Página quince: Fiesta de divisas

El ingreso masivo de dólares tiene consecuencias para la economía interna, algunas veces perversas.

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El editorial de La Nación “Superávit de divisas”, del 21 de enero, llama la atención sobre varios aspectos que con frecuencia pasan desapercibidos y hasta son considerados favorables por la población.

Mas no siempre es así. El ingreso masivo de dólares tiene consecuencias para la economía interna, algunas veces perversas.

Tiene mucha razón el editorialista al señalar que, en el momento presente, la entrada de dólares al mercado cambiario está causando efectos que complicarán severamente la posibilidad de reactivar la producción y crear empleo.

La disminución de la brecha de comercio de bienes y servicios producida por una baja en las importaciones es un mal síntoma.

Una economía en auge se caracteriza precisamente por un incremento dinámico en el consumo de bienes y servicios externos, tanto de bienes finales como de materias primas, y hasta de factores productivos de otros países.

Una balanza externa sana se da cuando las exportaciones crecen tanto o más que las importaciones. Una caída en los bienes externos es señal de que los consumidores y productores internos no tienen capacidad de compra.

Efectivamente, como bien señaló el editorialista, el principal golpe contra el mercado cambiario proviene de ingresos netos de recursos, no porque estemos vendiendo más productos, recibiendo donaciones, obteniendo rentas de inversiones del exterior o porque los inversionistas hayan recobrado la confianza para ejecutar proyectos productivos, sino debido a que estamos ofreciendo altas tasas de interés reales, libres de riesgo cambiario, muy por encima de lo propuesto a los ahorrantes en moneda extranjera (tanto locales como externos) en otros mercados.

Lo antedicho es altamente pernicioso y tiene consecuencias irreparables en nuestro aparato productivo, y amenaza con convertir en endémico y perenne el problema del desempleo.

Desequilibrio desde el gobierno. Pero eso no es todo. El propio gobierno está generando el mayor desequilibrio. Primero, porque es incapaz de controlar su déficit y, segundo, porque escogió el peor de los caminos para financiarlo: pedir prestados dólares al exterior, los cuales no le sirven para pagar sus gastos locales y, por tanto, debe lanzarlos al mercado para transformarlos a colones.

Para lograrlo, se ve obligado a elevar las tasas de interés lo suficiente para superar, con creces, el riesgo del país, lo cual genera un exceso de la oferta en el mercado cambiario, que tiene por los suelos el dólar, provocando una severa pérdida de competitividad a los productores, especialmente a los exportadores y a quienes afrontan la competencia internacional en situación desventajosa, pues sus costos siguen subiendo mientras sus ingresos bajan por un tipo de cambio sobrevaluado.

Ese es un error mayúsculo de política económica, pues la política fiscal y la cambiaria se ejecutaron de manera descoordinada. Simplemente, el gobierno partió de que colocaría títulos en el exterior hasta 200 puntos porcentuales más bajos que en el mercado local, y encontró que eso era buen negocio.

No midió adecuadamente los efectos colaterales y el daño al sector real. Por consiguiente, el Banco Central se vio obligado a acumular reservas monetarias más allá de lo recomendable, con considerables pérdidas financieras y, aun así, le resultó imposible neutralizar la caída en el tipo de cambio.

Paraíso para especuladores internacionales. El gobierno facilitó la vida a los ahorrantes externos. No solo estuvo dispuesto a pagar tasas casi obscenas para atraer los recursos, sino que, además, se quedó con el riesgo cambiario: un paraíso para los especuladores internacionales.

Quienes defienden la política de captación utilizada por el fisco argumentan que, de todas maneras, si el gobierno hubiese recurrido al mercado local, habría tenido que subir las tasas de interés lo suficiente para volver atractivas las inversiones en colones.

Y, a esas tasas de interés, de todos modos, se habría dado una abundante corriente de ahorro foráneo, el cual tendría que convertir a colones, inundando la oferta de divisas.

La gran diferencia, en este caso, es que el riesgo cambiario le tocaría asumirlo al ahorrante dueño de las divisas, y el Banco Central estaría con las manos libres para acumular reservas, proveyendo los colones que esos ahorrantes requerían para comprar los títulos.

Los costos serían mucho menores. Y, lo más importante, el gobierno no tendría que temer una devaluación, por lo que esto significaría en el costo de su deuda (riesgo moral). Cuando mucho, habría producido un poco más de inflación; sin embargo, como hemos visto, el Banco Central lleva varios años incumpliendo la meta, más bien, por defecto.

Cuando se habla de tipo de cambio de equilibrio a largo plazo, debe tenerse mucho cuidado de no confundir el endeudamiento a corto plazo como un ingreso simple de divisas.

Lo correcto es considerar el servicio total de la deuda, a valor actual, como una reserva para pagos futuros, a sabiendas de que lo que ingresa hoy, como préstamo, tarde o temprano deberá pagarse.

dmelendeh@gmail.com

El autor es economista.