Esta, sin duda, fue una visita muy diferente de tantas otras de amigos del exterior. Fue la oportunidad de vivir de primera mano las diarias dificultades que viven los venezolanos para realizar actividades que los costarricenses damos por sentadas.
El viaje mismo parecía más una odisea que un simple viaje de trabajo. Los cada vez más escasos vuelos hay que reservarlos con meses de anticipación, y qué decir del calvario para conseguir una ridícula cantidad de dólares, cuya obtención es cada día más limitada, y cuyo subproducto es un mercado negro en el que la divisa se transa en varias veces su valor oficial.
En su día libre, el conocer nuestras playas o volcanes fue postergado por visitas al supermercado, farmacia y tiendas de artículos básicos. Ante la escasez crónica de productos, mi amiga aprovechó para adquirir papel higiénico, pañales, especias y cereales.
En Venezuela, me decía, el chavismo ha golpeado especialmente a las mujeres, que, además de la doble jornada, deben destinar largas horas semanales para el difícil abastecimiento de las mínimas necesidades familiares. Hay semanas, añadía, en que hay que visitar hasta ocho establecimientos.
El chavismo ha significado la huida de capitales y el cierre de numerosas empresas y subsiguiente pérdida de empleos. Las pocas empresas que sobreviven lidian con una permanente inseguridad jurídica, controles de divisas y precios, u ocurrencias como la decisión de Maduro de forzar la rebaja de electrodomésticos en diciembre pasado.
El desempleo, la falta de viviendas, la escasez de divisas, la inseguridad jurídica y ciudadana y la creciente violencia aplastan a una clase media cuyas condiciones son cada vez más apremiantes. Y, si a esta la ahogan, ni qué decir de las clases más pobres, con una inflación que en el 2013 llegó al 56%.
Como tantos otros modelos socialistas en el pasado, el venezolano es un modelo insostenible. Los años de buenos precios del petróleo no fueron aprovechados para cambios estructurales en el combate de la pobreza y, más bien, desmantelaron la capacidad productiva del país.
La chequera petrolera se ha secado. Maduro se escuda en la crítica al capitalismo y a los Estados Unidos. El Poder Legislativo –una vez más, complaciente– le otorga como remedo de solución poderes plenipotenciarios. Otrora referente en América Latina, la democracia venezolana existe tan solo en el papel. No hay frenos ni contrapesos entre los poderes, la corrupción crece y la prensa sobrevive amenazada por la escasez de papel, su más reciente capítulo.
Por la gente venezolana, ojalá que llegue a su fin esa pesadilla.