Página quince: El Estado filántropo

Con una habilidad pasmosa, los estatistas aprovechan la pandemia para generar réditos políticos.

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El premio Nobel de literatura Octavio Paz publicó en 1979 El ogro filantrópico, libro en el cual describe el estatismo como un cáncer que crece sin cesar, en detrimento de las libertades y los derechos de las personas, y cuyo fin primordial es tener el dominio de todo.

A consecuencia del estatismo, se crea la burocracia, una élite cuyos miembros se consideran dueños de las instituciones donde trabajan y se sirven de ellas con jugosos privilegios y concesiones.

El ogro, además, desempeña un papel de filántropo con los miembros de la sociedad, no precisamente por el amor y la compasión que les tiene, puesto que su ayuda no es desinteresada ni discreta, más bien, utiliza la propaganda, la publicidad y el autobombo como una poderosa arma con la cual cultiva en la población un sentimiento de admiración, de agradecimiento y dependencia del Estado.

A diferencia de un filántropo verdadero, quien generosamente se desprende de su fortuna para ayudar al prójimo, el Estado filántropo reparte el dinero de los demás como si fuera propio, y lo que da con una mano, termina quitándolo con la otra.

Ayuda con dinero ajeno. Recientemente, las universidades públicas, en un acto de “filantropía estatal” donaron ¢9.800 millones para atender la emergencia de la covid-19.

La Universidad Nacional aprobó una transferencia de ¢5.700 millones, que estaban destinados a la construcción de un edificio de gobierno universitario, y pretende hacernos creer que ese dinero fue generado en la universidad y que con gran desprendimiento y sacrificio lo está regalando.

Cuando donen parte de sus salarios o rebajen la jornada laboral, podrán hablar de solidaridad o filantropía. Cuánto les cuesta a los burócratas comprender que es la iniciativa privada la que genera la riqueza para poder pagar sus salarios y privilegios.

De igual forma, el presidente, Carlos Alvarado, pretende comparar el Instituto Nacional de Seguros (INS) con compañías como Coca Cola y Dell o la Fundación Slim, que han hecho donaciones millonarias en favor de la lucha contra la covid-19.

El INS “pertenece” a todos los costarricenses, por tanto, una transferencia temporal de ¢75.000 millones para financiar los bonos proteger es más una obligación que un acto de altruismo.

Dicho dinero el INS lo recuperará en tres años, al dejar de hacer los aportes del 10 % de sus utilidades al régimen de riesgos del trabajo.

Aquí, no hubo regalo ni desprendimiento y, mucho menos, filantropía estatal. Las compañías privadas nacionales y extranjeras sí ceden dinero que en lugar de ir a los bolsillos de sus accionistas financiarán buenas causas.

Estrujamiento. El estado benefactor requiere de una maquinaria institucional cada vez más poderosa e intervencionista, con la grave consecuencia de que las libertades individuales van estrujándose cada vez más.

La fallida UPAD, que no era más que una oficina de espionaje en la Casa Presidencial, pretendía recabar información privada de la población.

Ahora, los estatistas lanzan la idea de crear comités de barrio para fisgonear a los vecinos y reportarlos si no cumplen las medidas sanitarias.

Es bien sabido que el peligro de estrategias similares dan inicio con un aparente fin loable, pero rápidamente podrían evolucionar en el empoderamiento de líderes comunales o soplones de barrio, afines al partido de gobierno, quienes acaban ejerciendo una labor de vigilancia política.

Los estatistas son dogmáticos, no conocen el sentido común, se aferran a sus teorías aunque los hechos y la experiencia demuestren lo contrario.

Las instituciones terminan siendo un fin en sí mismas, operan aunque no sean rentables, den malos servicios, estén obsoletas y no se justifique su existencia.

Los estatistas del PAC están acuñando y sacando ventaja de la frase atribuida a Winston Churchill de que “nunca debe desaprovecharse la oportunidad ofrecida por una buena crisis”.

Con una habilidad pasmosa, aprovechan la pandemia para generar réditos políticos, mejorar la percepción del gobierno en las encuestas y posicionar las instituciones del Estado.

Están logrando el ideal de todo estatista, el cual es hacer que la población se sienta cada día más dependiente, con menos libertades individuales y, paradójicamente, admire más al ogro filántropo.

guzmanr@ice.co.cr

El autor es odontólogo.