Si hay una crisis subyacente que condena a Costa Rica a batir barro en la desigualdad y el lento progreso económico y social, es la falta de estadistas en el siglo XXI.
Con rumores de candidaturas y aspiraciones electorales borboteando en la palestra política, queda clara, debido a la abundancia de figuras repitentes de décadas pasadas, la necesidad de abrir espacios para nuevas mentes capaces y a tono con los enormes retos actuales y los que vienen.
Los costarricenses merecemos más de lo que se nos ofrece políticamente, pero necesitamos convencernos de ello. Ya acumulamos bastantes ciclos electorales en los cuales nos decantamos por la opción más segura y potable, "lo menos malo”, a falta de propuestas integrales y responsables que articulen equipos competentes con la misión de construir un buen Estado.
El Ejecutivo tiene una crucial responsabilidad por la ausencia de un liderazgo y un norte claro para potenciar el desarrollo.
Al evitar riesgos políticos, varias administraciones esquivaron medidas contundentes contra la evasión fiscal, el cobro eficiente de impuestos y un esquema fiscal verdaderamente progresivo que supere la trasnochada noción económica del efecto derrame.
La crisis es más que evidente en la Asamblea Legislativa. Se nos olvida que en este poder también se construye el Estado.
Tenemos pocas oportunidades y mecanismos para conocer en profundidad las ideas y los compromisos que llevarían los candidatos a la Asamblea. También para valorar su preparación, capacidades e historial. Pero, más importante aún, no tenemos cómo conocer sus motivaciones para aspirar a un cargo político.
Clase política en crisis. El país se condenó a sí mismo a ver a los mismos hombres, con sus mismas ideas, una y otra vez en pugna por el poder político.
Les dimos el micrófono por el tono de sus palabras, pero no por el peso de su contenido ni por la probidad de sus acciones.
También nos condenamos a la mediocridad al hacer de la política una función reprochable per se. Más aún, dedicarse a la política obliga a quienes se atreven a ello a soportar vilipendios y amenazas de sus detractores, quienes muchas veces se escudan tras el anonimato de un teclado o teléfono móvil.
De esta manera, será imposible que la política se nutra de mentes preparadas y capaces de formular estrategias para construir un país más equitativo y solidario con los sectores vulnerables.
A falta de espacios y apoyo para las personas con ideas frescas, capacidad analítica, inteligencia emocional, coraje y determinación para operar un cambio social positivo, la clase política se aproxima hacia una espiral de la que solo veremos emerger, una y otra vez, a los mismos hombres con sed de poder y pocas soluciones factibles.
Sabemos quiénes son estos actores con guiones duplicados. Entran y salen del escenario en una obra de teatro que ya no queremos ver.
Sus legados son, a lo sumo, escuetos. Y hoy brotan envalentonados, armados de un dedo acusador, pero faltos de manos, voluntad y equipo para construir.
Quebrar la sociedad. Lo último que necesitamos es un grupo de “caudillos” que, tras azuzar la turbulencia en las calles, digan también que solo ellos pueden arreglar la situación.
No pretenden rescatar la nación ni construir una Costa Rica más justa. Tampoco restaurarnos ni reconfigurarnos en una república nueva. No vienen a unirnos alrededor de un ideal de libertad.
Lo sabemos porque detrás de su lucha por alcanzar el poder político no han articulado una visión holística e inclusiva para Costa Rica ni una estrategia robusta para alcanzarla. Apenas nos dicen cuáles sectores amigos serán su prioridad, y cuáles fantasías inconstitucionales y regresivas pretenden perseguir.
Conscientemente o no, quienes lideran los movimientos fundamentalistas y radicales del país siguen la doctrina Breitbart, filosofía del periodista conservador estadounidense Andrew Breitbart, quien cree que la política fluye desde la cultura, por lo que para cambiar la política hay que cambiar primero la cultura. Y para cambiar la cultura, hay que cambiar a las personas.
Paralelamente, adoptaron una máxima de Steve Bannon, otrora estratega político del Partido Republicano de Estados Unidos: para cambiar la sociedad, primero hay que quebrarla.
No podemos darnos el lujo de esperar a ver qué rumbo toma el descontento social, pues el costo será altísimo para la economía, la salud y la vida en democracia.
Descontento en las calles. Nada de lo que vivimos en la actualidad ocurre en un vacío. La desinformación sin precedentes que infecta al país sobre derechos humanos pretende lo mismo que aquella que cuestiona la realidad sobre la pandemia y anuncia falsas medidas draconianas del gobierno.
El objetivo al desinformar es causar pánico, alimentar miedos. Estas estrategias divisorias son muy dicientes respecto a los movimientos y líderes que las emplean.
Hay absoluta validez en los reclamos de la clase media que no aguanta un impuesto más para financiar la ineficiencia institucional, y que está urgida de políticas para incentivar el empleo formal.
Sin embargo, quienes se han arrogado la representación del descontento colectivo buscando réditos políticos cuando se produce el caos deberían avergonzarse de que sus llamados a la desobediencia civil, lejos de ser democráticos, devinieron en bloqueo económico y del acceso a servicios de salud.
Si seguimos prestando oxígeno a quienes buscan regresar a la vida pública valiéndose de la división, no solo alejamos de la política a nuevos hombres y nuevas mujeres con talento, valentía y compromiso social, sino que sentenciamos al país a repetir los esquemas de décadas pasadas y a repetir ciclos de descontento social y reformas fallidas.
La falta de liderazgo jamás puede llevarnos a aceptar a cualquier figura que atice temores y discordias para crear movimientos de rebeldía antidemocrática y violencia. Más bien, debe arrojar luz hacia oportunidades para incluir nuevas voces y puntos de vista en el diálogo nacional.
Hay un potencial enorme para renovar filas en la clase política, con personas jóvenes altamente preparadas y de intenciones transparentes y desinteresadas.
Pero hasta que aprendamos a discernir entre quienes quieren poder y quienes buscan el progreso de la sociedad, ese potencial seguirá escondido y desaprovechado, en perjuicio de lo que podríamos llegar a ser como nación.
El autor es comunicador y administrador.