Página quince: ¿Cuántas vidas vale Notre-Dame?

Si los ricos pueden donar cientos de millones tan fácilmente para restaurar un edificio, bien podrían gastar ese dinero en otros fines más urgentes.

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PRINCETON– Poco más de 24 horas después del incendio que ocasionó graves daños en Notre-Dame, las donaciones para reconstruir la catedral de 850 años ya superaban los 1.000 millones de euros ($1.100 millones). El dinero procede, en su mayor parte, de algunas de las personas más ricas de Francia. Untec, el sindicato nacional que representa a los economistas de la construcción en Francia, indicó que el costo probable de la reconstrucción será entre 300 millones y 600 millones de euros, mucho menos que la cifra recaudada.

Los “chalecos amarillos” de Francia ya hicieron la pregunta obvia: “¿Y los pobres?”. Si los ricos pueden donar con tal facilidad cientos de millones para restaurar un edificio, con igual facilidad podían destinar ese dinero a otros usos mejores. Por ejemplo, haber donado 1.000 millones de euros para salvar vidas. Hagámonos la pregunta incómoda: ¿Cuántas vidas vale restaurar Notre-Dame?

Muchos dirán que esa comparación es imposible. Pero sin comparar no hay modo de elegir el mejor curso de acción. Proponemos aquí una respuesta que, si parece simple, por lo menos puede servir de punto de partida para elaborar otra mejor.

Una razón obvia para restaurar la catedral es el disfrute que produce, como monumento estético y cultural, a los 12 millones de personas que la visitan cada año. Digamos que cada visita dura, en promedio, tres horas; redondeando para arriba, son unos 4.500 años de experiencias para los visitantes cada año. Pero seguramente quienes visitan Notre-Dame después pasan algún tiempo agradable rememorando el viaje, así que dupliquemos la cifra y digamos que Notre-Dame reporta a cada visitante 9.000 años de beneficios al año.

¿Cuántas vidas vale eso? Supongamos que la experiencia de visitar o recordar Notre-Dame hace que la gente se sienta más o menos el doble de feliz de lo que normalmente estaría durante ese tiempo, es decir, que, en la práctica, pasar una hora en Notre-Dame o recordando la visita vale tanto como alargar la vida de alguien por una hora. Suponiendo que salváramos las vidas de personas que vivirán otros 60 años, los 9.000 años de beneficios anuales equivalen a salvar 150 vidas al año.

Es una cantidad grande de vidas, pero ahora debemos preguntarnos cuántas vidas podrían salvarse con 1.000 millones de euros. Dejando a un lado lo que digan los “chalecos amarillos”, es evidente que podemos salvar más vidas y reducir más penurias económicas ayudando a gente que vive en la extrema pobreza en países de bajos ingresos que usando ese dinero en Francia.

GiveWell, considerada la evaluadora de entidades de beneficencia más rigurosa del mundo, indicó hace poco que la Fundación contra la Malaria, una de las organizaciones mejor evaluadas, que distribuye redes cubrecama antimosquitos en países de bajos ingresos donde la malaria es uno de los principales asesinos de niños, salva una vida por alrededor de 3.500 euros. Con la cifra provista por GiveWell, 1.000 millones de euros podrían prevenir unas 285.000 muertes prematuras. Eso es mucho más que 150.

Tal vez los defensores de Notre-Dame piensen que estamos subestimando el valor de la restauración, ya que esta beneficiará a futuros visitantes por siglos, mientras que destinar ese dinero a salvar vidas solo afectará a la generación actual. Para tener esto en cuenta, supongamos que si se restaura Notre-Dame, pasarán otros 850 años (es decir, tanto como ya existió) antes de que necesite otra restauración importante. Suponiendo, en aras del argumento, que asignamos el mismo valor a las vidas futuras y a las presentes, entonces, la suma antes indicada sería equivalente a salvar un poco menos de 130.000 vidas. Puesto de este modo, donar a una organización eficaz en ayudar a gente que vive en países de bajos ingresos a evitar la malaria hace más del doble de bien que restaurar Notre-Dame.

Es probable que incluso estemos sobreestimando el valor de Notre-Dame restaurada porque hay que tener en cuenta lo que sucedería si decidiéramos no restaurarla. En ese caso, ¿qué harían los turistas?

Lo más probable es que quienes visitaran París fueran a ver algunas de las muchas otras atracciones de la ciudad, por ejemplo, la basílica del Sagrado Corazón en Montmartre, que en el 2017 recibió 10 millones de visitantes, o el Museo del Louvre, que tuvo 8 millones. O tal vez irían a otros lugares y verían otros monumentos, por ejemplo, la Torre de Londres o el Taj Mahal.

Es de suponer que también disfrutarían visitando esos lugares; no exactamente lo mismo, pero casi. El valor de visitar Notre-Dame debe interpretarse como el disfrute adicional que causa en relación con el siguiente mejor uso que pueden dar los visitantes a su tiempo. Y con la cantidad de maravillas que hay en el mundo, la diferencia parece exigua.

Si tenemos en cuenta eso, es posible que el verdadero beneficio de Notre-Dame apenas llegue al 10 % de lo que supusimos: es decir, el valor de 13.000 vidas, usando el cálculo de los 850 años, o sea, menos de la vigésima parte del bien que puede hacer una entidad de beneficencia máximamente eficiente salvando vidas.

Las icónicas torres de Notre-Dame siguen en pie, como la mayor parte de los muros de piedra. Supongamos que la catedral quedara en ruinas porque los que colectivamente ofrecieron donar millones cambiaran de idea y decidieran dar el dinero a los pobres.

En tal caso, Notre-Dame sería uno más de los muchos monumentos en ruinas que atraen turistas, desde el Partenón hasta el Foro Romano y Angkor Wat. Pero sería algo más que una ruina antigua: sería un recordatorio visible de que el pueblo francés decidió destinar su dinero no a restaurar un edificio, sino a mejorar la vida de la gente.

Peter Singer: es profesor de Bioética en la Universidad de Princeton, profesor laureado en la Universidad de Melbourne y fundador de la organización sin fines de lucro The Life you Can Save. Algunos de sus libros son “Liberación animal”, “Ética práctica” y “The Most Good You Can Do” ["El mayor bien que puede hacerse"].

Michael Plant: es estudiante de doctorado en Filosofía Moral en la Universidad de Oxford.

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