Página quince: El FMI debe tomar la idea de la libra

Propuestas brillantes que serían catastróficas en manos de aventureros monopolizadores deben ponerse al servicio del interés público.

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ATENAS– La Libra Association se está fracturando. Visa, Mastercard, PayPal, Stripe, eBay y Mercado Pago abandonaron la alianza corporativa liderada por Facebook que sostiene la libra, la criptomoneda con respaldo de activos con la cual se pretendió revolucionar el dinero internacional. Es probable que más corporaciones las imiten conforme aumenten sobre ellas las presiones de Gobiernos preocupados y decididos a parar en seco la libra.

Eso es bueno. Permitir a Facebook usar la libra para privatizar el sistema internacional de pagos habría sido un perjuicio para la humanidad. Pero las autoridades que ahora están poniendo freno a la libra deberían pensar en el futuro y hacer con ella algo innovador, útil y visionario: entregarla, o el concepto en que se basa, al Fondo Monetario Internacional, para que lo aplique a la reducción de los desequilibrios comerciales y financieros globales. De hecho, una criptomoneda a la manera de la libra puede ayudar al FMI a cumplir su propósito original.

Cuando el director ejecutivo de Facebook, Mark Zuckerberg, anunció con bombos y platillos el lanzamiento de la libra, la idea pareció interesante e inocua. Cualquiera que tuviera un teléfono móvil iba a poder comprar unidades de libra con moneda local y métodos habituales como tarjetas de débito y banca electrónica. Luego, esas unidades las podría transferir a otros usuarios de la misma moneda para comprar bienes y servicios o saldar deudas. Para garantizar la plena transparencia, todas las transacciones se basarían en tecnología blockchain. Pero en marcada diferencia con las bitcoines, las unidades de la libra estarían totalmente respaldadas por activos seguros.

Para vincular la libra a activos tangibles, la asociación que la respalda prometió usar sus ingresos, junto con el capital semilla aportado por sus empresas integrantes —por lo menos $10 millones cada una—, para comprar activos financieros de gran liquidez y calificación crediticia, por ejemplo bonos del Tesoro de los Estados Unidos. En vista de la preponderancia de Facebook, no era difícil imaginar que llegaría un momento cuando la mitad de la población adulta del planeta —representada por 2.400 millones de usuarios activos de Facebook al mes— de pronto tendría una nueva moneda para hacer transacciones entre usuarios sin pasar por el resto del sistema financiero.

La reacción inicial negativa de las autoridades fue torpe. Al resaltar los posibles usos delictivos de la libra, solo consiguieron confirmar la sospecha libertaria de que enfrentados a la amenaza de perder el control del dinero, reguladores, políticos y bancos centrales prefieren asfixiar toda innovación monetaria liberadora. Es una lástima porque el principal instrumento facilitador de la actividad ilícita es el dinero en efectivo a la vieja usanza, y, sobre todo, porque la libra plantearía una amenaza a la totalidad del sistema político‑económico, incluso si nunca fuera usada para financiar el terrorismo o la delincuencia.

Comencemos con los perjuicios de la libra para las personas. Hay que recordar el enorme esfuerzo invertido por la mayoría de los países en minimizar la volatilidad del poder adquisitivo de las monedas locales. Gracias a ese esfuerzo, hoy, con cien euros o cien dólares, se puede comprar más o menos lo mismo que el mes que viene. Pero de cien euros o cien dólares convertidos a libras no puede decirse lo mismo.

En la medida en que la libra estaría respaldada por activos denominados en diversas monedas, el poder adquisitivo de una unidad de libra en cualquier país fluctuaría mucho más que la moneda local. De hecho, la libra se parecería a la unidad interna de cuenta del FMI, llamada “derechos especiales de giro” (DEG), que refleja un promedio ponderado de las principales monedas del mundo.

