En los últimos años, los republicanos de Estados Unidos han estado librando una batalla cada vez más intensa contra un enfoque académico de estudios raciales conocido como “teoría crítica de la raza” (CRT, por sus siglas en inglés). Lo hacen no porque estén en lo correcto, ni incluso porque crean que lo están, sino porque han determinado que, a la hora de ganar elecciones, la guerra cultural da resultados.
Es triste decir que la animosidad racial sigue siendo un arma clave del arsenal de las guerras culturales.
De hecho, el gobernador de Virginia, Glenn Youngkin, basó gran parte de su campaña electoral del 2021 en fomentar entre los votantes un pánico contra la CRT que lo llevó a la victoria. De manera similar, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, probable candidato presidencial, entró en conflicto con el Consejo Universitario sobre la supuesta inclusión de la CRT en su nuevo plan de estudios afroestadounidenses avanzados (de nivel universitario). En los últimos dos años, 18 estados controlados por los republicanos aprobaron leyes que prohíben o restringen la enseñanza de este enfoque.
Pero los líderes de esta campaña, en gran parte prefabricada, contra la CRT tienen una extraña manera de mostrar su desaprobación. En cada giro de los acontecimientos, escenifican los papeles que los académicos de la CRT encuentran una y otra vez en la historia estadounidense, dando más evidencias para la misma teoría que insisten que debe ser rechazada.
Estudios de Derrick A. Bell
Uno de los investigadores que dieron origen a la CRT fue Derrick A. Bell, exfuncionario del Departamento de Justicia, abogado de la NAACP y el primer profesor titular de raza negra de la Escuela de Derecho de Harvard.
En su recopilación de leyes constitucionales de 1970, Race, Racism, and American Law (Raza, racismo y derecho estadounidense), Bell utilizó el registro histórico de Estados Unidos para señalar varios puntos del orden legal de su país.
Primero, Bell argumenta que el derecho estadounidense ha estado preocupado por los asuntos raciales desde antes de la fundación del país. Si bien la fijación de los políticos estadounidenses con la raza no tiene nada de nuevo, lo que hace única a la actual campaña anti-CRT es el intento de criminalizar el supuesto trauma que sufren los niños de raza blanca cuando se les hace ver las injusticias infligidas a los afroestadounidenses y otras minorías.
En segundo punto que Bell hace notar es que el concepto de blancura es construido a lo largo de la historia estadounidense mediante convenciones sociales, la promulgación de leyes y la interpretación legal. DeSantis mismo es un ejemplo. Sus ancestros fueron inmigrantes del sur de Italia que, al momento de su llegada al país a principios del siglo XX, habrían sido considerados por muchos estadounidenses blancos nativos como pertenecientes a una “raza” distinta e inferior.
El Congreso aprobó la Ley de Orígenes Nacionales de 1924 precisamente para proteger a la “raza estadounidense” del “aluvión de más gente de ese tipo”, como lo expresó en ese entonces un miembro de la Cámara de Representantes. Pero para el momento de su derogación en 1965, los italoestadounidenses, como la familia DeSantis, ya eran aceptados como blancos.
Por último, Bell argumentaba que la Constitución de los Estados Unidos y el conjunto de leyes del país reflejan los intereses materiales de los ciudadanos de raza blanca, que son mayoría desde la independencia. El progreso hacia la igualdad racial —la ampliación de los derechos, privilegios y beneficios de la plena ciudadanía estadounidense a los afroestadounidenses y otras “minorías” racializadas— ha ocurrido únicamente cuando los blancos juzgaron que iba en beneficio de su propio interés, condición que Bell llamó “convergencia de intereses”.
Como ejemplos, Bell citó la Proclama de Emancipación, que el presidente Abraham Lincoln publicó por razones militares más que morales, y el apoyo del presidente Dwight Eisenhower a la desegregación escolar, que resolvía una debilidad estadounidense en la guerra propagandística contra la Unión Soviética. Como Bell también se apresuró a notar, gran parte de estos “avances” fueron provisorios y, a menudo, fueron revocados durante los períodos de “involución” racial que han caracterizado la historia de EE. UU.
La era posterior a Barack Obama
La secuencia de acontecimientos que han llevado al actual momento en las relaciones entre razas en EE. UU. confirma los planteamientos de Bell. En el 2008, la elección de Barack Obama dio pie a la esperanza, especialmente entre estadounidenses blancos, de que el país hubiera superado definitivamente su pasado racista.
Bell, que falleció cuando todavía no acababa el primer mandato de Obama, habría sido mucho más escéptico, y con razón. Al final resultó que la presencia de una familia de raza negra en la Casa Blanca, junto con el resentimiento conservador de los “atornillados en sus cargos” y el miedo al surgimiento de una mayoría no blanca, desembocaron en otra involución racial que preparó el escenario para el ascenso de Donald Trump, Youngkin y DeSantis.
Si los republicanos realmente se opusieran a la CRT, no la pondrían en escena. Tratarían de refutarla con argumentos razonados y evidencias creíbles. Sus esfuerzos por traducir la ansiedad racial en éxitos electorales no hacen más que demostrar su mala fe intelectual.
Por fortuna, Estados Unidos cuenta con potentes instituciones que confían en la argumentación y las evidencias, y que son capaces de contraatacar. Pero no deben abandonar las barricadas. El Consejo Universitario, que retrocedió ante el ataque de DeSantis y echó por la borda su plan de estudios avanzados afroestadounidenses, debe insistir en su versión original y defenderla como representativa del mejor nivel académico disponible en ese ámbito.
Más aún, las entidades de acreditación deben negarse a reconocer toda institución de educación superior que prohíba a sus académicos la enseñanza de una materia o intente dictarles cómo debería enseñarse. La integridad intelectual no puede coexistir con el adoctrinamiento político. Las instituciones educativas estadounidense deben elegir un bando.
John Mark Hansen es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Chicago.
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