligentes y puede captar, alterar y difundir ese tipo de imágenes en línea en minutos.

La vergüenza suele evitar que las mujeres y las niñas denuncien los delitos en su contra, incluso cuando las leyes existentes las protegen.

Las mujeres en todos los países comparten estos sentimientos, pero la situación es especialmente grave en el caso de aquellas marginadas por la desigualdad extrema y sujetas a normas y valores que las responsabilizan por cualquier cosa que pueda manchar su reputación.

Muchas nunca hablan porque las aterroriza que otros las culpen y sus familias las condenen al ostracismo.

Claramente, #MeToo no llega a captar la manera en que las mujeres y los hombres en contextos diversos se movilizan contra el acoso sexual.

Es cierto, la acción colectiva contra el acoso sexual sí se unió en torno a la campaña #MeToo, y en algunos lugares indudablemente vigorizó los movimientos existentes, pero si no hubiera tenido lugar en Occidente las campañas previas en otros países —en Egipto, la India o Sudáfrica— pudieron haberse constituido en la chispa que inspirase solidaridad.

Es necesario reconocer a los diversos movimientos y campañas mundiales por los derechos de la mujer y percibirlos como fuentes de conocimiento e inspiración.

Aprender de los éxitos que lograron con dificultad los activistas por los derechos de la mujer puede ayudarnos a entender y superar los obstáculos que enfrenta la gente en todo el planeta en su lucha para combatir el acoso sexual.

Sería, por supuesto, contraproducente encarar las voces y perspectivas del sur con las de Occidente, la meta debiera ser, por el contrario, amplificar las voces, las experiencias y el conocimiento obtenidos en el mundo para crear oportunidades de aprendizaje y, en última instancia, establecer las condiciones para una mayor cooperación.

Los problemas del acoso sexual y el abuso son universales, solo a través de la solidaridad mundial podemos abrigar la esperanza de superarlos.

Mariz Tadros: profesora de Política y Desarrollo en el Instituto de Estudios para el Desarrollo, es coeditora de «Collective Action for Accountability on Sexual Harassment: Global Perspectives» [Acción conjunta para la rendición de cuentas sobre el acoso sexual: perspectivas globales].

© Project Syndicate 1995–2021