Página quince: Dios mío, ¿qué es España?

La pregunta que se hizo Ortega en su primer libro, que le mereció el elogio de Machado, seguirá abierta

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“A ti laurel y yedra / corónente, dilecto / de Sofía, arquitecto. // Cincel, martillo y piedra / y masones te sirvan; las montañas / de Guadarrama frío / te brinden el azul de sus entrañas, / meditador de otro Escorial sombrío. // Y que Felipe austero, / al borde de su regia sepultura, / asome a ver la nueva arquitectura / y bendiga la prole de Lutero”.

Es el poema de Machado “Al joven meditador José Ortega y Gasset”, elogio de Meditaciones del Quijote, primer libro de Ortega, escrito en El Escorial. Las formas del monumental complejo levantado por Felipe II, emblema del esplendor del Imperio español, materializan para Machado el pensamiento más contrarreformista que renacentista del monarca allí enterrado. Llama a Ortega “prole de Lutero”, no por ser filoprotestante como Unamuno, sino por ser admirador de la filosofía alemana (nieta toda ella de Lutero, según Nietzsche), y convencido de que la mayor lacra de España era su catolicismo.

El sentido de esa referencia, entonces, es el lugar común (entre liberales e ilustrados de finales del XIX y principios del XX) de ver la Reforma como matriz de la modernidad y de sus frutos más sublimes: el progreso científico y la democracia liberal (y el capitalismo, añadiría Weber), necesarios, según Ortega, para la salvación de su circunstancia, que era España.

¿Esto es así? ¿O la leyenda dorada de la Reforma es resultado de la necesidad propagandística de la leyenda negra antiespañola de representar al protestantismo como precursor de la modernidad a la que España habría dado la espalda?

Se trata de una cuestión que no pretendo abordar aquí, pero que gravita sobre la última reedición de la vieja polémica sobre la historia de España que divide a ese país y que hoy, que es su día nacional y a un par de semanas de un nuevo aniversario de la Reforma, quisiera reseñar.

Va de nuevo. El debate lo reanudó la filóloga Elvira Roca Barea, quien publicó en el 2016 Imperiofobia y leyenda negra. Obra que a finales del año pasado llevaba ya 100.000 ejemplares vendidos y es aplaudida por personalidades como Escohotado, Josep Borrell, Savater y Felipe González.

Desde entonces, Roca es una celebridad con frecuentes apariciones en los medios y hasta la propusieron para el Premio Princesa de Asturias. A la vez, su trabajo despierta duras críticas, de autores como César Vidal o Pérez Reverte, pero la más contundente, del filósofo José Luis Villacañas, en el libro Imperiofilia y el populismo nacional-católico, del 2019. Básicamente, acusa a Roca no solo de mentir, sino de alimentar un populismo de derechas reaccionario e integrista.

¿Qué plantean? Roca dice que la leyenda negra fue una estrategia propagandística protestante, principalmente holandesa e inglesa, contra España, imperio hegemónico de la época. Buscaba demonizarla para ganar la batalla de la opinión pública en su contra y distraer de las vergüenzas propias.

En el fondo anidaba un desprecio racista: los españoles estaban mezclados con judíos y árabes, y en América se habían mezclado con indios. Paradójicamente, ese relato, para disuadir a los simpatizantes de España en Flandes, aprovecha, sacando de su dimensión real de endecha religiosa, textos como el de De las Casas, para exagerar la crueldad de los conquistadores. Pero la verdad, según Roca, es que las guerras contra los imperios regionales, como el azteca, no fueron de españoles invasores contra indígenas pacíficos, sino de pueblos indígenas brutalmente sojuzgados por esos imperios con el apoyo minoritario de españoles, y que España creó en América una formidable comunidad cultural trasatlántica, moralmente muy superior al genocidio nativo perpetrado por los colonos protestantes en el norte, que no se mezclaron ni integraron en su proyecto social a los pueblos originarios.

Por otro lado, para Roca, la inquisición fue la racionalización compasiva e institucionalizada de la intolerancia religiosa, que era la norma en toda Europa. En el lado protestante se mató más, pero sin documentar. Ni Lutero ni Calvino eran demócratas ni tolerantes ni modernos (más bien Lutero generó el retraso feudal de Alemania hasta el siglo XIX). Se les construyó discursivamente así y aún se les celebra para exaltar a la Europa protestante y denigrar a la católica.

Porque, dice ella, la leyenda negra sigue operando, por ejemplo en el acrónimo PIGS, usado recientemente para referirse a la deficitaria Europa mediterránea. Esa propaganda contra el imperio por vencer es usual, lo insólito es que los españoles la creyeran. Roca lo atribuye al cambio de dinastía de los Habsburgo a los Borbones. Las élites, tendientes de por sí al menosprecio de su pueblo y acríticamente admiradoras de lo exterior, se afrancesaron para ascender en el nuevo régimen, que debía reconstruir negativamente la imagen del anterior.

