Página quince: Hervidero de especulaciones en el Viejo Continente

La UE se encuentra en un mundo dominado por las rivalidades de las grandes potencias, una autoafirmación china y una beligerancia rusa revisionista, y ya no cuenta con EE. UU. como aliado.

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ESTOCOLMO– A medida que se aproxima la elección al Parlamento Europeo, el continente es un hervidero de especulaciones sobre quién liderará las principales instituciones de la Unión Europea (UE) en los próximos cinco años.

Entre los cargos disponibles están los que ejercen hoy el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker; el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk; el alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini; y el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi.

Las cuestiones en torno al personal nunca son triviales. En política, la personalidad importa y ,por lo general, ha desempeñado un papel crucial a la hora de determinar la trayectoria de la UE. Aun así, el juego de nombres no debería ser el foco principal. Mucho más importante es el debate sobre la agenda estratégica 2019-2024 de la UE.

Después de una cumbre informal en Sibiu, Rumania, a comienzos de este mes, los líderes europeos decididamente regresarán a esta cuestión más avanzado el mes de junio. A pesar de toda la atención que se les preste a las instituciones de la UE, son los jefes de Estado de la UE quienes redactarán la agenda del bloque. En otras palabras, los gobiernos de los Estados miembros, a través del Consejo Europeo, serán los actores a quienes mirar después de que se conozcan los resultados de la elección.

Cuando se creó la Comunidad Económica Europea, antecesora de la UE, en 1957, su objetivo primario era garantizar la paz entre Francia y Alemania, empezando por una unión aduanera para los productos industriales (para los alemanes) y una política agrícola común (para los franceses).

Este acuerdo afianzó la agenda europea durante décadas. Luego, cuando la Unión Soviética y su imperio colapsaron, los países que habían estado atrapados detrás de la cortina de hierro querían “regresar a Europa”. Desde entonces, la UE ha sobrellevado una enorme expansión para incluirlos. Su objetivo ha sido dual: ayudar a los Estados miembros más nuevos en su desarrollo económico y político poscomunista y mantener la paz y la estabilidad continental sumando a Europa central y del este al redil de las instituciones de la UE.

El período inmediatamente posterior a la Guerra Fría fue un tiempo de autoconfianza y de optimismo en la UE. Poco a poco, su misión estratégica se expandió más allá de simplemente mantener la paz a proyectar al exterior el modelo europeo de soberanía compartida e integración. El modelo de la UE, se decía, derivaría en una gobernanza más estable para todo el mundo.

Sin embargo, en los últimos diez años, el esfuerzo de la UE por proyectar su modelo hacia fuera ha colapsado. Luego de la crisis financiera del 2008, la crisis del euro y los recurrentes embrollos en torno de la migración, la UE se ha volcado hacia dentro. Al mismo tiempo, el vecindario inmediato de la UE ha pasado de ser un círculo de potenciales amigos y socios a convertirse en un anillo de fuego.

Ahora, en lugar de intentar exportar estabilidad, la prioridad estratégica de Europa es protegerse del mundo exterior. En un intento por insuflarle nueva vida a la UE después de años de una gestión de crisis introspectiva, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha instado por “una Europa que proteja”. Luego del llamado a la acción de Macron, publicado por Project Syndicate en marzo, el liderazgo de la UE en Bruselas ha adoptado ese mantra y ha agrupado varias iniciativas bajo el lema de proteger a Europa en una era de tumulto global.

Esa protección es, sin duda, necesaria. Las presiones de la migración, la constante amenaza del terrorismo y la escalada de las disputas económicas exigen una respuesta política más contundente. Y si bien el abordaje de algunas de estas cuestiones ha resultado polémico y difícil, la agenda de protección más amplia está en marcha.

Sin embargo, de cara al futuro, está claro que las medidas actuales no serán suficientes. La UE se encuentra en un mundo dominado por las rivalidades de las grandes potencias, una autoafirmación china y una beligerancia rusa revisionista. Peor aún, al enfrentar estas amenazas, ya no puede contar con que Estados Unidos sea un amigo y aliado incondicional.

La UE ahora debe elegir entre garantizar su propio lugar en el escenario global o convertirse en un campo de juego para otras potencias. Esta es una decisión estratégica de primer orden, todas las demás elecciones políticas surgirán de allí.

Si Europa ignora o se desentiende de los dramas en los que está sumergido el mundo desde Amritsar en la India hasta Agadir en Marruecos, no podrá garantizar la paz en su vecindario y traicionará la promesa que les hizo a sus ciudadanos de protegerlos del peligro externo. Para que la UE cumpla con su misión original —paz y estabilidad en casa—, debe convertirse en un actor global.

La opción, entonces, está clara. La misión estratégica de Europa en los próximos años debe ser garantizar su posición en el escenario mundial, y todas las cuestiones vinculadas a la política y al personal deberían resolverse de manera de favorecer ese objetivo. Obviamente, un presidente fuerte del Consejo Europeo, que trabaje estrechamente con un alto representante igualmente fuerte, será esencial. Ambos necesitarán movilizar los recursos y los talentos de todos los Estados miembros de la UE para impedir que las partes que conforman la UE resulten tironeadas en diferentes direcciones por las fuerzas globales.

Si los Estados miembros de la UE abrazan esta misión, Europa estará posicionada para actuar como un protagonista global en los años venideros. De lo contrario, ellos, y la UE en su totalidad, se encontrarán en un carrusel del cual no tienen control.

Carl Bildt fue primer ministro y ministro de Relaciones Exteriores de Suecia.

© Project Syndicate 1995–2019