La compra de letras del tesoro por parte del Banco Central no es nada más que la confirmación del grave problema que aqueja al país.
La emisión de dinero para financiar al gobierno está restringida por la ley para casos de emergencia y bajo condiciones excepcionales porque el abuso de este tipo de financiamientos ha llevado a muchos países a la crisis, con nefastas consecuencias económicas y sociales.
Llevamos diez años discutiendo cómo resolver el problema fiscal, sin que nada pase. Mientras tanto, el déficit sigue siendo alto y la deuda cada vez mayor. La situación ha llegado a tal punto que al gobierno le cuesta mucho conseguir el financiamiento necesario, y, cuando lo consigue, es caro y a corto plazo.
En esas carreras de falta de liquidez, se toman decisiones enfocadas únicamente en resolver el problema en un plazo corto, sin pensar en lo que podría ser mejor a largo plazo. La reforma fiscal que se discute en la Asamblea no está diseñada para mejorar la eficiencia de la economía. Mientras otros países bajan las tasas de impuestos para mejorar la competitividad de sus productores, en Costa Rica se propone subirlas. Pero como es lo que hay, y urge conseguir fondos ya, no queda tiempo para pensar en otra opción.
De igual manera, tener que recurrir a las letras del tesoro es una opción, a todas luces, indeseable. Pero el gobierno lo hace para aliviar su problema de flujo de caja a cortísimo plazo, ganando un poco de tiempo mientras logra una solución permanente.
Para que el Banco Central, al mando de Rodrigo Cubero –exfuncionario del Fondo Monetario–, haya tomado dicha decisión, significa que tiene que haber llegado a la conclusión de que las consecuencias de no salvarle la tanda al gobierno en estos momentos hubieran sido peores que las de prestarle el dinero.
A esta situación hemos llegado por hacer las cosas “a la tica”. Nos gusta ir despacito, sin molestar a nadie. Unos defienden su statu quo, que les permite vivir bien. Otros, no impulsan los cambios necesarios para no hacer olas y “preservar la paz social”. Al final, no se hace nada.
El grave problema que enfrenta el país es de procrastinación. Hemos postergado por años la toma de las decisiones para arreglar el problema fiscal adecuadamente. Ahora nos vemos forzados a tomar decisiones que son feas, amargas, subóptimas. Le hemos jalado tanto el rabo a la ternera que ya nos empezó a patear de vuelta.