Villacañas atribuye el retraso español a su agresivo catolicismo. El primer error es de los reyes católicos por expulsar a los judíos, que eran una élite letrada, rica y dinamizadora del comercio. Pero además afirma que la encomienda fue perversa. La acreditación para viajar a América daba la condición de hidalgo y, con ello, el derecho a no trabajar y a tener siervos, lo que para él marca la diferencia entre esa colonización y la protestante, heredera de una ética del trabajo que, en vez de entenderlo como maldición, ve en este la proyección en el ser humano de la imagen y semejanza del Dios creador.

Añade que se mezclaron porque venían solos, por pura necesidad biológica, no porque fuera parte de un proyecto. Y que como España nunca fue un reino ni una nación, sino un imperio, trasladó al nuevo mundo ese imaginario de heterogeneidad que explica la absurda fragmentación posindependencia: solo Brasil es del tamaño de los múltiples países hispanoamericanos juntos.

El error de Carlos V, según Villacañas, fue no atender las razones de Lutero y el de su hijo Felipe barrer con los primeros protestantes españoles, que por su talante progresista pudieron haber impulsado la modernización del país. Reconoce la existencia de la leyenda negra (y que De las Casas “posiblemente exageró”), pero como un discurso que ya para el siglo XIX, cuando España se había hundido, dejó de ser utilizado por las potencias europeas.

A lo que añade (para refutar la tesis de Roca sobre la conspiración protestante antiespañola) que el mayor enemigo de España fue la Francia católica con el apoyo de la Iglesia de Roma, mientras que, en su momento, los españoles recibieron el apoyo de ingleses y holandeses. Piensa que el éxito de la obra de Roca obedece a que consuela la autoestima española golpeada por el secesionismo catalán, pues, aunque eso ni lo mencione en su libro, está de fondo (cosa que creo cierta, porque en las actividades a las que la invitan para hablar del libro siempre trae a colación el tema).

El enfrentamiento ha generado una guerra de citas y referencias en las que uno se pierde. El verificador del periódico El País (tan en contra de Roca como El Mundo a favor de ella) identificó en el best seller 30 afirmaciones y citas falsas, indemostrables o muy cuestionables.

A defenderla salieron Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de Historia, y Vargas Llosa, quien dice que esto evidencia hasta qué punto eso que ahora llamamos posverdad afecta incluso el trabajo científico de los historiadores.

Uno más. Terciando sin proponérselo, en el 2019 apareció España. Un relato de grandeza y odio, del historiador José Varela Ortega, nieto de Ortega y Gasset. Aunque su obra de mil páginas tiene un enfoque distinto a las dos anteriores y no discute con ellas, en una entrevista calificó la de Villacañas de “librito que no tiene el menor interés” y, aunque dijo que le parecía “anacrónico y exagerado” el empeño de Roca contra la leyenda negra, le hizo un guiño afirmando que le “enseñó muchas cosas” y en el suyo la cita repetidamente.

Curioso, porque al igual que Villacañas (y como tempranamente identificó Machado), Ortega y Gasset admiraba la filosofía alemana, sentenciaba que “España es el problema y Europa la solución”, y era despiadado con la idiosincrasia católica española.

Su libro, en cualquier caso, es fascinante. Una historia de los estereotipos extranjeros sobre España, que son dos y contradictorios: el del militante, empecinado, aguerrido, aventurero, valiente y emprendedor, pero cruel, creada por los flamencos protestantes, y el del indolente y decadente, vagabundo, fiestero, tonto, ignorante y premoderno, creado por los ilustrados franceses. El español del Barroco y el del Romanticismo.

Los estereotipos reducen la complejidad y tienen un poder performativo que les permite, incluso, imponerse a la verdad de los hechos. Y ello relaciona este debate con el actualísimo asunto de la posverdad, de una forma más compleja que la que apunta Vargas Llosa.

En el desasosiego por la crisis sanitaria, económica, territorial y hasta de régimen que viven los españoles, este debate, lejos de aclarar dudas, profundiza el foso que los divide. Quizá se deba a lo que uno de los mayores expertos en Ortega me decía hace poco: “En España tenemos un problema con nuestra propia historia, que en vez de estudiarla e intentar entenderla pretendemos juzgarla y usarla políticamente para el presente”.

Lo cierto es que la pregunta que se hizo Ortega en ese, su primer libro que le mereció el elogio de Machado, seguirá abierta: “Dios mío, ¿qué es España? En la anchura del orbe, en medio de las razas innumerables, perdida entre el ayer ilimitado y el mañana sin fin, bajo la frialdad inmensa y cósmica del parpadeo astral, ¿qué es esta España, este promontorio espiritual de Europa, esta como proa del alma continental?”.

tavoroman@hotmail.com

El autor es abogado.