Vivimos en un mundo en evolución acelerada en lo político, económico, social, ambiental y tecnológico. Estamos en medio de transformaciones y, por ello, una evaluación de nuestro modelo educativo es urgente. De acuerdo con el Sétimo Informe Estado de la Educación, nuestros jóvenes se gradúan con carencias en destrezas, asertividad, lectoescritura, matemáticas, idiomas y otras capacidades claves para ser exitosos.
En educación preescolar, hemos avanzado en cobertura, no así en calidad porque existe la necesidad de mejores competencias de los educadores.
En educación primaria, únicamente el 50 % de los maestros posee experiencia y capacidad para enseñar a leer y escribir. Lamentablemente, solo el 7 % de los centros educativos cumplieron el programa el año pasado.
El informe señala también que no existen los vínculos idóneos entre universidades públicas y privadas con el Ministerio de Educación Pública (MEP). Un maestro de Matemáticas no es graduado en Matemáticas, sino en Educación, lo cual no le provee conocimientos suficientes para desarrollar en los niños el pensamiento abstracto. Lo ideal es que los matemáticos, posteriormente, se gradúen de maestros, si esa es su vocación.
El mercado. Las nuevas tecnologías demandan más habilidades y capacidades para competir. La demografía es como un glaciar en movimiento y el aprendizaje va más allá de las aulas.
Hemos pasado de la economía basada en la agricultura e industria a una sociedad sostenida por el conocimiento, la innovación y la digitalización.
Enfrentamos, además, fenómenos como crisis climática, contaminación, migración, envejecimiento, desigualdad, nuevas enfermedades o el regreso de algunas que se creía erradicadas y aumento de la pobreza. Con preocupación vemos cómo se desacelera la economía nacional, aumenta el desempleo y los resultados de nuestra educación no mejoran pese a la creciente inversión.
Los nuevos desafíos. El desarrollo de nuevas competencias, como creatividad, colaboración, comunicación, emprendimiento y capacidad crítica, deben ser transversales a un currículo escolar flexible.
Además de tratar asuntos claves, como la globalización, la salud, el arte, la ciencia, la historia, la cultura, la lectura, las matemáticas y otras materias propias del actual sistema educativo, se hace necesario el inglés, la alfabetización en tecnologías de la información y la comunicación, la formación ciudadana, la educación financiera, la educación dual, fortalecer los colegios técnicos y desarrollar programas más cortos.
Burocracia. Los educadores gastan miles de horas en llenar informes administrativos, que al final no tienen ningún efecto en el mejoramiento cuantitativo ni cualitativo de la educación pública.
La complejidad burocrática paraliza la labor de innovar y la mejora continua que exige una educación de calidad y pertinencia. El MEP tiene 86.441 empleados con 88 incentivos y un salario promedio de ¢15,8 millones al año. El presupuesto ha aumentado de ¢1,9 billones en el 2014 a ¢2,6 billones en el 2019.
A pesar de presupuestos crecientes —con mucho sacrificio y endeudamiento—, no ha mejorado la calidad de la enseñanza y la desigualdad va en aumento. La inversión en educación debe medirse de acuerdo con el cumplimiento de metas más que por procesos e insumos.
Es injusto que en las pruebas del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés) del 2015, Costa Rica retrocedió en el rendimiento en matemáticas, ciencias y lectura.
Educadores. No cabe duda de que el mejoramiento educativo comienza por escoger a los maestros y profesores mejor capacitados. Ser educador debe ser una profesión de prestigio y autoridad tanto en la escuela como en la sociedad. No debe ser fácil obtener el título. Para ello, debe exigirse altas calificaciones, vocación y mejora continua.
La escogencia debe pasar por varios filtros, no como está estructurado actualmente, únicamente en manos del Servicio Civil. Para ser educador, es necesario pasar antes por pruebas específicas sobre conocimientos en aritmética, lengua y capacidad de resolución de problemas.
El aspirante ha de demostrar ser creativo, extrovertido, trabajador, buen comunicador, tener sensibilidad social y empatía. Los educadores deben aprender a enseñar, evaluar la enseñanza y conocer las interacciones pedagógicas.
El maestro o profesor debe convertirse en un excelente facilitador e investigador, y los alumnos deben ser quienes construyan su propio conocimiento. Los educadores deben estar en contacto con las mejores prácticas en centros de excelencia.
Descentralizar. El MEP ha desarrollado un sistema educativo centralista, con un currículo detallado y estricto, con una burocracia inflexible ante un mundo que cada día demanda más competitividad y adaptación.
El MEP no favorece el trabajo colaborativo, el liderazgo académico, la gestión por resultados, la productividad y la mística. De ahí la importancia de descentralizar y dar mayor autonomía a los centros educativos con el fin de mejorar la calidad de la educación, proporcionándoles mayores competencias y responsabilidades a las juntas de educación y administración. Juntas que deben estar compuestas por ciudadanos comprometidos y de gran capacidad.
En las más de 3.800 juntas de educación en escuelas y 641 juntas administrativas en colegios públicos, el nombramiento recae en los municipios, mediante ternas enviadas por el director y avaladas por el supervisor.
Autonomía. Si queremos mejorar la educación, debemos dar más autonomía a los centros educativos. El MEP debe ser el responsable del corazón del currículo que corresponde entre el 15 % y el 35 %, y dejar que escuelas y colegios crezcan y se desarrollen con creatividad, profesionalismo y responsabilidad.
El MEP debe centrarse en la capacitación de los directores y los integrantes de las juntas, fijarles deberes, responsabilidades y metas. Lo relevante son los resultados, y así debe ser evaluado cada centro educativo. Más control sobre los recursos y más herramientas en la gestión para exigir resultados es lo adecuado para cambiar el modelo.
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A cada centro de enseñanza se le deben asignar recursos, sin desglosar partidas, para que la dirección y las juntas ejerzan la potestad de seleccionar a los docentes y escoger el material pedagógico, equipo, tecnología, infraestructura y métodos de enseñanza. Lo valioso es que los docentes asuman las responsabilidades de utilizar los recursos eficientemente, trabajen en equipo, compartan objetivos y tengan responsabilidades.
Los protagonistas serán los docentes porque no estarán esperando órdenes de la sede central del MEP. La planificación, la motivación, la organización, la confianza, la mística, la innovación y los resultados dependen de una junta educativa muy bien seleccionada por representantes de los profesores, padres de familia, sociedad civil y municipalidad. Todas las juntas deben contar con un consejo consultivo para cooperar en formación, becas, tecnología, infraestructura, logística, apoyo económico, administración y enlace con el sector productivo.
Está claro que delegar exige, primero, capacitación y, por supuesto, rendición de cuentas, transparencia, mediciones, sanciones y recompensas.
Si seguimos manteniendo una estructura vertical, cara y rígida, continuaremos perdiendo competitividad y condenaremos a nuestros niños y jóvenes a los bajos estándares de calidad que muestra el Sétimo Informe Estado de la Educación.
El autor es ingeniero.