Página quince: EE. UU. en una cruzada perversa contra China

Si los literalistas bíblicos como Pompeo permanecen en el poder después de noviembre, bien podrían llevar al mundo al borde de una guerra que esperan y tal vez incluso busquen

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NUEVA YORK– Muchos cristianos evangélicos blancos en Estados Unidos están convencidos de que Dios ha dado a su país la misión de salvar al mundo.

Influida por esa mentalidad cruzadista, la política exterior de los Estados Unidos ha oscilado muchas veces entre la diplomacia y la guerra. Hay riesgo de que vuelva a hacerlo.

El mes pasado, el secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, lanzó otra cruzada evangélica, esta vez contra China. Pronunció un discurso extremista, simplista y peligroso, que puede poner a Estados Unidos en una senda de conflicto con ese país.

Según Pompeo, el presidente chino, Xi Jinping, y el Partido Comunista de China (PCCh) tienen un “viejo deseo de hegemonía mundial”. Hay ironía en esta afirmación. Solo un país (Estados Unidos) tiene una estrategia de defensa que estipula ser la “principal potencia militar del mundo”, con “equilibrios de poder regionales favorables en el indopacífico, Europa, Oriente Próximo y el hemisferio occidental”.

En cambio, el plan de defensa de China establece que “nunca seguirá el trillado camino de las grandes potencias en pos de la hegemonía”, a lo que añade: “Conforme la globalización económica, la sociedad de la información y la diversificación cultural evolucionan en un mundo cada vez más multipolar, la paz, el desarrollo y la cooperación mutuamente ventajosas seguirán siendo la tendencia irreversible de los tiempos”.

Es imposible no pensar en la admonición de Jesús: “¡Hipócrita! Saca primero el tronco de tu ojo, y entonces podrás ver con claridad para sacar la brizna del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5). En el 2019, el gasto militar de los Estados Unidos ascendió a $732.000 millones, casi el triple de los $261.000 millones gastados por China.

Además, Estados Unidos tiene unas 800 bases militares en el extranjero, mientras China posee una sola (una pequeña base naval en Yibuti). Muchas de las bases militares estadounidenses están cerca de China, que no tiene ninguna cerca de Estados Unidos. En el arsenal estadounidense hay 5.800 ojivas nucleares; China tiene unas 320. Estados Unidos posee 11 portaaviones; China tiene uno. Estados Unidos inició en los últimos 40 años muchas guerras en países distantes; China no inició ninguna (aunque fue criticada por diversas escaramuzas fronterizas, la más reciente de ellas con la India, que no llegan a ser guerras).

En los últimos años, Estados Unidos rechazó o abandonó varias veces tratados y organismos de las Naciones Unidas, incluidos la Unesco, el Acuerdo de París sobre el clima y, hace poco, la Organización Mundial de la Salud, mientras China apoya los procesos y organismos de la ONU.

El presidente estadounidense, Donald Trump, amenazó hace poco con sanciones al personal de la Corte Penal Internacional. Pompeo despotrica contra la represión china de la población uigur, mayoritariamente musulmana, pero el exasesor de seguridad nacional de Trump John Bolton afirma que Trump avaló en privado las acciones de China e incluso que las alentó.

El mundo prestó poca atención al discurso de Pompeo, que no presentó pruebas de la presunta ambición hegemónica de China. El hecho de que China se oponga a la hegemonía de los Estados Unidos no significa que la quiera para sí. De hecho, fuera de los Estados Unidos, pocos creen que China busque el dominio global. Sus objetivos nacionales explícitos incluyen alcanzar la condición de “sociedad moderadamente próspera” en el 2021 (centenario del PCCh) y “país plenamente desarrollado” en el 2049 (centenario de la República Popular).

Además, se calcula que en el 2019 el PIB per cápita de China fue $10.098, menos de un sexto que Estados Unidos ($65.112), lo cual mal puede servir de base a la supremacía mundial. China todavía tiene mucho camino que recorrer para alcanzar tan siquiera sus objetivos de desarrollo económico básicos.

