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(PHILIP FONG/AFP)
Ya empezaron las olimpíadas de verano más extrañas de la época moderna. En una época aciaga y convulsa como la actual, quizás sean un oportuno recordatorio de que, aun en tiempos así, hay maneras de celebrar por medio del deporte nuestra común humanidad. ¡Bienvenidas!
Con todo, no dejan de ser unas olimpíadas rarísimas, y eso que ya hemos tenido un par de esas actividades que salieron güeras, al quedar como cucarachas en la bisagra de las tensiones de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. En esas ocasiones, los boicots políticos amputaron la universalidad de las citas olímpicas y se pasearon en las aspiraciones de miles de atletas.
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Aun así, no le llegan a la rareza de esta edición: perfectamente organizada por Japón, como un cronómetro; con la mejor y más refinada infraestructura, con los atletas de todo el orbe, pero sin algo esencial, como lo es el público. Es como una fiesta sin invitados. Además, no arranca y ya hay casos de covid-19 entre los atletas. Y, de feria, el mundo está distraído debido a los graves problemas y las justas son impopulares en el país sede.
Viendo hacia atrás en la historia olímpica moderna lo único que pudo ser más extraño que la olimpíada actual hubiese sido que en plena Segunda Guerra Mundial y, en medio de la carnicería, los países se hubiesen puesto de acuerdo en una tregua de un mes para la celebración de la fiesta deportiva.
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La celebración de estas olimpíadas no es simplemente un triunfo de la perseverancia y del deporte mundial. Lo es, sin duda, y por ello me alegro tanto de que se lleven a cabo. Siempre me ha emocionado ver a atletas de tantas disciplinas y colores compitiendo por ser los mejores: heptatlón, decatlón, carreras cortas y de fondo, remo, básquet, vóley, hockey, en fin. Sin embargo, tampoco me chupo el dedo: había intereses comerciales de por medio, contratos por honrar, miles de millones en juego. Y Japón se comerá una gran pérdida, pues no logrará recuperar las inversiones.
Me alegro y me enorgullezco de los atletas costarricenses y, en general, los de nuestros pequeños países centroamericanos. Reman contra viento y marea. Ojalá alguno coseche una medalla o, por lo menos, una destacada actuación. Me ha dado gran ilusión la historia de la mamá entrenadora y sus dos hijas olímpicas. Lástima que nuestra delegación sea tan chiquita, lo que nos habla de nuestro proverbial rezago deportivo.
El autor es sociólogo.