
Recordaré a Neruda. Así dirijo mi mente a la poesía y con ello disfrutar de una de las facetas del poeta, cual es incursionar en el tema de “sus casas y sus cosas”. Bien lo dijo, en su momento, García Lorca: Todas las cosas tienen su misterio y la poesía es el misterio que tienen todas las cosas.
La obra de Pablo Neruda es inmensa y abarcadora. Neruda habló del infinito y las alturas; de las profundidades y los abismos; de mares y de valles; de truenos y silencios; de la vida y de la muerte; de pasiones y de odios; de pampas y de ríos arteriales; de dictadores, presidentes, libertadores, mártires… Neruda habló de todo lo que conoció y tuvo en sus manos. Hizo sublime lo aparentemente “insignificante” y lo sublime e inaccesible lo puso a la medida del hombre. Neruda es una de las cúspides de la literatura hispanoamericana.
¿Qué se puede decir sobre la obra de este poeta que ha dicho tanto y del que tanto se ha dicho? Hurgando en mis recuerdos, me incliné por destacar el Neruda que poetizó sobre las cosas simples y cotidianas que, paradójicamente, por estar siempre presentes, pasan inadvertidas; cosas que habitaron en sus tres casas, cosas que formaron parte del hábitat del poeta.
Sus casas
Neruda se refirió a sus casas como los nidos donde se albergan sus recuerdos. En ellas reconocemos lugares y épocas. Sabemos, también, que los sueños que acompañan a toda acción humana se nutren de los lugares en que se vive. Y… se vive en las casas. El conjunto heterogéneo de cosas que Neruda recoge de sus viajes se encuentra, físicamente, en sus tres casas, diseminadas por Chile. Son ellas La Chascona, La Sebastiana e Isla Negra. Dice el poeta: En mis casas he reunido juguetes pequeños y grandes, sin los cuales no podría vivir (…) He edificado mis casas también como un juguete y juego en ellas de la mañana a la noche. Son mis propios juguetes. Los he juntado a través de toda mi vida con el científico propósito de entretenerme solo. Los describiré para los niños pequeños y los de todas las edades.
De La Chascona, dice el poeta: La piedra y los clavos, la tabla, la teja se unieron: he aquí levantada, la casa chascona con agua que corre escribiendo en su idioma. Mi casa, tu casa, tu sueño en mis ojos...
Chascona, en Chile, se dice de una cabellera abundante, tupida y muy bella. Se conoce que así era la cabellera de Matilde Urrutia, su amada.
De La Sebastiana: Yo construí la casa. La hice primero de aire, luego subí en el aire la bandera, y la dejé colgada. Neruda tuvo, como una de sus pasiones, el mundo náutico; de ahí su obsesión por coleccionar, entre muchas otras cosas alusivas, bellos mascarones de proa, muchos de ellos guardados en La Sebastiana.
De Isla Negra, donde reposan sus restos, son estos fragmentos: Compañeros, enterradme en Isla Negra, frente al mar que conozco. Abrid junto a mí el hueco de la que amo, y dejadla que otra vez me acompañe en la tierra. En Isla Negra luce, artísticamente colocada, y vaciada en bronce, la mano de su amada, Matilde Urrutia.
Esta fascinación por las casas no solo se limita al espacio físico, sino que también se extiende a la atmósfera que Neruda imprimía en ellas. Cada rincón está impregnado de historias, de objetos encontrados en mercados, puertos y caminos; todo lo que, al ser dispuesto con su toque personal, adquiriría una nueva vida. La casa se convierte en un escenario donde la cotidianeidad se mezcla con la fantasía, y donde cada objeto posee un relato propio, conectado con las experiencias y emociones del poeta.
Como refugio, estas casas, colmadas de cosas, son depositarias de la necesidad del poeta de atrapar y de vivir rodeado del mundo, a través de las formas elementales de las cosas ya convertidas, gracias a su palabra, en “seres vivientes”, ligándose con ello al mundo y a la universalidad que él, el poeta, llevaba en su espíritu.
Sus cosas
Recordemos que Neruda viajó intensa y profusamente. En ese continuo desplazamiento era condición sine qua non el recoger, escoger y llevarse cosas significativas de cada lugar que visitaba. Era una de sus maneras de atrapar el mundo. Y, a partir de ese caleidoscopio de cosas que conforman sus colecciones, se reconstruyen sus viajes, sus intereses y partes de su historia. Acerca de las cosas, volvamos a Lorca: Todas las cosas tienen un misterio, y la poesía es el misterio que tienen todas las cosas.
Lo significativo es que Lorca resume, en la relación cosa/misterio/poesía, una de las facetas de la estética de Neruda: descubrir el misterio de lo cotidiano y cantarles a las cosas que coleccionaba.
Si retomamos lo que dicen Neruda y Lorca, nos acercamos a la cosa como objeto inanimado y efímero. Por oposición a ser viviente, Neruda “exprime” el material intrínseco de las cosas, de su contexto, de sus funciones, así como la esencia, potencial, historia y símbolo cultural que ellas esconden. Y, consciente de la musicalidad y armonía de las palabras, al poetizar sobre las cosas y las casas, por modestas que ellas parezcan ser, las resignifica, dignifica, y perpetúa su uso y su realidad.
Amo las cosas, loca, locamente, dijo el poeta. Para añadir: Amo todas las cosas, no solo las supremas, sino las infinitamente chicas, el dedal, las espuelas, los platos, los floreros. Todo lo que se hizo por la mano del hombre: las curvas del zapato, relojes, jabones, tejidos, anteojos, clavos, escobas, brújulas, monedas, conchas marinas, dedales, estribos, la suavidad de las sillas. Y añade en Oda a las cosas: No solo me tocaron, / o las tocó mi mano, / sino que acompañaron / de tal modo / mi existencia / que conmigo existieron / y fueron para mí tan existentes / que vivieron conmigo media vida / y morirán conmigo media muerte.
La comunicación del poeta con los objetos cotidianos revela su sensibilidad única para captar la belleza en lo simple, otorgando a lo aparentemente insignificante un valor poético incalculable. Así, cada elemento, por pequeño que sea, se vuelve portador de símbolos, de significados y de recuerdos, convirtiéndose en parte esencial de su universo creativo y de su propia identidad como poeta.
Esta unión de viajes/casas/cosas, se mueve entre dos fuerzas: centrípeta y centrífuga. Centrípeta, en su afán de recoger cosas, guardarlas en sus casas y convertirlas en objetos animados. Y centrífuga, alejándose de su entorno y yendo, incansablemente, hacia la búsqueda de “nuevas cosas” que representen su deseo de conocer mundos y atrapar el espíritu de ellas. No en vano dijo el poeta: Me comería toda la tierra. Me bebería todo el mar.
Sus colecciones, más allá de ser simples listados de objetos, se transforman en testigos silenciosos de su paso por el mundo, son memoria tangible de sus vivencias y conectan su entorno material con la esencia espiritual del poeta.
El volver sobre estas facetas de la vida y obra de Neruda ha sido un gozo. Elijo, para terminar, este pensamiento suyo: Yo tomo la palabra y la recorro, como si fuera sólo forma humana, me embelesan sus líneas y navego, en cada resonancia del idioma.
amalia.chaverri@gmail.com
Amalia Chaverri es filóloga.