Página quince: La biología también existe

Las mujeres y los hombres reaccionan de modo diferente ante los niños por razones de programación genética, cerebral y hormonal.

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El abogado Gustavo Román Jacobo inició su artículo “La imbecilidad suprema” (Opinión, 21/6/2020) mencionando esta anécdota: en un aeropuerto, un bebé estalló en llanto, pero su madre no podía calmarlo. Varias mujeres se acercaron a la madre y al niño, y lo tranquilizaron entre todas. En cambio, ningún hombre se aproximó. Conclusión: los hombres fueron insensibles porque dejan las tareas de crianza a las mujeres: gran injusticia cultural, no de origen genético.

No es así. En términos generales, las mujeres y los hombres reaccionan de modo diferente ante los niños por razones de programación genética, cerebral y hormonal.

Otra cosa habría ocurrido si aquel niño se hubiese caído sobre los rieles de un tren: más de un hombre se habría apresurado a salvarlo, pues la fuerza, no la ternura, habría sido la respuesta necesaria.

Imaginemos otra anécdota. En una cueva de la prehistoria viven cinco hombres y cinco mujeres, más niñas y niños. Un tigre se asoma: ¿Quiénes salen a espantarlo? Los hombres, no las mujeres, quienes se quedan cuidando a los menores.

Los hombres salen porque son los más fuertes y producen mas testosterona, la hormona de la energía. Los hombres son el sexo desechable: “Mujeres y niños primero”, y está bien.

Entre los mamíferos gregarios, los machos defienden a las hembras y a las crías porque la evolución “encontró” que A (macho) debe proteger a B (hembra) ya que B es vulnerable cuando gesta y cría durante largos periodos.

Para que A proteja a B, debe ser más fuerte y enérgico, y no gestar. Esta es una división natural del trabajo; de no haberse producido, nuestra especie no existiría.

La gran emoción. Los cerebros femeninos y masculinos son básicamente iguales, mas difieren en aspectos importantes. Por ejemplo, los cerebros femeninos son más pequeños (más densos), sus hemisferios son más simétricos, presentan zonas más desarrolladas (como la de la palabra) y su cuerpo calloso contiene más axones.

No podemos detallar el dimorfismo sexual cerebral, pero mucha información consta en los libros El sexo del cerebro (capítulo II), del neurólogo Francisco Rubia; Sexosofía (capítulo IV), del fisiólogo Rubén Rial; y La psicología de las diferencias de sexo (todo), del psicólogo Roberto Colom. En Internet puede accederse al video “Kreimer testosterona”.

Las diferencias de estructura no lo son todo, pues también son esenciales las hormonas: sustancias producidas por glándulas que determinan muchas respuestas, como la simpatía y el miedo. Burdamente, diríamos que el cerebro es el “motor” y que las hormonas son la “gasolina”. Sin estas seríamos zombis.

Ahora llegamos a lo que nos importa: las diferencias emocionales entre las mujeres y los hombres ante sus hijos, sobre todo cuando son pequeños.

Charles Darwin escribió: “No hay emoción más fuerte que el amor materno” (La expresión de las emociones, capítulo III). ¿Por qué es así? Porque las mujeres gestan a los hijos, no los hombres.

Mediante el torrente sanguíneo, el feto y la placenta crean las hormonas que modifican la estructura del cerebro materno. Aumentan la progesterona y los estrógenos (sedantes), que neutralizan el cortisol (excitantes).

Con una sobredosis de oxitocina (la hormona del apego), el parto termina de modificar el cerebro de la madre para que siempre esté pendiente de su hijo (Louann Brizendine: El cerebro femenino, capítulo V).

Por “contagio psicológico”, el cerebro del padre se modifica durante la gestación de la mujer para que él proteja al hijo, pero menos radicalmente.

Complementarios. Durante milenios, los hijos de las madres “descuidadas” morían temprano, y los genes que ocasionaban tal descuido se perdían.

Sobrevivimos ya que predominaron las madres atentas, que transmitieron sus “genes del cuidado” a sus hijas, de modo que están ya programados en el cerebro de la enorme mayoría de las mujeres y crean el instinto materno.

Las tendencias femeninas infantiles a jugar con muñecas y a fijarse en los bebés son manifestaciones tempranas de las conductas protectoras de las mujeres.

Muchas niñas no serán madres, pero sentirán tales impulsos salvo que hayan producido demasiada testosterona en su gestación y se acerquen a la conducta masculina, más “distante”.

A veces, tal exceso causa hiperplasia suprarrenal congénita y determina cuerpos “rectos”, masculinos, como los de las filósofas Judith Butler y Beatriz Preciado.

Para el pensamiento mágico, las conductas femeninas de ternura y cuidado son “construcciones sociales”; o sea, inventos. ¿Sí? En tal caso, que alguien muestre un pueblo cuyos hombres mimen más a los niños que las mujeres: no existe, así como no existe una mayoría de maestros en la educación inicial. Si una conducta está presente en todas las sociedades, es natural, cerebral.

En un pareja, las actitudes de conservación de las crías son más parecidas que diferentes; es decir, son complementarias. Brevemente, diríamos que los hombres ofrecen protección, y las mujeres, cuidado.

Son como círculos que se cortan: forman una amplia zona compartida, aunque dejan fuera actitudes diferentes. Ellos protegen más hacia fuera (la cueva) y ellas cuidan más hacia dentro (el llanto).

Cada cultura establece maneras de crianza entre madres y padres, pero nunca se invertirá la intensidad del cuidado (de madre a padre), pues la evolución nos ha programado así, favoreciendo la intensidad en las madres, nuestras primeras “salvavidas”.

Irracionalidad. Por supuesto, la biología no es todo. Así, el antiguo gineceo y el patriarcado ya no existen en Estados de inspiración ilustrada, como Costa Rica.

Las costumbres cambian, y un Estado moderno debe acercar lo más posible las líneas paralelas de las conductas materna y paterna, a fin de que madres y padres colaboren estrechamente en la crianza.

Ejemplos: otorgar largas licencias de trabajo a las madres, y también licencias a los padres, como en los países nórdicos. Sin embargo, el Estado no debe dictar normas de crianza a las parejas, pues cada una es libre de organizarse. Lo personal no es político, salvo cuando se cometa un delito.

Aficionados a la fantasía argüirán que todo lo dicho es “biologicismo”, pero nunca ofrecerán explicaciones alternativas, excepto la “voluntad de cambio”; mas este pensamiento es peligroso.

Suponer que las personas somos tablas rasas, sin instintos, equivale a sentar las bases para la “reingeniería social”. En el fin de las tablas rasas nos acechan dictaduras. Veamos. 1) Las personas nacen buenas, pero las sociedades las corrompen. 2) Con una intensa reeducación, botaremos la maleza cultural que asfixia al núcleo bueno de la gente. 3) Impondremos las buenas costumbres y crearemos a la mujer y al hombre “nuevos”, sin instintos malos y con los mismos sentimientos. Así piensan quienes intentan “reeducar” a los homosexuales, por ejemplo.

Sin embargo, las “reeducaciones” son irracionales: han fracasado, como en Camboya, o se han modificado, como en los kibutz israelíes, donde los hijos ya se crían con sus padres.

Tengamos cuidado: “benefactores” ansían reeducar a las niñas para que sean audaces y a los niños para que sean tiernos; pueden serlo, mas que lo sean en libertad, no por mandato. La biología existe. ¡Ah! Dejemos que los hijos juzguen a sus padres.

vaho50@gmail.com

El autor es ensayista y miembro honorario de la Academia Costarricense de la Lengua.