Para ver lo que esto implica, piénsese que en el 2015, el tipo de cambio entre el dólar y los DEG fluctuó hasta un 20 %. Si en aquel momento un consumidor estadounidense hubiera convertido cien dólares a libras, estaría sometido a la agonía de ver el poder adquisitivo local de las unidades subir y bajar como un yoyo. En cuanto a los habitantes de países en desarrollo, cuyas monedas son propensas a desvalorizarse, la facilidad para cambiar divisas provista por la libra aceleraría la depreciación, estimularía la inflación local y aumentaría la probabilidad y la intensidad de las fugas de capitales.

Desde la crisis financiera del 2008, las autoridades han luchado para manejar la inflación, el empleo y la inversión con instrumentos fiscales y monetarios que, antes de la crisis, parecían funcionar razonablemente bien. La libra disminuiría todavía más la capacidad de los Estados para suavizar el ciclo económico. La eficacia de la política fiscal se vería afectada por la contracción de la base impositiva a la par del traslado de los pagos a un sistema global dentro de Facebook. Y el golpe para la política monetaria sería todavía mayor.

Para bien o mal, los bancos centrales manejan la cantidad y el flujo de dinero modificando las tenencias de activos financieros de los bancos privados. Cuando quieren estimular la actividad económica, les compran préstamos comerciales, hipotecas, depósitos y otros activos, con lo que los bancos tienen más efectivo para prestar. Y, al revés, cuando se trata de enfriar la economía. Pero cuanto más éxito tuviera la libra, más dinero transferiría la gente de sus cuentas bancarias a la billetera de la libra y menos capacidad tendrían los bancos centrales para estabilizar la economía. Es decir, la creciente fuga de fondos a la libra profundizaría la volatilidad y la gravedad de las crisis que afectan a personas y Estados.

La única beneficiada sería la Libra Association, que obtendría enormes ingresos por los intereses de los activos internacionales que acumularía con la enorme cuota del ahorro mundial absorbida por su plataforma de pago. Y pronto caería en la tentación de extender crédito a personas y corporaciones, con lo que el sistema de pagos subiría un nivel y se convertiría en un monstruoso banco mundial que ningún Gobierno podría jamás rescatar, regular o liquidar.

Por eso, es bueno que la libra se esté viniendo abajo, junto con el sueño de Zuckerberg de tener un monopolio privado de los pagos mundiales. Pero no hay que arrojar al bebé (la tecnología) con el agua sucia (el monopolio). La solución está en hacer que el FMI utilice la idea en nombre de sus Estados miembros para reinventar el sistema monetario internacional a tono con la propuesta que hizo John Maynard Keynes en la Conferencia de Bretton Woods (1944) para la creación de una “cámara compensadora internacional”, que fue rechazada.

Para crear este nuevo Bretton Woods, el FMI emitiría una unidad basada en blockchain similar a la libra (llamémosla kosmos) cuyo tipo de cambio con respecto a las monedas locales flotaría libremente. La gente seguirá usando las monedas locales, pero todas las transacciones comerciales y financieras transfronterizas se denominarán en kosmos y pasarán por la cuenta del banco central de cada país en el FMI. Se gravarán el déficit y el superávit comerciales, y, en caso de aumento súbito de la salida de capitales desde cualquier país, las instituciones financieras privadas deberán pagar un arancel proporcional. Estas multas se acumularán en una cuenta del FMI denominada en kosmos que operará a la manera de un fondo de inversión soberano mundial. De pronto, todas las transacciones internacionales se volverán plenamente transparentes y libres de fricciones, mientras que las multas, pequeñas pero significativas, pondrán coto a los desequilibrios comerciales y financieros y servirán para financiar inversiones ecológicas y una redistribución correctiva de la riqueza entre el norte y el sur.

Ideas brillantes que serían catastróficas en manos de aventureros privatizadores deben ponerse al servicio del interés público. De ese modo, podemos aprovecharnos de su ingenio sin caer presa de sus designios.

Yanis Varoufakis: exministro de Finanzas de Grecia, es profesor de Economía en la Universidad de Atenas.

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