La CIA demoró ocho años en descubrirlo. Cuando lo hizo, ya era tarde. Treinta y seis de sus dobles agentes soviéticos habían "desaparecido" y se comprobó que diez fueron ejecutados. El daño estaba hecho. Tenía nombre y apellido: Aldrich Ames.
Este individuo, que había hecho carrera como espía de la CIA era el traidor. A cambio de $5 millones había delatado a los agentes del KGB soviético (Comité de Seguridad del Estado) que trabajan también para la agencia estadounidense. El 28 de abril del año pasado fue sentenciado a prisión de por vida.
La revista Time publicó recientemente una historia que relata cómo se desenmascaró a Ames, un tipo introvertido, de finos gustos, esposo de una colombiana y padre de un niño de cinco años.
El reportaje evidencia cómo la desesperación por ser millonario lo llevó a contar al KGB las intimidades de la CIA y a vender, sin escrúpulos, la vida de los dobles agentes soviéticos, entre ellos Valeri Martynov, extercer secretario de la Embajada soviética en Washington y padre de dos pequeños, quien fue fusilado en Moscú, el 28 de mayo de 1987, a la edad de 41 años. A la lista se suman Dimitri Polyakov, Adolf Tolkachev, Sergéi Motorin y otros más.
Ames actuó por amor al dinero. Los pagos que le hizco Moscú, entre 1985 y 1994, los invirtió en la compra de una casa de más de medio millón de dólares en el condado de Arlington, en la adquisición de lujosos vehículos -entre ellos un Jaguar rojo- y en el financiamiento de gastos mensuales por $30.000, cuando su salario anual llegaba a los $50.000.
Ames y su esposa Rosario eran conocidos por el derroche de dinero. El, en Washington, y ella, en Bogotá. El argumento era una supuesta herencia recibida por su mujer, la cual nunca existió.
Su historia revela cómo un ser humano, en su obsesión por el dinero, es capaz de destruir muchas vidas. También expone lo paradójica que es la justicia: Ames no recibió el mismo castigo propinado a sus víctimas.