ATLANTA– Para entender lo que está sucediendo en los regímenes autoritarios —ya sea en Moscú, La Habana, Pekín o Pionyang—, los analistas siempre prestan mucha atención al ascenso y caída de los jefes de inteligencia. En el caso del presidente estadounidense, Donald Trump, que aspira a ser un autócrata, el nombramiento frustrado de John Ratcliffe, congresista republicano de Texas, para suceder al saliente director de Inteligencia Nacional, Dan Coats, es por cierto revelador.
Ratcliffe no tenía ninguna calificación discernible para el puesto, más allá de una lealtad servil a Trump. Si bien Trump ha retirado la nominación, lo hizo no porque le preocupara la seguridad nacional de Estados Unidos, sino por miedo a que su candidato no fuera confirmado. El hecho de que Trump llegara incluso a considerar un aspirante tan poco apropiado para el cargo sugiere hasta qué punto quiere encuadrar a los servicios de inteligencia.
Durante los dos primeros años de la presidencia de Trump, el liderazgo profesional de la comunidad de inteligencia de Estados Unidos se llamó a silencio. Había llegado a la conclusión de que el silencio era la mejor táctica para lidiar con un jefe sin ataduras y antagónico. Pero el caso Ratcliffe parece augurar un nuevo desafío, no solo para el establishment de inteligencia norteamericano, sino también para los aliados de Estados Unidos, que desde hace mucho tiempo valoran su acceso a una comunidad de inteligencia basada en los hechos y apolítica con sede en Washington.
Con su intención de instalar adulones en tantos puestos clave de la seguridad nacional, Trump ya le ha asestado un golpe serio al sistema de alianzas que forma la base del poder y la influencia de Estados Unidos en el mundo.
El problema no es solamente que Trump haya politizado la inteligencia —lo cual ya es bastante malo—. Es que ha minado la eficacia y el alcance global de las agencias de inteligencia de Estados Unidos. Al igual que sus ataques infantiles a los aliados, seleccionar títeres para puestos de inteligencia clave envía al mundo una señal inconfundible de que Estados Unidos ya no debería ser considerado un interlocutor fiable y digno de confianza.
Muchos de los secretos más valiosos a disposición de los funcionarios de inteligencia de Estados Unidos provienen de relaciones de larga data con sus pares en el exterior. Consideremos la alianza del Commonwealth entre Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.
Forjada en la Segunda Guerra Mundial y consolidada durante la Guerra Fría, es el factor crítico en la alianza de los Cinco Ojos, que se ha convertido en la columna vertebral de las comunicaciones y marca la inteligencia en todo el mundo. No sería el caso sin un liderazgo en la materia consistentemente sólido y capaz en todos los países participantes.
De la misma manera, a través de la colaboración de muchas décadas, las agencias de inteligencia de Estados Unidos han forjado nuevas alianzas con exenemigos, entre otros, Alemania y Japón, y ha establecido una red global de relaciones esenciales desde Corea del Sur y otros aliados del sudeste asiático hasta Oriente Próximo y más allá.
De todos modos, la historia también demuestra que estas relaciones son delicadas y, por ende, sumamente vulnerables a las disrupciones políticas. “No tenemos aliados eternos y no tenemos enemigos perpetuos”, bromeaba lord Palmerston, quien se desempeñó en dos ocasiones en el cargo de primer ministro del Reino Unido en su apogeo imperial. “Nuestros intereses son eternos y perpetuos y es nuestra obligación seguir esos intereses". En la medida que la observación de Palmerston es válida para los países, lo es aún más para los espías.
Después de casi tres años de insultos y provocaciones gratuitos, según el Pew Research Center, Trump hundió el prestigio de Estados Unidos prácticamente en todas partes del mundo. Estados Unidos ha perdido la confianza y el respeto no solo del hombre de la calle, sino también de los funcionarios de inteligencia en el exterior. Por cierto, sería completamente ingenuo pensar que los ataques a la OTAN y la calificación del tratado de defensa mutuo entre Estados Unidos y Japón de “injusto” no han tenido ningún efecto en las percepciones de los demás.
Sin duda, la cuestión no es que el despecho oficial hacia Estados Unidos se exprese a través de los canales diplomáticos. Más bien, las repercusiones de las excentricidades de Trump claramente se están filtrando al ámbito operativo. Tradicionalmente, Estados Unidos y los funcionarios de inteligencia aliados han compartido entre sí tanto sus evaluaciones como los hechos que las sustentan. Sin embargo, cuando se trata de las intenciones nucleares de Corea del Norte y la interferencia de Rusia en las elecciones de Estados Unidos, Trump ha rechazado abiertamente las conclusiones de sus propias agencias. Y, en otras ocasiones, ha divulgado información clasificada a los rusos. ¿Qué se supone que deben pensar los espías en Londres, Berlín, Seúl y Tel Aviv?
Existen paralelismos claros y perturbadores entre hoy y principios de la década de los ochenta, cuando las relaciones transatlánticas estaban seriamente crispadas. Debido a la revolución iraní y la invasión soviética de Afganistán en 1979, seguidas por la crisis polaca de 1980-1981, los líderes europeos estaban bajo una creciente presión para distanciarse de la administración recientemente instalada y más asertiva del presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan.
Estados Unidos y Europa tenían opiniones marcadamente diferentes sobre las intenciones del Kremlin, el control de armamentos y los peligros de un conflicto en Europa del este. Pero las relaciones de inteligencia profundas y de larga data jugaron un papel importantísimo a la hora de mantener unida a la OTAN.
Todavía está por verse si las agencias de inteligencia pueden hacer lo mismo hoy. El hecho de que Trump haya llegado incluso a considerar un papanatas tan poco calificado para liderar a todo el establishment de inteligencia de Estados Unidos no es un buen augurio.
Las consecuencias para la cooperación de inteligencia y la influencia de Estados Unidos en el exterior son obvias. Al igual que las fallidas nominaciones de los aduladores de Trump Stephen Moore y Herman Cain para la Junta de la Reserva Federal de Estados Unidos, el nombramiento frustrado de Ratcliffe ya ha perjudicado aún más la credibilidad de Estados Unidos a los ojos de sus aliados.
Trump ha demostrado, una vez más, que antepondrá sus propios intereses políticos a la seguridad nacional y al buen funcionamiento de un establishment de inteligencia independiente. Con la partida de Coats, otro “adulto en la sala” se habrá ido. Los líderes que quedan deben dejar en claro qué es lo que está en juego en la elección de su sucesor.
Kent Harrington: exanalista de la CIA, se desempeñó como oficial de inteligencia nacional para el este de Asia, jefe de estación en Asia y director de asuntos públicos de la CIA.
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