Página quince: El coronavirus y la visión mundial de Xi

No importa cuán grave sea la epidemia, la crisis no cambiará la forma como China es gobernada.

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MÚNICH– La crisis del coronavirus representa el mayor desafío para Xi Jinping desde que se convirtió en secretario general del Partido Comunista Chino (PCCh) en el 2012.

Los individuos y las familias en toda China viven con miedo. Varias provincias están prácticamente bloqueadas. Grandes sectores de la economía se han detenido por completo, en tanto las empresas dan instrucciones a sus empleados de trabajar desde sus casas. Desde un punto de vista político, el juego de culpas rebota entre las autoridades locales en Wuhan, el epicentro del brote, y el gobierno central en Pekín. Ambos bandos son conscientes del principio eterno de la política china: cuando estalla un desastre, alguien visiblemente debe pagar el precio.

El mundo, en general, debería mostrar compasión y expresar solidaridad con el sufrido pueblo chino. Estos son tiempos difíciles y el racismo implícito —y a veces explícito— en muchas respuestas al pueblo chino en todo el mundo me lleva a preguntar cuán lejos hemos llegado como familia humana. Demasiadas personas más allá de las costas de China parecen haber olvidado otro principio eterno: “Ningún hombre es una isla completa en sí mismo”.

Xi ejerce un poder político casi absoluto sobre el Estado marxista-leninista de China. Podría decirse que solo un régimen autoritario podría haber ejecutado los métodos draconianos empleados por China en su intento por controlar el virus desde enero. Solo el tiempo dirá cuán efectivas, en definitiva, resultan estas medidas. Sin embargo, lo que es cierto es que la crisis, una vez resuelta, no cambiará la manera como China será gobernada en el futuro.

Para entender por qué, debemos considerar la visión subyacente del mundo que guía a Xi mientras busca concretar su sueño de convertir a China en la gran potencia global del futuro. Cuando la gente me ha preguntado qué quiere Xi, he explicado su estrategia en términos de diez prioridades. Esto se puede ver mejor como diez conjuntos de círculos concéntricos que emanan del centro del partido o, en la tradición del psicólogo Abraham Maslow, la jerarquía de necesidades de Xi.

La primera prioridad es mantener al PCCh en el poder. Xi nunca ha visto el partido como un mecanismo de transición a alguna suerte de democracia o semidemocracia. Más bien, ve la forma única de capitalismo autoritario de China como esencial para su estatus futuro de gran potencia y como un modelo que, potencialmente, podría ser aplicable en otras partes del mundo.

Segundo, Xi cree que siempre debe mantener la unidad nacional porque esto es central para la legitimidad interna del PCCh. Por eso, ha habido medidas enérgicas sostenidas en el Tíbet y en Xinjiang bajo su régimen, así como un endurecimiento consistente de la política hacia Taiwán.

La tercera misión es expandir la economía. Xi entiende que el tamaño, la fuerza y la sofisticación tecnológica de la economía son centrales para todas las dimensiones del poder nacional, incluida la capacidad militar. Es más, sin un crecimiento a largo plazo, el ingreso per cápita no aumentará y China caerá en la trampa del ingreso medio. Un crecimiento sostenido, por lo tanto, también es primordial para la legitimidad del PCCh, como lo es el esfuerzo nacional para convertirse en una superpotencia tecnológica, con dominio global en 5G, semiconductores, supercomputadoras e inteligencia artificial (IA).

El cuarto objetivo es incorporar sustentabilidad ambiental a la matriz de crecimiento de su país. En el pasado, esas cuestiones eran ignoradas. Pero, ahora también, son vitales para la legitimidad del partido. El pueblo chino no tolerará niveles altos de contaminación del aire, del suelo y del agua. Aun así, la sustentabilidad, incluida la acción para combatir el cambio climático, siempre competirá con la prioridad tres (el crecimiento económico), tanto en la industria doméstica como en los proyectos de infraestructura transnacionales vislumbrados en la iniciativa Cinturón y Ruta (BRI), la estrategia insignia de Xi.

