Érase una vez, un país muy feliz. Su economía era boyante. Su producción y sus exportaciones crecían a muy buen ritmo. El financiamiento externo era abundante, lo que le permitía al sector privado y al gobierno obtener recursos baratos para expandir sus actividades.
Pero, de repente, todo se derrumbó. Primero, cayeron los precios de los productos de exportación, que, por cierto, no eran muchos, ya que el sector privado era poco eficiente, gracias a lo sobreprotegido que estaba. Luego empezaron a escasear los recursos financieros externos. El Estado, que había crecido desproporcionadamente, en tamaño y en ineficiencia, de pronto se quedó sin el dinero que le había permitido crecer por encima de la capacidad real de la economía.
Con un país a punto de caer en una grave crisis, entra una nueva administración a gobernar. Esta tuvo alguna voluntad de arreglar los problemas estructurales heredados, pero el cálculo político la frenó de hacer un ajuste fuerte apenas estaba entrando. La oposición, en buena medida causante del problema, tampoco quiso ayudar con sus votos en la Asamblea para la aprobación de la muy necesitada reforma fiscal.
Sin la aplicación de las medidas de ajuste adecuadas, ni la aprobación de la reforma fiscal, y con un ambiente internacional poco favorable, el gobierno entró en una grave crisis de liquidez. Se le puso muy cuesta arriba pagar salarios y otros compromisos. Quedó mal con sus acreedores, al no conseguir financiamiento externo nuevo para pagar la deuda que vencía.
El que pudo, sacó sus ahorros del país y huyó hacia un refugio más seguro. Los dólares eran muy escasos, por lo que el tipo de cambio se disparó en poco tiempo. Las tasas de interés subieron vertiginosamente. La inflación llegó a ser de casi de 100 %. La producción colapsó y generó un elevadísimo nivel de desempleo. El número de familias en condición de pobreza se duplicó de un año para otro. La inversión pública se detuvo por completo, con consecuencias económicas y sociales muy negativas, que perdurarían años.
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La economía hizo el ajuste que el gobierno no quiso –o no pudo– hacer en un principio. Y este ajuste, a la brava, fue mucho más duro que el que se requería originalmente.
En fin, eso fue lo que le pasó a Costa Rica hace unos 40 años. Y hoy, después de tanto tiempo, parece que estamos a punto de repetir la historia.