Ese era uno de los lemas en la manifestación, en Francia, por el colega muerto tan cruelmente a manos de un imberbe ignorante, Samuel Paty, asesinado hace unos quince días por sus ideas democráticas.
¡No supero la cruel realidad! No hay derecho a morir a esa edad, 47 primaveras, padre de familia, muerto a patadas y aún peor —si cabe— decapitado. Fanatismo y extremismo. Dicotomía y, sin embargo, como dicen en francés, "los extremos se tocan, se juntan”. Solo un alma en extremo miserable y morbosa llega a un actuar tan degradado.
Oscurantismo bárbaro. El joven checheno Abdullah Anzorov, de 18 años, instalado en Francia a raíz de una política social de benevolencia, nació en la conflictiva Chechenia y vivió unos años en Moscú.
Parásito dependiente, en vez de ponerle ganas a integrarse en su país de acogida, en pocos meses se dejó alienar por lo más execrable de los islamistas, el sometimiento servil como el vocablo lo sugiere, no haciendo caso a la conciencia con la que todos, ricos y pobres nacemos. Alguien plantó una semilla podrida en su cerebro.
El colmo, sin conocer a su futura víctima acudió a no sé qué llamado de mesianismo diabólico, recorrió 80 kilómetros en su vehículo y preguntó por un tal Samuel Paty, profesor de Estudios Sociales.
Mentes miserables, porque todo salió además de instigación, comadreo, rumores en las redes sociales iniciados por una chiquilla vagabunda que a su padre le habla contra su profesor. Se armó el escándalo, la gente se agitó sin razonar y Cristo de nuevo crucificado, mejor esa comparación, porque Sócrates, condenado injustamente “por pervertir a la juventud”, de su propia voluntad bebió la cicuta.
Saber leer. No es que “todas las religiones son una m...”, le escuché el exabrupto a una chica, cerca. Un momento: pueden ser droga como pueden ser la sal de la vida, y, ya se sabe, no exagerar, por favor, con la sal.
Jóvenes, "no boten al niño junto con el agua sucia” reza en inglés. No predico por una comida desabrida, sino por sensatez en sus decisiones. Construyan su vida con base en una escala de valores; hay modelos, pero lo mejor es asumir aquello, cada uno, desde su fuero interior.
Además, es asunto de saber leer, no solo en la sopa, ni deletrear cosillas como monito, sino digerir, estructurar, incorporar o rechazar lo que se lee. Aparte de maravillosas páginas, hasta poéticas, en el Antiguo Testamento, perdonen, en mucho parece un manual para la violencia y el rencor; igual, aquel del ojo por ojo del otro lado, justamente lo que le reprochamos al enemigo.
Y qué me dicen de “a los infieles mátenlos por la nuca” de los yihadistas. El sustantivo árabe pasó tal cual a diversas lenguas europeas (neck, nek, nuque, etc): ni que fuera para desnucar conejos, constituye un abierto mandato a degollar personas.
Leer constituye algo más, es interpretar, es masticar el contenido, contextualizarlo, digerirlo con el cerebro, pero para eso cabe estar en sus cabales.
El fundamental error de esas bestias (¿humanas?) es apropiarse de Dios, meterlo en un saco, ahogarlo sin aire de contexto, monopolizarlo, estrangularlo. Van tantos ya, y no estoy hablando de la Edad Media, cuando cristianos y musulmanes tontamente rivalizaban, a ver cuál más salvaje.
Salvajismo. Después de las canalladas en París y Bruselas, hace cinco años, vinieron otras. En Francia el loco ataque contra el sacerdote viejito Jacques Hamel y el asesinato criminal y cobarde del oficial generoso Arnaud Beltrame. Me viene a la mente hasta a instancia oficial la “eliminación” en Estambul por la alcantarilla del periodista Jamal Khashoggi. La lista seguirá, con esos infelices que no saben ni de lectura ni de educación, sino de salvajismo sucio.
Justamente vale la pena insistir: el colega Samuel estaba dando clase sobre un punto neurálgico. En términos religiosos hablaríamos del libre albedrío con un vocablo más neutro, hablaremos de libertad de escogencia; sí, a veces hasta más allá de los criterios de los padres, pero con fundamentos, más allá de obligaciones externas, por asunción interna.
Educación, enseñanza, profesorado, vocablos pesados, cargados todos por el dirigismo a la antigua que implican. Igual aquello de ex catedra, la tribuna que todavía había en cada aula cuando llegué al país en 1974. Por eso me gusta la definición que dio mi amigo Erasmo (compartimos los mismos bancos, en Lovaina, Bélgica): “Es imprescindible que pase la corriente”, entendiendo por ello el magnetismo entre maestro y alumno en afinidad, en sintonía de voluntad por aprender y mejorarse mutuamente. Eso es lo que entiendo por el “educar en presente”.
El autor es educador.