Suponiendo que Trump pierda la elección presidencial de noviembre, es probable que nadie vuelva a pensar en el discurso de Pompeo. Los demócratas también criticarán a China, pero sin las exageraciones descaradas del secretario de Estado. Pero si Trump gana, ese discurso puede ser un preanuncio del caos. El evangelismo de Pompeo es real, y hoy los evangélicos blancos son la base política del Partido Republicano.

Los excesos fanáticos de Pompeo tienen profundas raíces en la historia de su país. Como explico en mi reciente libro A New Foreign Policy, los colonos protestantes ingleses creían estar fundando un Nuevo Israel en la nueva tierra prometida, con la bendición providencial de Dios.

En 1845, John O’Sullivan acuñó la expresión “destino manifiesto” para justificar y celebrar la violenta anexión estadounidense de Norteamérica. En 1839 escribió: “Esta será nuestra historia futura, establecer en la Tierra la dignidad moral y la salvación del hombre; la inmutable verdad y beneficencia de Dios. Para esta misión bendita a las naciones del mundo, excluidas de la vivificante luz de la verdad, ha sido elegido Estados Unidos (…)”.

Basándose en estas visiones exaltadas de una beneficencia propia, Estados Unidos cometió esclavización masiva hasta la guerra civil y apartheid masivo después; masacró a los nativos durante el siglo XIX y los subyugó después; y clausurada la frontera del oeste, extendió el “destino manifiesto” a ultramar. Más tarde, con el inicio de la Guerra Fría, su fervor anticomunista lo llevó a librar desastrosas guerras en el sudeste de Asia (Vietnam, Laos y Camboya) en los sesenta y setenta, y guerras brutales en Centroamérica en los ochenta.

Después de los ataques terroristas del 11 de setiembre del 2001, el celo evangélico se dirigió contra el islam radical o fascismo islámico, con cuatro guerras electivas (en Afganistán, Irak, Siria y Libia), cuyos efectos desastrosos todavía perduran. Pero de pronto la supuesta amenaza existencial del islam radical ha sido olvidada, y la nueva cruzada apunta al PCCh.

Pompeo es un intérprete literal de la Biblia, convencido de que el fin de los tiempos, la batalla apocalíptica entre el bien y el mal, es inminente. Sus creencias están descritas en un discurso que dio en el 2015, siendo congresista por Kansas: Estados Unidos es una nación judeocristiana, la más grande de la historia, cuya misión es dar las batallas de Dios hasta el día del Arrebatamiento, cuando los seguidores de Cristo renacidos, como Pompeo, serán llevados al cielo para el juicio final.

Los evangélicos blancos solo son un 17 % de la población adulta de los Estados Unidos, pero suman alrededor del 26 % de los votantes. Votan mayoritariamente por los republicanos (se calcula que en el 2016 lo hizo el 81 %), lo que los convierte en el bloque de votantes más grande del partido.

Eso les confiere una fuerte influencia sobre las administraciones republicanas, en particular en política exterior si los republicanos controlan la Casa Blanca y el Senado (con el poder de ratificar tratados). Nada menos que el 99 % de los congresistas republicanos son cristianos, de los cuales alrededor del 70 % son protestantes, lo que incluye una proporción significativa, pero desconocida de evangélicos.

Los demócratas, por supuesto, también dan refugio a algunos políticos que proclaman el excepcionalismo estadounidense y lanzan cruzadas militares (por ejemplo, las intervenciones del presidente Barack Obama en Siria y Libia). Pero en general el Partido Demócrata está menos ligado a pretensiones de hegemonía estadounidense que la base evangélica del Partido Republicano.

La inflamatoria retórica antichina de Pompeo puede volverse todavía más apocalíptica en las próximas semanas, aunque más no sea para enardecer a la base republicana antes de la elección. Si como parece probable Trump es derrotado, el riesgo de una confrontación con China se alejará. Pero si sigue en el poder, ya sea por victoria electoral auténtica, fraude o incluso golpe de Estado (todo es posible), es probable que la cruzada de Pompeo continúe, y bien podría llevar al mundo al borde de una guerra que Pompeo anticipa y que acaso esté buscando.

Jeffrey D. Sachs: es profesor de Desarrollo Sostenible, profesor de Gestión y Política Sanitaria y director del Centro de Desarrollo Sostenible en la Universidad de Columbia. También es director de la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.

© Project Syndicate 1995–2020