El último Informe Estado de la Educación nos muestra el nivel de mediocridad en el que se han hundido nuestra primaria y secundaria, con masivas cantidades de desertores escolares.
Los muchachos que abandonan los estudios, tal vez privados de criterio, o de un buen consejo, o de una familia solidaria, o porque están agobiados por la necesidad económica, no se dan cuenta de que al abandonar las aulas pueden llegar a convertirse en los esclavos de lo que eventualmente el sistema productivo les imponga.
Estudiar será siempre, en toda coyuntura social concebible, una buena decisión y una certera apuesta por el futuro. La deserción escolar, por el contrario, garantiza una vida de miseria.
Este informe nos reveló una verdad que a nadie debería tomar por sorpresa. ¿Que nuestra educación está en crisis?, es algo que nos hemos venido preguntando a lo largo de cincuenta años. Con mucha frecuencia, nuevas administraciones anuncian que van a llevar a cabo una reforma educativa en el país. Como dice Lampedusa en El gatopardo: “Es necesario que todo cambie para que todo siga igual”.
Creo que mucho del deterioro en nuestra educación primaria y secundaria radica fundamentalmente en la calidad de los maestros y profesores que estamos graduando. Algunos de nuestros estudiantes escogen en la universidad la carrera de Educación porque creen que es de las más fáciles de cursar.
Para estos universitarios, no se trata de una vocación, sino de un modus operandi que les permitirá vivir más o menos bien, y sin cargar un lastre demasiado pesado de trabajo. Escogen la carrera porque presumen que las materias que deberán llevar no les demandará mayor esfuerzo y porque, también, es la manera más fácil de obtener un título de educación superior.
Sin vocación alguna, en la pedagogía corren felices a enrolarse en esta profesión, que es, entre todas, la más determinante para el futuro de nuestro pueblo, la que debería gozar de todos los incentivos académicos y curriculares que podamos movilizar.
Gran parte de los maestros y profesores graduados no aman lo que hacen, no sienten pasión por la transmisión del conocimiento, no tienen convicción en sus carreras. No creen en su misión social, no tienen vocación pedagógica y los alumnos, como implacables máquinas de la observación y la valoración, lo perciben de inmediato.
Como Prometeo. Se le atribuye a Montaigne, el más grande pensador francés del Renacimiento, la siguiente frase: “Enseñar no es llenar un vaso, sino encender un fuego”.
Un maestro o un profesor tiene que saber cómo encender de conocimiento el alma y el pensamiento de sus alumnos. Tiene que saber cómo transmitirles el fuego sagrado de la cultura. Tiene que saber cómo motivarlos; suscitar en ellos curiosidad por la materia que se está estudiando.
Un maestro debe saber entusiasmar a los estudiantes. Pero, claro, para entusiasmar a los estudiantes, es necesario que el maestro tenga conocimientos y sienta pasión por lo que enseña.
Por ejemplo: ¿Cómo enseñar a los estudiantes la lectura del Quijote si no es estimulando su imaginación? Ciertamente, este libro monumental no es la lectura ideal para los adolescentes —en realidad solemos comprenderlo y apreciarlo a cabalidad muchos años más tarde—. Pero si queremos motivar a los jóvenes para que se aventuren por sus páginas a tan temprana edad, de una cosa estoy seguro: necesitarán un guía experimentado y capaz, un profesor dotado de un gran amor por la lectura, por la enseñanza y consciente de que no está llenando un vaso con un montón de palabras y frases, sino encendiendo un fuego de amor por el conocimiento y la sabiduría en el alma de los jóvenes, como lo dijo Montaigne.
Puse como ejemplo la lectura del libro el Quijote, pero es igual o más válido que el profesor tenga conocimientos y sienta pasión para enseñar a nuestros estudiantes ciencias, matemáticas, estudios sociales, cívica, inglés, arte o cualquier otra materia.
Evaluación constante. La transmisión de conocimientos, de sabiduría, de destrezas, de curiosidades entre educadores y educandos es hoy la más vital tarea del Estado. Y las piezas claves en este proceso son los educadores.
No progresaremos ni económica ni espiritualmente con maestros y profesores mal preparados. De ellos depende el futuro de la patria. Lo tienen ahí, en sus mágicas o nefastas manos.
Cuando hace aproximadamente 20 años visité Helsinki, con algunos exjefes de Estado que integramos el InterAction Council, tuve la oportunidad de ir a varias instituciones gubernamentales.
A cada uno de los exmandatarios se nos asignó una asistente. En alguna ocasión, le pregunté qué carrera universitaria había seguido. Mi asistente me contestó que tuvo que estudiar Relaciones Internacionales ya que sus calificaciones no le habían permitido estudiar Docencia. Como es sabido, en los países nórdicos, solo los mejores estudiantes tienen el privilegio de estudiar Pedagogía.
No es posible mejorar lo que no se mide. La verdad es que mientras en Costa Rica, al igual que en toda Latinoamérica, no evaluemos los conocimientos de nuestros educadores nunca podremos mejorar la calidad de nuestra educación y dar así el salto al desarrollo que nuestros pueblos se merecen.
El autor es expresidente de la República.