Se calcula que 3.200 millones de personas verán los partidos de la Copa del Mundo Rusia 2018. Parece increíble que tanta gente esté pendiente de 22 hombres corriendo detrás de una bola, en un rectángulo de 7.000 metros cuadrados. Pero es que el fútbol es más que eso. Por algo lo han denominado “el juego bonito”.
Son tan grandes las pasiones generadas por el fútbol que se ha convertido en un enorme negocio. La FIFA es una de las corporaciones más grandes del mundo. Se estima que los ingresos del mercado del fútbol europeo superan los de $24.000 millones anuales (40 % del producto interno bruto de Costa Rica). En tan solo un mes, se calcula que la Copa Mundial de Rusia generará más de $6.000 millones de ingresos para la FIFA. A eso debe adicionársele los ingresos colaterales para la economía rusa, como los $1.600 millones que se prevé gastarán los turistas en Rusia, incluyendo a los varios miles de ticos que están allá.
Como muchas cosas cuando se hacen grandes, cuesta controlarlas. De ahí que, de tanto en tanto, surgen escándalos de corrupción en los negocios alrededor de este juego. Además de la sombra de los partidos arreglados, que le quita una parte del encanto al deporte.
Aun con esas sombras, los seguidores del fútbol siguen creciendo. Historias de éxito, como la de Keylor Navas, inspiran a muchos. La posibilidad de que alguien de un país pequeño, y relativamente pobre, llegue a triunfar entre los grandes permite que muchos jóvenes sueñen en seguir sus pasos algún día. Que un país como Uruguay, con menos población que Costa Rica, o Brasil, país de ingreso medio, hayan sido varias veces campeones del mundo, compitiendo contra naciones mucho más grandes y ricas, nos da esperanza a los países pequeños y pobres de que en un algún momento en el futuro podamos hacer lo mismo.
La esperanza está dada por la creencia de que aún existe un grado de competencia real en el fútbol. En el tanto eso suceda, los jugadores y los equipos seguirán buscando cómo hacer las cosas cada vez mejor. La competencia fomenta la innovación, tanto de tecnologías como de técnicas, y eso lleva el fútbol a un nuevo nivel.
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Si no existiera un buen nivel de competencia, ni la esperanza de que un pequeño le gane a uno grande, jugadores y equipos perderían las ganas de superación, y el “juego bonito” dejaría de serlo.
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