La prioridad número cinco es expandir y modernizar el Ejército. Xi supervisa la mayor reforma del Ejército Popular de Liberación (EPL) —en términos de organización militar, plataformas de armamentos y personal— desde 1949. El EPL está siendo transformado para pasar de ser una institución basada en el ejército para la defensa continental a convertirse en una fuerza destinada a proyectar poder más allá de las fronteras de China, a través de capacidades navales, de fuerza aérea, ciberespacio, espacio e IA expandidas. La misión manifiesta de Xi es crear un ejército a escala mundial “para librar y ganar guerras”.

El sexto objetivo es garantizar relaciones benignas y, en la medida de lo posible, respetuosas con los 14 Estados vecinos y sus seis vecinos marítimos. Rusia ha sido clave para este proyecto, al haber pasado de ser un adversario histórico, que ocupó gran parte de la atención estratégica de China, a prácticamente un aliado. En el frente marítimo, China ha dejado en claro que no cederá en sus reclamos territoriales en el mar de China oriental y en el mar de la China meridional.

Sétimo, sobre la periferia marítima oriental, Xi cree que debe hacer retroceder a Estados Unidos a la “segunda cadena de islas” que va del archipiélago japonés hasta el este de Filipinas. También quiere debilitar —o eliminar, si fuera posible— las alianzas de seguridad de larga data de Estados Unidos en la región, particularmente aquellas con Corea del Sur, Japón y Filipinas. El máximo objetivo aquí es mejorar la capacidad de China para garantizar la reunificación con Taiwán, por la fuerza, si fuera necesario.

Octavo, para asegurar la periferia continental occidental de China, Xi quiere transformar la masa continental euroasiática en un nuevo mercado para los productos, servicios, tecnología e inversión en infraestructura crítica. A través de la BRI, también pretende que Asia central y Oriente Próximo, así como Europa central, del este y occidental, estén cada vez más sensibilizados con los intereses centrales de la política exterior de China y los apoyen.

De la misma manera, ve un potencial de mercado a gran escala, no diferente del de Eurasia, en el resto del mundo en desarrollo, en África, Asia y América Latina. Por lo tanto, la novena prioridad de Xi está manifestada en la Ruta de la Seda marítima, que se está volviendo tan preponderante como la BRI. En términos más generales, China también ha venido convirtiendo con éxito esta estrategia económica global en un respaldo confiable de votos del G77 en foros multilaterales críticos.

Por último, Xi quiere reformular el orden global para que se acomode más a los intereses y valores chinos. Los líderes de su país consideran que el orden internacional liberal pos-1945 refleja la visión mundial de las potencias coloniales blancas victoriosas que lo crearon. Para Xi, el mundo del 2020 es radicalmente diferente del de la era de la posguerra. Por ende, ha desarrollado una estrategia de dos frentes. Mientras incrementan su poder personal e influencia financiera dentro de las instituciones de gobernanza global existentes, los líderes de China también están construyendo nuevas instituciones como la BRI y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura.

No todos en la jerarquía superior del PCCh comparten la visión mundial de Xi. Existe disenso y debate internos sobre si China se está excediendo al alejarse de la estrategia de larga data de Deng Xiaoping, de “oculta tus capacidades, gana tiempo, nunca tomes la delantera”. El tiempo dirá cómo resultarán estos debates, particularmente antes de tener luegar el 20.° congreso nacional del partido, en el 2022, que tomará la decisión crucial sobre si extender el mandato de Xi.

En este contexto, el manejo del coronavirus por Xi y de los proyectos políticamente totémicos, como la expansión de la 5G en el exterior, cobra nueva relevancia esencial.

Kevin Rudd: ex primer ministro de Australia, es presidente del Asia Society Policy Institute en Nueva York.

© Project Syndicate 1995–2020